CONQUISTO LA CORONA AL GANAR POR NOCAUT TECNICO EN EL OCTAVO ASALTO
De pizzero a campeón del mundo
La historia de Héctor Velazco, consagrado campeón mundial OMB de los medianos el sábado a la noche en el Luna Park, es la prueba de que la clase obrera del boxeo llegó al paraíso. Pudo haber definido antes el combate ante el flojo húngaro Andras Galfi, y el tamaño de su corona es discutible, pero ganó con completa justicia.
Por Daniel Guiñazú
Alguna vez pizzero, alguna vez albañil y alguna vez recolector de residuos, Héctor Velazco es, desde la madrugada del domingo, el nuevo campeón mundial interino de los medianos en la versión de OMB. Velazco, el mismo que se cansó de correr inviernos por las playas de Villa Gesell, el mismo que se aburrió de aguantar madrugadas en la rotonda de entrada de su ciudad, esperando que un auto o un camión lo llevasen a Pinamar, a Mar del Plata o a cualquier lugar donde hubiere un gimnasio y tipos dispuestos a trompearse con él, sintió sobre el ring legendario del Luna Park que el futuro empezaba a indemnizarlo de tantos sacrificios, y que la utopía de un mañana mejor se transformaba en algo posible. Héctor Velazco, el boxeador de minorías, el que nunca había sido capaz de reunir más de 1000 personas en un estadio, convocó más de 9000 almas en las tribunas del Luna y sueña. Desde ayer, no para de soñar. En silencio.
La porción de campeonato del mundo que Velazco conquistó al vencer por nocaut técnico al comienzo del 8º round al húngaro Andras Galfi, está entre paréntesis. No ganó la totalidad de la corona de la Organización Mundial que sigue ostentando el namibio Harry Simon, sino, apenas, el tramo que ésta liberó desde el momento que el campeón se está recuperando de un terrible accidente automovilístico en Londres que causó muertos y heridos y que le provocó a Simon fracturas en sus piernas y brazos. No es seguro que Simon vaya a subirse otra vez a un cuadrilátero. Mientras eso se decide (tiene seis meses para hacerlo), Velazco se prueba el cinturón y no puede creer lo bien que le queda.
A los 30 años que cumplirá el martes de la semana que viene, Velazco (o el Artillero, tal su fe de bautismo pugilístico) no siente que ha tocado el cielo con las manos. Sabe que el triunfo sin vueltas del sábado por la noche en el Luna Park es recién el kilómetro cero de una carrera que empezó a los 16 años, cuando fue a un gimnasio de Villa Gesell y en su primer guanteo le dieron una paliza de la que tardó más de un mes en reponerse. Y que cambió sin que él lo imaginara, el día que su primer entrenador, el ya fallecido Antonio Mammarella, lo recomendó a Osvaldo Rivero para que lo programara en “Nocaut 9”, su ciclo de boxeo televisado. A Rivero le gustó ese muchacho fuerte y callado, trabajador como pocos. Pero en ese momento, ocupado como estaba en orientar las carreras de Coggi, Vásquez, Castro, Domínguez y Salazar, sus campeones mundiales de entonces, no le prestó demasiado atención y Velazco retornó a Villa Gesell, dispuesto a hacer de todo para vivir y a entrenarse en los pocos ratos que le dejaba la pelea diaria por el título de la subsistencia.
El destino volvió a unirlo con Rivero, el día de 1998 que su nuevo preparador, Mario Gribcic, contactólogo y dueño de una óptica en Pinamar, lo llamó para pedirle ayuda. Acaba de fallecer la madre de Velazco y aquel joven esplendoroso estaba en crisis, abatido, lleno de deudas, sin ganas de pelear. Rivero le abrió sus puertas otra vez. Pese a que Ariel Arrieta lo noqueó en el cuarto round (su única derrota antes del límite), decidió que nunca más se fuera de su lado y le vaticinó que, de su mano, iba a llegar a ser campeón del mundo. Lo demás es historia fresca.
Sin embargo, la novela de este joven pobre no tuvo un final clamoroso, bañado del rugido de la multitud. La gente no explotó cuando le levantaron el brazo en señal de victoria y, en cierta medida, fue lógico: Velazco no es un boxeador mediático. Pelea poco (su combate anterior había sucedido hace siete meses), habla lo indispensable, es conocido apenas en el ambiente y por eso, no conectó con el público. Mostaza Merlo, Menotti, Perfumo, Pampita Ardohain, Santo Biasatti y Antonio Grimau, entre muchos otros, fueron al Luna atraídos por la marca registrada de un icono de Buenos Aires. Velazco fue la excusa, apenas, para otra noche de magia y emoción.
Además, su victoria no estuvo rodeada del aura épico que suele envolver a los títulos del mundo. Galfi (71,250 kg) no justificó ni su cuarto lugar en las discutibles clasificaciones de la OMB ni la chance que le llegó derebote por las deserciones de los dos primeros del ranking, el alemán Bert Schenk y el inglés Wayne Alexander. El húngaro, lento, estático e inexpresivo, no asumió la iniciativa, no lo dejó venir a Velazco (72,250 kg) para contragolpearlo, no anticipó, ni se propuso controlar el centro del ring. En una palabra, no hizo nada de nada. Como si no hubiera tenido ganas de ganar. Como si hubiera subido al ring vencido de antemano.
Velazco peleó solo. Y eso impide ponerle mas énfasis a lo mucho y bueno que hizo. Pudo haber definido mucho antes si se lo hubiese propuesto o hubiese afirmado algo más sus manos, estuvo fuerte, rápido y decidido, desde la media distancia, dio un concierto de zurda en jab y directo a la cabeza y en gancho a los planos bajos de Galfi y remató su obra de demolición con su derecha cruzada a la cabeza. El húngaro fue incapaz de barrer, bloquear o cabecear uno solo de los muchos golpes que cobró del argentino y su rostro aniñado terminó enrojecido en el primer round, el pómulo derecho amoratado en el 4º, la nariz cortada en el 5º y al final del 7º le pidió al árbitro portorriqueño Samuel Viruet que el médico lo revisase porque veía doble.
Cuando se constató que no mentía, Viruet decretó el nocaut técnico, Velazco se hincó sobre el ring y miró hacia lo más alto del estadio para dedicarle a la memoria de su madre, el triunfo más grande de su vida. De las tribunas y del ring side, mientras tanto, brotaban tibios aplausos, no más que eso. Ya vendrá el tiempo de las ovaciones.
Héctor Javier Velazco, “un animal del trabajo” como lo calificó Osvaldo Rivero, está donde quería estar. Un pedazo chico de campeonato del mundo de los medianos está en sus manos, en buenas manos. En otro momento, mañana tal vez, habrá que sentarse a discutir si merece ser considerado, ya, como campeón con todas las de ley o hay que esperar la pelea con Simon o que éste comunique qué va a hacer de su vida y de su título, para ponerlo en la lista al lado de Nicolino, Monzón, Galíndez y el “Roña” Castro. Hoy compartimos su alegría. La clase obrera del boxeo llegó al paraíso.