Domingo, 28 de diciembre de 2014 | Hoy
CINE Es una de las primeras películas que se perfila para la carrera de los Oscar y es una historia realmente extraña. Foxcatcher, de Bennett Miller (el director de Capote, con Philip Seymour Hoffman), está basada en la oscura historia real de John Du Pont, millonario norteamericano heredero de una corporación química que en los ’80 se convirtió en sponsor de atletas de lucha olímpicos, actividad en la que gastó fortunas y que derrapó hacia un comportamiento excéntrico regado de paranoia que culminó en el crimen. Steve Carell interpreta al volátil y solitario Du Pont, mientras que Channing Tatum y Mark Ruffalo son los luchadores que al principio intentaría ayudar y con los que acabaría obsesionado.
Por Mariano Kairuz
Era un hombre a una nariz pegado. Debajo de un kilo de maquillaje, que incorpora a su cara una napia aguileña, una piel opaca y manchada y cierta inamovilidad en la expresión que lo vuelve casi irreconocible, Steve Carell interpreta a John du Pont, millonario heredero de la familia de la corporación química DuPont, protagonista de una vida solitaria con algunos episodios oscuros, en Foxcatcher, una de las más tempranas favoritas de la próxima edición del Oscar. El de la nariz y el maquillaje es sólo uno de los trucos narrativos del nuevo film del director Bennett Miller (el de Capote y Moneyball), pero es uno de esos recursos que no puede pasar inadvertido; puede incluso, al menos por un rato, cuando nos damos cuenta de que ese que está ahí, enigmático y algo sombrío, es Carell, resultar un poco distractivo. Tampoco es que Carell sea uno de esos comediantes que rara vez se asoma al drama y que cuando lo hace llama la atención por su casting a contrapelo (como le pasa a Jim Carrey, digamos); ha hecho de todo, pero su fama se debe fundamentalmente a protagónicos como el de la serie The Office, y a películas como Todopoderoso 2, El reportero, Virgen a los 40 y El Súper Agente 86. Pero éste es, sin desmerecer su actuación, su Oscar-trick: la transformación física que acompaña la anímica.
Sin embargo, dice Miller en las entrevistas que le dio a la prensa internacional desde el estreno de la película en el último Festival de Cannes, la razón por la que encontró en Carell al actor perfecto para hacer de Du Pont es que hay un intenso lado oscuro en todos los grandes comediantes que se mantiene reprimido, y que impresiona cuando se le da la oportunidad de entrar en escena. Piensen en El Rey de la comedia, con Jerry Lewis y De Niro, dice, y tiene sentido. Lo fundamental era que, aunque Carell no ha hecho únicamente comedia, “la mayoría de sus personajes en el cine y la televisión suelen tener una suerte de ‘núcleo mullido’, un espacio confortable y suave, que lo vuelve confiable”, esencialmente amable, un tipo bueno, del que nadie se esperaría que hiciera ciertas cosas. Y que eso fue Du Pont, entre muchas otras cosas: el tipo del que nadie esperaría que hiciera ciertas cosas. En particular una, que terminó con la vida de otro hombre, y que si bien no es el suceso central de Foxcatcher, es lo que termina por darle sentido: algo relativo a la naturaleza insondable de ciertas personalidades y psicologías. Hay un crimen, real, ocurrido en 1996 –y que por supuesto fue noticia, pero del que ni siquiera los norteamericanos tienen un recuerdo muy nítido hoy–; no obstante, Miller no apuesta a construir con suspenso la escalada hacia el asesinato que aparentemente nadie vio venir, ni siquiera a entender a los personajes involucrados, sino más bien a observar el misterio, a contemplar personalidades sin terminar necesariamente de comprenderlas.
La historia de Foxcatcher arranca en el ’88 con dos hermanos, Dave y Mark Schultz, ambos campeones olímpicos de lucha por Estados Unidos. Primero lo vemos a Mark (Channing Tatum), dando una suerte de clase motivacional ante un grupo de escolares, exhibiendo su medalla, a cambio de un cheque de unos veinte dólares; y luego tragando a solas una sopa de fideos instantánea como cena. La deprimente sucesión de imágenes lo dice todo en muy poco tiempo: el campeón olímpico de wrestling no vive precisamente de la gloria de su medalla. También, casi sin palabras, entendemos enseguida la interacción con su hermano mayor Dave (Mark Ruffalo), un tipo más seguro de sí mismo y más animado: en la manera en que se trenzan sus cuerpos en el entrenamiento, en el contacto físico, en la postura y tanteo de sus cuerpos y en sus movimientos, se expresan la rivalidad y el afecto, se define una relación de competencia pero también de confianza y amistad. En brutal contraste con el boxeo, esta tipo de lucha (el wrestling) no es una disciplina deportiva muy cinematográfica que digamos; los movimientos se ven tentativos, poco contundentes; les da a quienes la practican una forma y postura y actitud más bien desgarbada. En las pocas escenas iniciales percibimos un mundo un poco apagado, de mucho esfuerzo y, aun a nivel competitivo olímpico, escaso reconocimiento y menor gratificación económica.
