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Por algún motivo, ataca en forma de necesidad impiadosa a las chicas de la tele y la radio, y se ensaña con especial virulencia sobre aquellas que se sienten llamadas a cumplir un rol especialísimo en el reino mediático. Tan fuerte es la compulsión por complacer (y llegar a ser únicas en el mundo de los hombres) que las complacientes no dudan en tragarse todo principio que alguna vez pudieron tener para ser niñas buenas y serviciales con el deseo ajeno, es decir, masculino: si comparten la mesa del noticiero, se ríen de chistes aburridísimos cuando llega el momento del desfile o ellos hablan de fútbol (no, ellas nunca saben); si son movileras en una radio, se bancan sin chistar que todas y cada una de sus intervenciones sean precedidas por el rapto baboso del conductor de turno (¿a quién le importará qué tan bonita sea la movilera si es buena periodista?); si están en un panel chimentero... suelen tener el flequillo ratonero, jugar a ser re pero re-re-inteligentesmm y hacer mohínes de bebita enojada cuando son acusadas de protagonizar romances con hombres famosos que, oh casualidad, vinieron bordando el caminito de sus carreras. Lo grave de la complacencia, chicas, es que se empieza negando que una tenga ideas propias para no disgustar a los muchachos, y cuando quieran acordarse van a terminar convertidas en un florero con escote.