Viernes, 24 de mayo de 2013 | Hoy
PANTALLA PLANA
Una falsa (¿o muy mala?) comedia en clave musical asoma en Qitapenas, un compendio de lugares comunes con trama adolescente y guiños de reality importado.
Por Marina Yuszczuk
Esto no es nada fácil de explicar: resulta que Tony Qitapenas (el apellido se escribe así, porque así es como inscribieron al nono cuando vino de Italia) regentea una cantina de estilo italiano en un barrio de Buenos Aires. Cuando digo “cantina de estilo italiano” deben imaginarse una cocina montada como la de cualquier programa que Donato De Santis haya hecho para el Canal El Gourmet y un local que es menos tano que nostálgico de ciertas películas norteamericanas sobre tanos, desde El Padrino hasta Hechizo de luna. Es decir, aunque el pingüino atrás del mostrador y los banderines de San Lorenzo quieran oler a Palermo Viejo, a Qitapenas se le cuela Palermo Hollywood por alguna rendija. Como sea, en la cantina Qitapenas vive y trabaja una familia feliz que se alegra los días cantando (sobre todo, covers de Diego Torres), compuesta por papá Miguel Angel Rodríguez, mamá Silvia Kutica y tres hijos perfectos con aire de mejores alumnos de alguna escuela de comedia musical de esas que proliferaron desde Cantando por un sueño en adelante. Pero la alegría cotidiana de los redundantes Qitapenas y sus musicales, que por momentos parecen más dignos de Chiquititas que de un programa destinado a un público más crecidito, se ve amenazada cuando llegan los malos a abrir un local justo al lado que pretende hacerles la competencia.
Esos malos son los Jones. Hay una explicación para esa absurda identidad anglosajona, y además los Jones vienen de vivir varios años en los Estados Unidos, pero eso no amortigua lo burdo de la oposición entre la “típica familia italiana” y estos gringos de yanquilandia que inauguran un dinner en el barrio, se visten de negro y son mucho menos felices y más resentidos que los Qitapenas a pesar de todo su dinero. Todo el esquema Capuletos-y-Montescos del que también se vale desde hace unas semanas Los vecinos en guerra se completa porque el hijo rubio de los Jones se enamora desde el primer capítulo de la hija morocha de los Qitapenas, que lleva el latinísimo nombre de Lola, cuando casi la atropella con el auto. Luego, como si todo este pasticcio no fuera lo suficientemente absurdo y pueril, los Jones desafían a los Qitapenas a participar en un reality musical llamado Industria argentina en el que van a enfrentarse las dos familias que ya rivalizaban en gastronomía y en alguna turbia historia del pasado.
Así de errático es el estilo Qitapenas, o su falta de estilo, y para demostrarlo están los números musicales que los actores llevan adelante como pueden: Miguel Angel Rodríguez le cantó “Dame fuego” a su mujer envuelto en una sábana –cosa que nadie quería ver– y el joven Jones destrozó La guitarra de Los Auténticos Decadentes en un cover de locación empresarial que podría haber sido de Cristian Castro; después hubo que escuchar a Jean-Pierre Noher balbuceando Like a virgin y a los Qitapenas versionando A little respect de Erasure en castellano, con colores flúo y ritmo de (digamos) cumbia, coherentes con la bizarra línea patriótica que baja el programa. Los divagues argumentales terminan siendo un mal menor al lado de esta música del infierno, porque el infierno musical ya no les pertenece a los Marilyn Manson de este mundo sino a todos esos “coaches” y jurados que desde American Idol en adelante y pasando por todas sus versiones locales, de Popstars a Cantando por un sueño, enseñan, promocionan y festejan ese modo de cantar insulso, prolijo y anónimo que tiene sus equivalentes gastronómicos en objetos tan maliciosos como las empanadas salteñas de franquicia o los platos típicos de todo el mundo recreados por McDonald’s: mamarrachos que ya no son ni retro y que son hijos exclusivos de la tele, esa tv-rockola global y descorazonada donde la canción parece siempre la misma.
Qitapenas se emite de martes a jueves, a las 21, por Telefe.
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