María Laura Díaz*
› Por María Mansilla
“Suspendan la actividad. Que suspendan la actividad.” La doctora María Laura Díaz, ginecóloga y obstetra, consultora externa del Programa Nacional de Salud Sexual y Reproductiva, no entendía nada. ¿Por qué las nuevas autoridades del Ministerio de Salud les pedían de esa forma –inesperada, violenta- que apagaran las computadoras? Estaban en el área de Cyber Salud haciendo la actividad programada, una videoconferencia de capacitación con profesionales de distintos puntos del país.
Esa mañana hablaban de la anticoncepción como estrategia contra la muerte materna. Otras mañanas, por esa vía o en persona o a través de manuales o juegos, hablaban de parto respetado, atención pre y pos aborto, de hormonización para trans, de parteras colocadoras de DIU, de derechos, de atención en cárceles....
Así, el Programa Nacional de Salud Sexual y Reproductiva llegaba a los agentes y a vecinxs de todo el país; hacía actualización profesional, mejoraba el acceso y permanencia en el sistema, era el cable a tierra para que las leyes toquen la vida de la gente.
Lo que más le entusiasmaba a la obstetra era cómo en algunos lugares el tema anticoncepción ya estaba instalado. En esos intercambios lo que surgía como una demanda urgente era empujar las fronteras de lo considerado normal. ¿Cómo atajar la diversidad sexual, qué decir, qué recetar, cómo acompañar? ¿Cómo atender los casos que llegaban a partir de la Ley de Fertilidad?
“Qué aire, qué libertad”, suspira María Laura Díaz hoy, casi 8 de marzo, mientras hace memoria sobre esta movida pionera que el ex ministro Ginés González García definió necesaria por una cuestión de “ética social”.
“Era una fiesta. Y ahora nos toca hablar despacito. Pero hay que salir de la angustia, el miedo y la tristeza.” Díaz no sueña que el Misoprostol vuelva a estar en la lista de Precios Cuidados; pero sí desea que el Programa “tan groso en avances” siga funcionando con la misma fortaleza.
Su vinculación con el Ministerio nacional no sabe como seguirá, si seguirán las capacitaciones. Participa de las asambleas que realizan sus compañerxs despedidxs siempre y cuando no coincidan con sus guardias en el hospital porteño donde coordina el equipo de Atención a las Víctimas de Agresión Sexual. Trabaja también en la línea 136 opción 3, la Línea Mamá, de CABA.
Con tanta cancha en las guardias, esta médica de ojos transparentes desarrolló un sexto sentido frente a las mujeres que buscan información para abortar. “Percibo esa tensión que les genera contar que van a hacer algo considerado ilegal, aunque se enmarque en la legalidad, porque lo viven como si fuera algo malo, dan explicaciones”. María Laura Díaz entonces se transforma en Lala, el sobrenombre-contraseña que nos pasamos todas.
Lala es madre de tres varones; el de 26 años vivió hasta hace unos días en el acampe contra Monsanto de Malvinas Argentinas (Córdoba). Hasta allá, para abrazarlo, cada tanto va Lala. Como ama la astrología, la última vez que fue se sumó a una bendición a la luna llena, una forma de proteger ese espacio arraigado desde hace más de dos años.
Al volver a pisar Buenos Aires se estrelló con otra realidad. “Cada vez hay más miedo. Esto te pone en un brete de mierda: cuando tengo una mujer adelante, ¿cómo no la voy a atender? Qué hago con mi saber, ¿me lo guardo?”
Lala tiene una compañera, partera, que por una cuestión vital y generacional dice que lo que pasa le vibra igual que en la dictadura. Ambas improvisan una receta para ese diagnóstico y se refugian en lo que llaman sincronicidad. Díaz pone una casualidad como ejemplo. Cuenta que el otro día una chica llegó pálida a la guardia; hablaron más que de aborto seguro. Ya son amigas en FB, y pronto se unirán en alguna plaza. La paciente (docente recién despedida) las invitó a sumarse a las acciones del grupo El Aguante Educativo, donde participa. Allá irán las mujeres a hablar de sexualidad. “Cuánto aprendizaje. Para mí esto ya no es trabajo. Es parte de mi vida”, piensa Lala mientras tanto.
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