Viernes, 3 de enero de 2014 | Hoy
MEDIOS
Por Luciana Peker
Ser mujer jode. Y que una mujer sea presidenta molesta. Hay un ataque que va mucho más allá de sus políticas y se mete con lo personal (y lo personal claro que es político).
La atacan porque siendo mujer tendría que ser amable, conciliadora, humilde hasta la sumisión y generosa hasta la inmolación y, sin embargo, le gusta el poder. Pero también la atacan porque siendo mujer se enferma y –estratégicamente– delega decisiones y, entonces, es débil por no acumular autoridad. Es muy autoritaria y entonces no es femenina o es poco autoritaria y entonces no es presidenta. No importa qué camino tome. Es una mujer ejerciendo el poder. Y eso jode.
Más claro, echale un vistazo a la tapa de la revista Noticias de esta semana. La foto muestra a la primera mandataria desnuda, a través de técnicas de fotomontaje, y el foco apunta a retratarla vulnerable. No pondrían a un varón desnudo para mostrarlo frágil. En cambio, el cuerpo de una mujer sí es suficiente envase para invocar debilitada a una jefa de Estado. “La reina está desnuda” es el título de tapa. En principio, no es una reina. Y la diferencia es tan significativa como que se trata de una mandataria elegida por el voto popular y no por herencia o –como Máxima, la única reina argentina– por haberse casado con un príncipe.
Por lo demás, no está desnuda. La revista la tergiversa desnuda, que es bien diferente. Incluso, su vestimenta es tan importante para ella –como para muchas otras mujeres– que casi siempre deja ver a través de transparencias, bordados, cortes y confecciones su gusto por la ropa. Un placer que ella no esconde. Y una forma también de mostrar sus formas. ¡Ni hablar cuando se puso calzas! La portación de lycra fue criticada por La Nación y Clarín, por no estar a la altura del protocolo –a pesar que las usó en un acto popular en Ezeiza– y a la vez elogiada porque notaban que estaba más flaca. Y, en este país, la delgadez deja caer piropos hasta de los más férreos opositores.
Pero también la imagen de la primera mandataria mostró un giro cuando volvió de la licencia por su operación en el Instituto Favaloro. Primero, tuvo una camisa blanca debajo de una prenda negra. Fue el primer rayo en sus prendas después de la muerte de Néstor Kirchner. Hasta que, en la jura del recambio de gabinete, se mostró enteramente de blanco. El final de un duelo, el principio de un signo de una nueva etapa que se expresa, también, a través de su imagen.
La elección de esta presidenta no es la de esconderse con enormes sacos y polleras símil unisex. Para ella la ropa es una forma más de mostrar su cuerpo, sí, de mujer. No está desnuda y, mucho menos, está desvalida, ya que una cosa es la desnudez por elección y otra que te dejen desnuda porque te arrancaron la ropa como la quiere colocar el puzzle de Editorial Perfil, en donde pegan su cara a dos piernas cerradas, casi a la defensiva, que buscan doblar las rodillas para tapar las partes que se traslucen de su piel.
Todo lo contrario de la tapa “El goce de Cristina”, del 7 de septiembre del 2012, en donde se la veía a través de un dibujo con la cabeza altiva y la boca abierta –en una clara parodia de orgasmo– y se interpelaba porque “cada día se muestra más desenfadada y sensual”. Ahora, un poco más de un año después se vuelve a apelar a su sexualidad. Ya no para caricaturizarla gozando y todopoderosa (que eso era malo, también, eh) sino para emparcharla desnuda y sin poder.
En las dos tapas de la revista Noticias se traspasa el límite de la libertad para llegar a la violencia mediática. En este sentido, hay una deuda en la búsqueda de formas de aplicar una sanción a la violencia que ejercen los medios hacía las mujeres. Porque eso no sólo implica a una presidenta, sino también a una jefa, a una docente o a una niña.
Si la idea es empoderar, hay que sostener a las empoderadas. Y defender que una mujer con poder no es ni una jodida ni alguien para joder.
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