Y un día John Du Pont llama por teléfono a Mark. Representante de lo que los americanos llaman Old Money (los Du Pont hicieron su fortuna con las guerras, fabricando pólvora desde principios del siglo XIX), John convoca a Mark a su enorme estancia en Pensilvania: le dice que quiere esponsorearlo, lo invita a alojarse y que haga sus prácticas allí, donde ha montado el gimnasio para entrenamiento Foxcatcher Team, lo alienta para que, con su vital ayuda, consiga el Oro en las próximas Olimpíadas (Corea 1988), para él, y para recuperar la grandeza de la nación. El discurso patriota asoma una y otra vez cuando Du Pont pretende alentar a sus muchachos, y ésa es la primera clave para entender la personalidad de esta figura solitaria, el hombre que tiene todo el dinero pero que no tiene otra cosa que dinero. Le ofrece a Mark convertirse en su mentor, guía, figura paterna sustituta, amigo, etcétera.
Retratar y preguntarse por la relación entre Du Pont y los dos hermanos Schultz es, aunque siempre un poco difuso, el foco de la película. Du Pont se define a sí mismo y se hace definir por otros como un “ornitólogo, filatelista, filántropo”, y benefactor y “entrenador de lucha”, pero su única relación real con la lucha consiste en pagar para tener un equipo a su nombre que lo considere su líder (y para ganar alguna competencia en la categoría de los veteranos, como queda explícito en una escena muy poco elegante de la película). Reprimido, reprobado y hasta aplastado por la sombra de su madre –Vanessa Redgrave en apariciones breves pero significativas–, la gran tragedia de Du Pont parece ser que no hay en su vida y obra ni asomo de la grandeza y la trascendencia que deberían venir asociadas a la enorme fortuna que le tocó en suerte, y a la historia de su familia. El enigma del hombre parco y con raptos de grandilocuencia –y una temible atracción por las armas de fuego que aflora cada tanto– da lugar al ridículo del tipo que debe pagar por la amistad y el respeto de otros. Así como las atenciones que recibe Mark, y que en un principio parecen liberarlo, independizarlo un poco de su hermano mayor, se convierten con el tiempo en una carga y una atadura.
Aunque jamás se lo menciona de manera directa, hay también una sugerencia de homoerotismo en la relación entre los personajes. “Creo que nunca se hizo explícita ninguna atracción gay (en el reclutamiento de los atletas por parte de Du Pont)”, dice Miller, que además de basarse en las memorias de Mark Schultz, entrevistó a mucha de la gente que conoció al millonario. “Pero parte de la historia tiene que ver con la represión y la negación, por parte de los personajes, de quiénes eran ellos y qué estaban haciendo en realidad. Hay un tema muy fuerte en la ausencia de padre: tanto Du Pont como Mark perdieron al suyo a los dos años de edad. Y ambos tienen una ansiedad y una inseguridad interminables. Es una cosa muy americana, porque en nuestro pasado perdimos a nuestros padres. Al Rey. El regicidio y el parricidio son parte de nuestra historia. Así que esa sensación de que todo-es-posible, de creerse que cualquier cosa puede ser, que marca a los personajes, sale disparada con miedo y paranoia también.” Miller pone en imágenes bastante obvias la sugestión de homoerotismo que las palabras obvian, en particular en un plano que encuadra con fuerte intimidad los cuerpos enredados de Du Pont y Mark en medio de una práctica; así como en otro en el que Du Pont intenta hacerle una demostración con otro de los atletas a su madre, parecería estar haciendo en realidad un coming out desesperado. “Miller y sus colaboradores no cometen el error de sobreanalizar los motivos de su villano”, elogia el crítico Justin Chang en su reseña en Variety, “y confían en que el trabajo sutilmente asombroso de Carell cargue con la credibilidad del relato”.
Aunque Moneyball, la película sobre el polémico sistema de reclutamiento deportivo basado en cálculos matemáticos que les dio nominaciones al Oscar a Brad Pitt, Jonah Hill, los guionistas y a mejor film, fue un trabajo heredado de Steve Soderbergh, los tres largos estrenados masivamente de Miller hasta ahora parecen tener en común ser algo así como “proyectos de prestigio”; el tipo de películas que de algún modo parecen concebidas desde su inicio para atraer a los votantes de la Academia, por sus historias significativas, sus actuaciones-desafío, y por su cadencia: el propio Miller dice que Foxcatcher es un tipo de relato más cercano a la filmografía de Mike Leigh que de Aaron Sorkin, guionista estrella de Moneyball.
