Viernes, 12 de octubre de 2007 | Hoy
VISTO Y LEíDO
Por Liliana Viola
Después de vos (After you)
Leonor Silvestri
Editorial Ardiente Claridad
27 páginas
La pantera que nos es dado divisar de lejos –así Borges definió al gato– tiene mucha suerte, eso es sabido. La imaginación de Oriente y de Occidente, la que surgió en el pasado más remoto y también la de las poetas jóvenes ahora, se fija en los gatos. Lo que no se sabe es si es suyo ese carácter críptico y cercano a las cosas que los humanos no pueden ver, o si se trata de un don legado por quienes los contemplan ronronear cerca del fuego.
Leonor Silvestri es, definitivamente, una de estas últimas y su libro de poemas, ya lo dice la ilustración de Cristina Lancelotti que aparece en la tapa, es un libro de amor y de gatos.
La observación de estos amigos suyos, dueños de casa tanto o más que ella –Alí, Blanquita y Anita– la vuelven una sutil interpretadora de movimientos y respiraciones, de pasos en la oscuridad, modos de echarse a pensar o de atrapar una mosca.
A partir de esta serie nos enteramos de gatos “anarkistas revolucionarios, cubanos anticapitalistas” o de “las claras intenciones sexuales hacia ella”, de la existencia de alguna gata nada felina sino sirena de mar.
Breves, ligeros, aviesos y nada crípticos, los poemas parecen imitar, o tal vez vivir presos, del movimiento gatuno. Quien escribe, como al pasar, tiene patita bronceada y como todos, “es gato de la calle, taco aguja, gatos bowie/ Gatos t-rex/ Todos tenemos 17, 18, 19/ Ni más/ ni menos/ la mejor edad”.
El amor es visto así: mutua domesticación, incomprensión, capricho y ronroneo. El libro comienza con una dedicatoria a “Pepe, en mi recuerdo y en mi piel, siempre”. Luego de leído lo leído, todo hace pensar que ese tal Pepe, como ella y como tantos más, pertenece a la categoría de aquellas panteras lejanas, o del otro, el de Chsesire, que se va y viene. –¡Vaya! –se dijo Alicia–. He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa... ¡pero una sonrisa sin gato!
–Pero quien no ha tenido gatos, no puede entendernos, lindo... –dice Silvestri, mientras una sonrisa queda suspendida entre un poema y otro, como prueba de nada.
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