Vie 04.03.2016
las12

La despeinada

Ana Oberlin

› Por Luciana Peker

Se recibió de abogada a los veintidós años. Pero su horror no eran las notas de lengua, matemática o derecho comercial. En el boletín del deber ser de su escuela primaria sintió la vergüenza en el casillero de higiene familiar. La maestra del barrio FONAVI, de Santa Fe, la acribilló con un “escasa” porque su pelo iba revuelto, suelto, destrenzado y no –como correspondía a una niña- prolijamente ajustado por sujetadores de rebeldía capilar. Su mamá, Ana Berraute, tenía varios pecados encima. Estuvo presa durante la dictadura de Juan Carlos Ongania y salió de la cárcel el 25 de mayo de 1973, con la amnistía del ex Presidente Héctor José Campora. Fue perseguida, doblemente, por la dictadura de 1976 que le quitó a su esposo y padre de sus tres hijos René Oberlin, uno de los fundadores de Montoneros en Santa Fe. Ana se refugió en un departamentito para sobrevivir y salía temprano a cuidar a otros chicos en un jardín de infantes. Sabía cuidar, trabajar y sobrevivir. Entre las trenzas o la vida eligió la vida. Pero a la maestra le parecía escaso.

A su hija, Ana “Pipi” Oberlin la humillación sobre su pelo autónomo fue una de las muchas vivencias de soledad que pudo espejar a partir de su integración a H.I.J.O.S.e H.I.J.A.S por la Identidad y la Justicia contra el Olvido que impulsó a abrir en Santa Fe, en 1995. Su nombre se hace apodo porque, también, es una forma en que su papá se hace presente. Ana nació el 7 de agosto de 1976 con el apellido falso de Blasco y la clandestinidad como única forma de pujarse en la vida. Un año después, antes de ser encontrado en una panadería de Burzaco, su papá le enseñó a caminar mientras la llamaba “venga mi Pipi loco”.

Pipi siguió el camino de pedir justicia por él y por muchas y muchos. En el 2007 comenzó a trabajar como abogada en la Secretaría de Derechos Humanos y desde el 2007 hasta el 30 de noviembre del 2015 fue Directora Nacional en Asuntos Jurídicos en materia de derechos humanos. “Hicimos cosas muy importantes como impulsar los juicios de lesa humanidad; trabajar para que a las chicas presas en el pabellón trans dela cárcel de Ezeiza se las llamara por su nombre -como decía la ley- y gestionarles el DNI; el registro de femicidios; pedir perdón en nombre del Estado a L.M.R, en La Plata, por no garantizar el derecho a un aborto no punible y a L.N.P., una adolescente qom violada, en Chaco. Fue muy importante la decisión de pasar de un Estado que viola derechos humanos a un Estado que pide disculpas a las victimas”, rescata.

Desde el verano vive en Urquillo, Córdoba con su compañero Beto Bernuez (uno de los actores de Thelma y Nancy, la parodia de dos señoras gorilas que exorciza lenguas de mano dura). Su cuerpo le pide una tregua de amor, humor y amigas que le regalan Nutella. Pero no logra dulcificar el retroceso en políticas de derechos humanos. Por eso, advierte sobre los cambios: “A mí lo que más me preocupa son las políticas con los juicios de lesa humanidad y que hayan recibido al Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (que definen a los desaparecidos como terroristas subversivos). Le costó mucho al pueblo argentino que se entendiera que no hubo dos bandos, sino terrorismo de Estado. También me preocupan los despidos en la Secretaría de Derechos Humanos y en el programa de Verdad y Justicia y que se terminen vaciando esas políticas fundamentales. También es una provocación que Barack Obama, presidente de uno de los países responsables de las dictaduras latinomericanas, venga cuando se cumplen cuarenta años del golpe. Pero la contundencia de la marcha del 24 de marzo va a ser la mayor respuesta”.

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