A su vez, lo cierto es que Foxcatcher llegó a manos de Miller hace ocho años. Un extraño, el productor llamado Tom Heller que aseguraba tener los derechos de la historia, se le acercó durante un evento en Tower DVD, y le entregó una carpeta con recortes sobre el caso real, diciéndole que lo consideraba el cineasta ideal para hacer una película con este material. Al parecer, se lo decía tanto por la reciente Capote, como por la primera película de Miller, The Cruise, un seguimiento semidocumental de un estrambótico personaje real, Timothy “Speed” Levitch, particular profesional del bus tour neoyorquino. Miller no volvió a abrir la carpeta hasta unos meses después, cuando la encontró haciendo limpieza, la leyó y se obsesionó. Trabajó en varias versiones del guión, el primero con Dave Eggers, y los siguientes con E. Max Frye (que debería ser famoso sólo por haber escrito Totalmente salvaje, de Jonathan Demme) y Dan Futterman, un amigo de sus años de estudio que fue quien le acercó originalmente el proyecto de Capote que terminaría filmando con otro compañero de la Universidad de Nueva York, Philip Seymour Hoffman. Miller (Nueva York, 1966), que tuvo sus epifanías vocacionales viendo una producción teatral comunitaria de Ana de los milagros y Walkabout, la segunda gran película de Nicolas Roeg (“me impresionaron su lenguaje, sus silencios y la corrientes que corren bajo esos silencios”), creyó que tras pegarla con Capote en Hollywood lo iban a dejar hacer cualquier cosa, pero no fue así: fueron muchos años de buscar financiación para Foxcatcher. En el medio barajó duplas actorales (tipo Ryan Gosling-Bill Nighy) pero fue bastante pronto que Futterman le llamó la atención sobre Tatum, que todavía no era ni la promesa de la estrella en la que lo convertirían Comando especial y Magic Mike, sino apenas la pequeña revelación de la película indie Tus santos y tus demonios, de Dito Montiel. Su larga vinculación con el proyecto prueba que su personaje algo taciturno en Foxcatcher no es otro caso de contra-casting de comediante, pero a él también le tocó su propia pieza prostética: tanto él como Ruffalo llevan algo que se conoce como oreja de coliflor, una deformación visible que es producto de los golpes del wrestling y que, aunque podría perfectamente arreglarse drenando la sangre acumulada después de la pelea, los luchadores suelen dejárselo como una suerte de orgullosa chapa de experiencia. (Dicho todo esto, la verdad es que lo de Tatum no convence tanto como lo de Ruffalo, y su actuación, que parecía otra fija para el Oscar, fue por ahora ignorada en las nominaciones de los Globo de Oro.)
Varios periodistas han intentado en sus reseñas y entrevistas con Miller analizar las continuidades con la filmografía previa del director, y mientras que para Edelstein, de Vulture, hay algo del orden del retrato de ciertos componentes esenciales de la organización social estadounidense (“el guión nos dice, tal vez demasiado sutilmente, que no importa lo que nos digamos a nosotros mismos sobre la movilidad de clase en América, los ricos se siguen comportando con la destructividad caprichosa de los antiguos monarcas”), Miller se ha aferrado a la interpretación que le ofrecieron algunos de sus interlocutores desde el estreno de Foxcatcher, acerca de que sus personajes suelen ser, recurrentemente, tipos atrapados en ambientes a los que no pertenecen: Capote, el joven genio matemático de Moneyball, y Du Pont en el mundo del atletismo, así como los Schultz en la propiedad de este representante de las “Riquezas Dinásticas”.
Esta visión, esta aproximación conceptual a la historia es la que parecía faltar, dice, en las notas periodísticas que leyó antes de encarar la película. “Estaba la historia de este excéntrico diletante que había estado viviendo en la casa de su madre, pero faltaban la red de dinero, orgullo, ira y locura que dejó a uno muerto y a otro preso, todo lo que omitían las notas sobre la historia real.” Miller fue viendo de a poco en este universo cerrado de la lucha todos esos elementos con los que juega en su película “como una narrativa de culto: están todos los componentes esenciales; una comunidad desafectada en estos luchadores que no son reconocidos ni retribuidos, un líder carismático que pertenece a otra secta pero que les habla a ellos, una visión de utopista, un aislamiento geográfico respecto del mundo exterior, marcado literalmente por el portón de la instancia, que impone del lado de adentro su propio orden, sus propias reglas y su propia cultura, y una corriente de violencia, porque el curso natural de la narrativa de un culto es que todo termina incendiado”.
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