Viernes, 29 de octubre de 2010 | Hoy
Por Ivonne Trias *
En plena cotidianidad de café y tostadas de un desayuno pacífico, la noticia inverosímil de la muerte de Kirchner puso en marcha una sucesión de imágenes de la última década. El desastre de 2001, Maxi Kosteki, Darío Santillán, los presidentes fugaces, la sensación de que nuestra hermana gigante, Argentina, se disgregaba. Que, a pesar de la legítima rebeldía popular, las asambleas barriales, la recuperación de la calle como lugar de encuentro y de protesta, no cuajaba una propuesta política alternativa.
Ante mis ojos de uruguaya –ojos de indiferencia hacia “las internas” que dividen a los argentinos que deberían estar juntos– había allí un peligro distinto al de los años ’70.
Por eso miré con suma atención, sin desconfianza pero sin expectativa, la llegada de Néstor Kirchner al gobierno. Vi la ardua recuperación de una institucionalidad básica, indispensable para traducir las demandas de los argentinos. Vi la capacidad de plantear las reglas de juego en la vida interna nacional con los partidos pero también con las rémoras militares.
Kirchner fue para mí aquel gobernante que mostró a sus conciudadanos –y a los nuestros– que era posible respaldar desde el Estado la lucha por la clarificación y la justicia respecto de los crímenes de lesa humanidad. Que era posible hacer bajar de la pared el cuadro indeseable de Videla sin que estallara una guerra. Para mí, como compañera y familiar de uruguayos desaparecidos en Argentina, amargada por la incapacidad de los gobiernos uruguayos para dar paso a la justicia sobre esos crímenes, hubo un momento de sosiego el 24 de marzo de 2004 cuando Kirchner pidió perdón, en nombre del Estado argentino, “por la vergüenza de haber callado durante veinte años de democracia...”.
Esos derechos humanos, los afectados por el terrorismo de Estado, son una parte de los derechos colectivos, una parte que cobra sentido en el marco de las luchas generales por la justicia social. Por eso, desde esta región de América del sur que ha dejado atrás los años de autoritarismo, resultan vitales los pasos de afirmación. Pasos como el respaldo del Estado a los juicios contra los crímenes de lesa humanidad, pero también pasos como el que dio en 2005 la IV Cumbre de los Pueblos, en Mar del Plata, rechazando el Tratado de Libre Comercio (ALCA). O la rápida alerta de Unasur ante el golpe de Estado en Honduras o en Ecuador. Pasos de dignidad e integración en los que está la figura de Kirchner, recordando que no hay procesos irreversibles y que lo que hemos conquistado hay que defenderlo y afirmarlo.
Aun con la incapacidad crónica para entender el peronismo que tenemos los uruguayos, creo que Kirchner contribuyó frontalmente a crear una base desde la cual los conflictos grandes y pequeños, nacionales, binacionales o internacionales, se hicieran inteligibles, dialogables. Menuda tarea.
* Escritora y periodista. Ex directora del semanario Brecha. Actual redactora responsable de la revista Noteolvides.
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