TALK SHOW
Niños/as maltratados/as
(O de cómo las rubias vedettes puestas a cantar pueden aplanar cerebros en formación)
Por Moira Soto
Chiquipín pin pan, chiquipín pin pan/ Chiquipín pin pan, chiquipín pin pan/ Chiquipín pin pan, chiqui chiqui pan/ Chiquipín chiquipín, chiqui, pin, pin, pan/ Chiquipín pin pan Panam.” No, no es un chiste ni una cargada: es la letra de la canción con que la ex azafata de Gerardo Sofovich promociona la muñeca que la representa (“ella endulzó mi vida/ es mi mejor amiga/ somos muy confidentes/ Pin Pan nunca me miente”) en el inenarrable programa supuestamente infantil “Yo soy Panam” (lunes a viernes, y domingos, a las 11.30, por Canal 9).
¿Cómo es posible que en el país de María Elena Walsh, de Hugo Midón, de Adela Basch, de Graciela Cabal, de Judith Ashkoshki, de Pro Música de Rosario, se maquinen programas tan zafios, tan ramplones destinados a los infantes? ¿Por qué se suele poner tanto énfasis en el tema de la violencia televisiva y los niños, y nadie se escandaliza frente a producciones estéticamente feas, conceptualmente estúpidas, conducidas por personas totalmente inapropiadas? Este menosprecio de la TV hacia el público infantil no es nuevo, pero al menos en temporadas pasadas hubo un “Agujerito sin fin” (lo mejor que hizo Weich en su vida), Midón logró dirigir algunas ediciones de Vivitos y coleando, Manuel Wirtz en “No te quedés afuera” intentó sumar contenidos culturales con humor, Laura Leibeker le hablaba con los chicos de igual a igual en Cablín, canal del cual salieron los integrantes de otro divertido programa para chicos, “Pulgas en el Siete”.
Panam, en cambio, dedica casi todo su programa al autochivo, desde cada bloque y también desde las tandas, incitando a los niños al consumismo. Imagínense qué rebusque: ella firma las letras de los temas (Laura Franco), anuncia que va a “hacer teatro” pronto en Mar del Plata, vende sus juguetes. ¡Y encima canta! “Uno, dos y tres/ no puedo acordarme/ cuál viene después”, o “Ay achís, ay achís/ cómo me pica la nariz”. Después viene la parte del turismo (“Ven, te voy a llevar/ sólo dime dónde quieres llegar”) y los diálogos imposibles con toscos muñecotes (el Castor, el Pavo, el Cangrejo, la Gusana, esta última burda copia del estilo Jim Henson, el de “Plaza Sésamo”). Fíjense qué gracioso: el Pavo dice que necesita pavaciones, que se quiere ir a Mar de Ají, pero por suerte el Castor nos explica que se confundió: “El ají es un pimiento y el ajo, un condimento”. Panam plantea un serio enigma: ¿para telespectadores de qué edad se supone que es este programa? ¿Todavía alguien creerá que la poco carismática animadora despabila los ratones de los papás? En este caso, ¿qué clase de papitos toleran que sus hijos sean entontecidos por semejante producto?
El sábado y domingo, a las 12 y siempre por el 9, emerge otra “conductora” de infantiles, ésta surgida de las huestes femeninas de Nicolás Repetto: Caramelito, firmante también de las letras de las canciones que desentona (la música no la ayuda, hay que decirlo). Los muñecotes de Caramelito son menos rústicos, los bailarines más grandes y mejor preparados y la conductora se cambia más veces de ropa. Pero la compulsión a vender (“corré a comprar los CD...”), la ineptitud para relacionarse con las/os crías/os y la calidad de las canciones compiten en franca paridad con Panam. Pruebas al canto: “Porfi, porfi, por favor,/ muchas gracias digo yo,/ buenos días, buenas tardes,/ buenas noches y me voy...” (tema: “Porfi”); “Todos caminamos por un mismo camino,/ todos merecemos estar mejor (...) Esta democracia es nuestro hogar y nido (...) Unamos nuestras fuerzas, aquí queremos estar todos unidos” (tema: “Esnuestro país”, que Caramelito interpreta con remera celeste y blanca). Cuando le toca el turno a “Tus derechos” (“Quiero que recuerdes a tus derechos, que siempre vayan contigo...”), llega la hora de preguntarse: ¿estos programa no violan los derechos de los/as chicos/as a tener una TV que los considere personitas inteligentes, receptivas, sensibles, curiosas, en plena formación? Vale recordar que en la sesión general de Naciones Unidas, el 20/11/59, se firmó la resolución 1386 que dice que los niños y las niñas “tienen derecho a desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable, en condiciones de libertad y dignidad...”.