Viernes, 24 de mayo de 2013 | Hoy
PERFILES > PERLA PASCARELLI
Por Flor Monfort
Hace seis años, Perla Pascarelli daba a luz a su hijo menor, Santino, en una cesárea en el Hospital Durand. Esa es la medida que el tiempo marca en el vuelco de su vida: a las tres semanas de parir, fuertes dolores en el abdomen la llevaron de vuelta a la guardia de esa institución, y de ahí a la casa con analgésicos y de vuelta a la guardia, para ser ignorada en una calesita que terminó con ella casi muerta, 3 meses después, y la amputación de sus cuatro miembros. Perla tenía razón con los dolores, eran graves y nada comunes para un posparto, como le decían en el Durand. De eso ella sabía, había parido antes, pero una puérpera sensible, una señora con tiempo para molestar en la guardia, no merecía mayor análisis: estaba “mimosa”, como alguien le deslizó. No fue una, fueron varias las veces que pidió otra revisión porque lo suyo no era menor, pero le fue negada esa oportunidad hasta que una septicemia le trajo aparejada la muerte de los tejidos y la posterior amputación. Hubiera bastado una radiografía para evitarlo: lo que provocaba el dolor era una gasa que alguien dejó “olvidada” en el útero de Perla.
Hoy hay 11 médicos procesados y se espera una sentencia antes de la feria judicial de julio, pero la vida de Perla, su marido Luis y sus cuatro hijos, Santino, Franco, Juan Cruz y Chiara siguió adelante, porque si bien ella misma cuenta, cuando se despertó del agujero negro de la anestesia se quiso morir, después empezó a elaborar un plan de supervivencia, sobre todo por su hijo más chico, apenas un bebé en ese entonces.
Salieron adelante, con separaciones incluidas, cambios de colegio de los chicos, malas notas, falta de trabajo, un caos doméstico que desorganizó y volvió a organizar a toda una familia alrededor de un drama que nadie tiene espacio para imaginarse antes de que ocurra. Se fantasea una muerte, se teme una enfermedad pero nadie sospecha que el propio hospital va a tener que amputarle brazos y piernas por un descuido del hospital mismo, y mucho menos cuando lo que se fue a hacer al hospital es a parir.
Sin embargo, la Semana Mundial del Parto Respetado viene a recordarnos eso: somos nosotras las que tenemos que poner el freno a contramano de los protocolos, las indicaciones y el avasallamiento sobre el propio cuerpo cuando de un lado hay un guardapolvo y del otro pura piel, plena vulnerabilidad y un acto vital y celebratorio como es dar a luz.
El Gobierno de la Ciudad afrontó algunos gastos de la nueva vida de Perla (que necesita asistencia permanente, prótesis para volver a caminar y un largo camino de rehabilitación, entre otras cosas) pero todavía es muchísimo lo que resta hacer por ella, que sin victimizarse vuelve a subrayar la importancia de los derechos de las mujeres a la hora de parir. “Sé que se hacen cientos de cesáreas innecesarias y que tampoco parir de forma natural es una garantía en muchísimas instituciones, de donde tengo historias de terror, como la mía. Este domingo murió Mariela González en el Instituto Médico Agüero de Morón, embarazada de 8 meses. Ella también fue a la guardia a pedir ayuda y la mandaron de vuelta a su casa, cuando debería haber quedado internada. Finalmente la admitieron, pero la gravedad del cuadro era tal que el bebé ya estaba muerto y ella murió pocas horas después. Hoy la institución se deshace de cualquier responsabilidad”, dice y cuenta que hace poco se decidió a hacer un curso de Coaching ontológico, porque quiere asesorar y contar su experiencia para que otros puedan capitalizarla en sus propias dificultades. “Con las mujeres hay un especial ensañamiento. Yo siempre fui de aguantarme los dolores, bastante guapa, pero la verdad es que en un parto, por más que después te reís, no sabés bien lo que te va a pasar y tenés miedo. Falta contención, eso es lo que quiero transmitir, y falta el respeto sobre un bebé indefenso y sobre el cuerpo de la mujer. El parto debería ser una experiencia placentera, estás trayendo una vida al mundo. El dolor de las contracciones se olvida, pero el cachetazo de la institución no y menos si lo pagás con tu cuerpo o –lo que es peor– con tu propia vida.”
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