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Viernes, 12 de octubre de 2007

INUTILíSIMO

Cortesía y santidad

Aunque en tiempos tan impíos como los actuales puede sonar a anacronismo, la formación de los niños y los jóvenes debería recurrir a auxilios sobrenaturales, tal como lo propone Henri Pradel en su imprescindible opúsculo Educación de la cortesía (Ediciones Paulinas, México, 1959). El primer medio aconsejado “para favorecer la distinción en la presentación exterior, consiste en el cultivo de las virtudes”, puesto que “los buenos modales son la floración normal de los sentimientos delicados de las virtudes profundamente arraigadas”. Esto es, “si nos sabemos mortificar, soportaremos con cultura una visita que nos fastidia”, y si somos realmente caritativas, “estaremos listas para sembrar de flores el camino del prójimo”. Así de bonito y sencillo.

El segundo medio sobrenatural indicado por monsieur Pradel consiste en mirar al prójimo como un alma hecha a semejanza de Dios. Cosa que solían hacer santos como San Francisco de Sales, “un modelo exquisito de urbanidad”. En tercer lugar, “tenemos que enseñar a las nuevas generaciones la cultura para con Dios...”, porque si cultivamos las buenas maneras, por ejemplo, en el templo hacia el Padre que está en los cielos y los santos, naturalmente seremos corteses con las personas que nos rodean.

Finalmente, el manual de Educación... pontifica: “Imitemos a la Iglesia, ya que los santos nos dan constantes lecciones de cortesía”. Según Henri Pradel, la liturgia de la Iglesia es una verdadera práctica de buenos modales: “¡Cuántos saludos, inclinaciones ante el Tabernáculo, el Crucifijo, el celebrante! ¡Cuántas recomendaciones para que se cumplan en todas sus parte las reglas prescritas!”. Y algo que acaso sorprenda a muchas lectoras escépticas o, lo que es peor, ateas que se dejan llevar por la leyenda negra de las colonizaciones: “¡Cuántas advertencias hace la Iglesia a los misioneros, los sacerdotes, para que respeten las costumbres del país adonde les toque trabajar!”. Más aún: “Podríamos componer un código de maravillosa civilización con los rasgos más sobresalientes entresacados de las vidas de los santos”.

Las madres, pues, primeras educadoras de tiernos infantes y de difíciles adolescentes deben saber que “cuanto más profundamente cristianos sean criados, tanto más distinguidos serán”. Este tema merece la preocupación de los pedagogos porque se trata de una labor que no debe limitarse “a hacer relucir la fachada, a hacer relucir un barniz que bajo apariencias seductoras pueda perfectamente ocultar a un malvado”. La cortesía, se afirma, es la disciplina de los instintos egoístas. Mientras que lo contrario facilita las faltas a la moral, es decir, el pecado. Para la castidad, por caso, la descortesía presenta graves riesgos: “Detrás de la molicie de ese cuerpo que se abandona, surge la sensualidad, y tras ella ya sabemos hasta dónde puede llegar...”. Mejor ni mentarlo y seguir el ejemplo de Santa Inés, virgen y mártir, tan cortés que, condenada a muerte por el emperador, fue capaz (según el Calendario Perpetuo de Santos, de Albert Christian Sellner) de alentar al verdugo para que cortara rápidamente su cabeza.

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