Viernes, 12 de marzo de 2010 | Hoy
EL MEGáFONO)))
Por Navi Pillay (*)
Se ha estimado que hasta una de cada tres mujeres en todo el mundo ha sido golpeada, violada o maltratada en el transcurso de su vida. Entre las formas más extremas de abuso está lo que se conoce como ‘asesinato por honor’. La mayoría de los 5000 asesinatos registrados, cada año, en todo el mundo, no sale en las noticias, ni figuran las miles de otras formas de violencia infligida a las mujeres y las niñas por sus maridos, padres, hijos, hermanos, tíos u otros hombres –y a veces incluso mujeres–integrantes de la familia.
En el nombre de preservar la ‘honra’ de la familia, las mujeres y las niñas son fusiladas, apedreadas, quemadas, enterradas vivas, estranguladas, asfixiadas y apuñaladas hasta la muerte.
Los asesinatos se pueden cometer porque se considera que la víctima ha infringido las normas de la familia o la comunidad con respecto a la conducta sexual o porque ha expresado el deseo de elegir un esposo, si desea un divorcio o quiere reclamar la herencia. Lo más perverso es que, a veces, se considera que las víctimas de violación han ‘deshonrado’ a sus familias y se matan por ello, como una manera de borrar el estigma, mientras que los hombres que las violaron, generalmente, se mantienen impunes.
El problema se agrava porque, en muchos países, los autores de los asesinatos pueden, incluso, ser admirados dentro de sus comunidades. Los crímenes de honor no son algo que se puede considerar como una atrocidad extraña y retrógrada que sucede en otro lugar. Son un síntoma extremo de la discriminación contra la mujer, que –como otras formas de violencia en el hogar– es una plaga en muchos países.
Para muchas mujeres, la vida familiar implica violencia física, sexual, emocional o económica a manos de su pareja u otros familiares e incluye puñetazos, patadas y golpes, o ataques con objetos o armas. Asimismo, con frecuencia implica menosprecio persistente, humillación y aislamiento. A veces, puede involucrar la participación forzada en actos sexuales degradantes, la violación y el homicidio. Algunas mujeres, que se resisten a un matrimonio de conveniencia, son encerradas por sus familias durante largos períodos, hasta que su voluntad se rompe y aceptan casarse obligadas.
La independencia económica y el empoderamiento de las mujeres son la mejor manera de combatir la violencia intrafamiliar. La razón principal aducida por las mujeres para no dejar una relación abusiva sigue siendo la falta de autonomía financiera y el acceso a un hogar seguro.
Sin embargo, demasiada confianza en estas soluciones disfraza la profundidad y la complejidad del problema: la violencia intrafamiliar ha ido aumentando en países donde las mujeres han alcanzado un grado considerable de independencia económica.
Se sabe que muchas de las mujeres emprendedoras, parlamentarias, abogadas, médicas, periodistas y académicas han tenido que vivir dobles vidas –aplaudidas en público y abusadas en privado–. La realidad para la mayoría de las víctimas es que los perpetradores de violencia intrafamiliar cuentan con una cultura de impunidad para los actos que cometen.
Tradicionalmente, ha existido cierto debate en torno de la cuestión de la responsabilidad del Estado por actos cometidos en el ámbito privado. Algunos continúan sosteniendo que la violencia intrafamiliar se encuentra fuera del marco de derechos humanos internacionales. Sin embargo, en virtud de las leyes y normas internacionales, hay una clara responsabilidad del Estado de defender los derechos de la mujer y asegurar la ausencia de discriminación, que incluye la responsabilidad de prevenir, proteger y ofrecer reparaciones.
(*) Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Más información: http://www.ohchr.org/
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