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Malas noticias para aquellas mujeres sensibles que habían saludado con alegría la reivindicación de lo que alguna vez se llamó –en algunos círculos selectos– héterogay y el vulgo bautizó metrosexuales, es decir esos hombres valientes que no por varoniles le escapan a los cosméticos, las cremas humectantes, el esmalte de uñas y otros afeites. Se trata de una burda expropiación de ese término de etimología desconocida por parte de algunos diarios chilenos que lo usaron, nada más ni nada menos, que para mentar a nuestro ex presidente riojano en ocasión del nacimiento de su último hijo. Es verdad que el Carlos de marras se tiñe el pelo, luce uñas manicuradas y es posible confundírselo con un muñeco de torta ¡pero eso no es un metrosexual! ¿Cómo pueden compararlo con bombones del tipo David Beckham, Kurt Cobain –que alguna vez lució corpiño de encaje– o -permiso, me voy a arrodillar– David Bowie? Un metrosexual –o un heterogay, que es más cariñoso– no es un señor que lucha contra el tiempo haciéndose picar por avispas sino uno que asume su masculino encanto sin temor a confusiones burdas ni chanzas de bar –como en el que suceden las vetustas polémicas– por más que robe camisas del guardarropas de sus amigas y comparta con ellas los secretos de una piel hidratada. Queridos y queridas colegas chilenos, entendemos su necesidad de mofarse del padre del heredero de Cecilia, ¡pero no entreguemos en manos tan viles una categoría nueva y llena de esperanza para las mujeres sensibles que buscan almas acordes!