Viernes, 1 de marzo de 2013 | Hoy
ARTE
La mujer que encandiló a John Lennon cumplió 80 años y lo festejó con un repaso por su obra que excede esa relación fugaz en el tiempo aunque indeleble en la memoria. Feminista, militante pacifista y de causas humanitarias –ahora está comprometida con eliminar el uso de gas en las minas–, esta artista que se convirtió en su propia performance fue capaz, entre otras cosas, de tomarse 50 años para realizar una obra. Ahora que empieza “la segunda mitad” –Ono dixit– de su vida, espera seguir trabajando hasta que le alcance el aliento. O viceversa.
Por Cristina Civale
El 18 de febrero Yoko Ono cumplió 80 años. Lo festejó en Alemania. Primero en Berlín dando un concierto con su hijo en un teatro de la ciudad y luego cenando con él y su banda en un restó cercano al teatro.
A los tres días, inauguró en Frankfurt la mayor retrospectiva que ha existido hasta ahora de su obra en Europa. La súper muestra tiene lugar en el Schirn Kunsthalle y podrá ser visitada hasta mayo de este año.
Yoko ya era una artista notable cuando en 1969 conoció a John Lennon en la inauguración de una muestra suya en Nueva York, ciudad en la que vivió desde que toda su familia, originaria de Tokio, se mudase allí luego de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando conoció a Lennon ya había pasado por dos matrimonios y tenía una hija. Apareció junto a él en los míticos estudios de Abbey Road y durante décadas cargó el falso San Benito misógino de haber sido la culpable de la separación de Los Beatles, sosteniendo durante esos mismos años una pelea dura con Paul McCartney al que ella llamó “el Salieri” de Lennon. Sin embargo, el Salieri el año pasado reconoció en una entrevista al Daily News de Londres que Yoko no tuvo nada que ver con la separación. Si bien la banda se sintió sorprendida por su aparición en los ensayos exclusivos y cerrados, ya Ringo Star estaba bastante harto de ser parte telonera de Los Beatles y George Harrison no tenía el mismo entusiasmo de siempre. Paul reconoció que sin querer (¿sin querer?) usaron a Yoko para justificar la separación ante los fans, aunque el que menos pensaba en separarse era el mismo John.
Agua pasada dicen tanto Paul como Yoko que, espléndida, con la misma cara de mujer que está por entrar a la madurez, con el pelo algo más corto y con un uniforme negro de saco y pantalón sumado a un sombrero groovie empezó a festejar este mes sus 80 años. Una vieja, sería lo que cualquiera podría decir de una tipa de esa edad, pero si se la ve en vivo, comentan a gritos quienes la tuvieron a centímetros, su aspecto parece el de una mujer que venció al tiempo, sin edad, con una calma hasta irritante. Sus últimos entrevistadores comentan que hasta el tipeo de las teclas de su macbook es tan silencioso como la paz que transmite todo su ser. “Voy a dejar de trabajar sólo cuando me metan en una caja con pies para adelante”, aseguró recientemente Yoko ante el número galáctico de años que acaba de cumplir.
Lennon fue el primero que le dio un reconocimiento exacto al conocerla cuando dijo en 1969: “Es la artista visual más famosa del mundo menos conocida”. Era verdad, su apuesta a las corrientes de vanguardia era tan fuera de tiempo que permanecía desconocida por los medios mainstream, que sólo le dieron un lugar por su poderosa historia de amor con Lennon, con quien pasó esa mediatizada luna de miel en un cuarto del Hilton de Nueva York, yaciendo en la cama junto a su amado y clamando por la paz mundial en medio de la guerra de Vietnam. Hoy mismo, Yoko reconoce que fue una ingenuidad, a la vez que también no teme en confesar que la relación con Lennon arruinó la carrera de ambos. “Estábamos tan enamorados, tan ensimismados –afirma– el uno en el otro que hicimos de nosotros una marca. John dejó Los Beatles y se dedicó a bucear en músicas más experimentales y yo, bueno, yo, me entregué por completo a la relación y a nuestras acciones juntos y dejé de lado mi carrera. Estaba perfectamente consciente de lo que hacía, pero quería hacerlo. Nuestra relación era todo. No me arrepiento. Hoy volvería a hacer lo mismo.” Si bien recuperarse del asesinato de John frente al edifico Dakota, departamento donde aún vive Yoko, fue un trabajo terrible, ella misma reconoce que reencontrase con su obra y su propio trabajo fue la mejor ayuda con la que pudo haber contado. Quienes tuvieron el privilegio de conocer el piso en el Dakota cuentan que en el living aún se encuentra plantado el piano blanco de John y el Magritte que ambos eligieron juntos, así como una cantidad innumerable de fotografías de la pareja que dejan clara la importancia que ese período de su vida tiene aún lugar en el corazón de Yoko, la misma mujer que hace días cumplió 80 y que se muestra juvenil y activa, no sólo encarando una increíble carrera como artista visual sino también como militante por la paz y por la ecología. Ultimamente es la cara del movimiento “fracking”, que está en contra del uso del gas natural en las minas. Yoko, la artista, la militante eterna por la paz, la mujer concienzuda en la lucha por el medio ambiente hoy pone todas sus fichas en la retrospectiva de su obra en el ya mencionado Museo de Frankfurt, una obra que va desde las instalaciones hasta la música, desde los dibujos hasta la performance, desde la pintura hasta el video arte.
El Schirn Kunsthalle Frankfurt presenta una extensa y estudiada retrospectiva que abarca una selección de sus trabajos desde los años ’60 y deja constancia del universo multifacético de Ono, que es considerada hoy en día una pionera del arte conceptual, del cine y de la performance y también una figura clave en el mundo de la música, el movimiento por la paz mundial y el feminismo, en el que siempre jugó un papel destacado en todas sus producciones.
Su última muestra de importancia, antes de esta gran retrospectiva de Frankfurt, tuvo lugar en la Serpentine Gallery de Londres en 2012, donde Yoko presentó un trabajo que le tomó 50 años, sí cincuenta años, llevar adelante. La muestra se llamó Smiles (Sonrisas) y consta de más de cien retratos de personas de todo el mundo sonriendo. A principios de los ’60, Yoko Ono hizo una convocatoria a su público para que le enviasen fotos de sí mismos sonriendo. Al principio, las fotos llegaron con cuentagotas; luego de un segundo llamado y de un tercero y de un cuarto, la misma artista se dedicó a fotografiar sólo gente en el simple acto de sonreír y haber podido mostrarlo luego de 50 años de concebido le devolvió la sonrisa que, según ella misma relata, había perdido luego de la muerte de Lennon.
Algo más de 200 obras se presentan ahora en Frankfurt entre películas, instalaciones espaciales, fotografías, dibujos y poesía visual, así como también un espacio dedicado exclusivamente a la música y que pone al alcance del visitante todo el trabajo experimental de Yoko en el paisaje sonoro que creó en ese soporte.
La retrospectiva presta particular atención a los trabajos realizados a principios de los años ’60 y ’70 donde destacan sus obras Instrucciones para pintar y un registro de su peformance de 1965 Cut Piece, algo premonitoria de la fama que tuvo que cargar durante años. En Cut Piece los asistentes la desnudaban cortando su ropa con tijeras. También en la muestra se expone destacadamente su libro Grapefruit, el mismo desde que hizo el llamado a sus seguidores para que les enviasen las sonrisas; también es la obra que estableció definitivamente la influencia de Yoko en el movimiento Fluxus junto a George Maciunas.
Varias instalaciones de gran escala y trabajos recientes forman parte de la retrospectiva, así como obras realizadas especialmente para ésta, como un modo de autocelebrar su cumpleaños.
Entre las nuevas producidas a medida destaca Moving Mountains y Yoko Ono A Wind Show.
El director del museo donde tiene lugar la retrospectiva, Marschner Stiftung, explica que es una gran oportunidad, quizás algo tardía, para que se reconozca la importancia de Yoko Ono como artista visual, más allá de la historia de su vida que la hizo más famosa, quizá, que lo que su obra ya en sí misma merecía. “Es como si hubiese tenido dos vidas. No puedo creer que cumpla tantos. Tengo la sensación de no haber hecho nada con mi existencia. En esta segunda vida, espero tener tiempo de hacer todo lo que tengo pendiente”, explicaba Ono, vestida de negro, cubriendo sus ojos pequeños y vivaces con gafas oscuras de su propia marca en la mañana de la apertura de la exposición.
“Si no hubiese sido por mi trabajo, hoy estaría muerta”, continuó comentando durante la inauguración. “En el fondo, los ataques de los demás no ocuparon mucho espacio en mi cabeza. Me aferré a mi relación (con John), pero también a mi arte. Como en El pianista de Polanski, el protagonista logra sobrevivir al nazismo porque toca el piano sin parar, incluso cuando no tiene ningún piano delante. Ese pianista soy yo.”
Actualmente, Yoko Ono reparte su tiempo entre su trabajo creativo pero también militante. Es la cara visible de la campaña contra el francking, una palabra inglesa que denomina un modo de extraer gas en las minas, un modo que perjudica la calidad del agua, contamina la tierra, involucra la salud de las personas y hace ganar millones a las multinacionales en perjuicio de la sustentabilidad ambiental en todas sus expresiones.
Yoko nació en Tokio en 1933. Su madre, Isoko Yasuda, provenía de una familia con una larga tradición en la banca. Su padre se llamó Yeisuke Ono, sus antepasados incluyeron samurais, nobles y monjes. Aunque estudió para ser concertista de piano, finalmente desarrolló una gran carrera en la banca, una carrera exitosa que hizo que su familia se convirtiese en una gran clan rico y prestigioso de la ciudad japonesa. De esa mezcla variada y controvertida, surge Yoko Ono, hoy un icono del arte de vanguardia, pero también un icono global contra el capital que su padre supo amasar. En fin, una chica más que se rebeló con su obra contra el mandato paterno.
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