Domingo, 1 de marzo de 2015 | Hoy
MUSICA A cuarenta años de su edición original, salió una nueva versión de Physical Graffiti, el sexto disco de Led Zeppelin. Toda la discografía de la banda está siendo reeditada en orden cronológico, remasterizada y aumentada con versiones inéditas producidas por Jimmy Page, su mítico guitarrista. La tarea ya está casi concluyendo. Cuando termine, Page piensa formar una banda y salir de gira, aunque es poco probable que sea de la partida su ex compañero Robert Plant. A él no parece desvelarlo: esta tarea de reedición, artesanal y amorosa es su testamento, su legado, afirmación y el orgullo de haber sido parte fundamental de una de las mejores bandas de rock de todos los tiempos.
Por Sergio Marchi
Si, como dice el mito, Jimmy Page le vendió el alma al diablo, Satanás le otorgó un largo crédito. Con flamantes 71 años cumplidos, el guitarrista parece haber recuperado una vitalidad perdida. Algo de esto se pudo observar durante la reunión de Led Zeppelin en el O2 de Londres en el año 2007, para homenajear al gran Ahmet Ertegun, fundador del sello Atlantic y último sultán de la industria discográfica, que había muerto un año atrás durante un concierto de The Rolling Stones. Un Page espléndido y majestuoso, aunque totalmente cano, volvía a reclamar el trono de “dios de la guitarra”.
El 24 de febrero pasado, a cuarenta años de su edición, salió a la calle la nueva versión de Physical Graffiti, el sexto álbum de estudio de Led Zeppelin, cuya discografía está siendo totalmente reeditada, remasterizada y aumentada por Jimmy Page, quien se encargó de hacer de cada uno de estos lanzamientos algo especial, dotándolos de un CD extra o “disco de compañía”, que intenta la improbable faena de reproducir el álbum original pero con versiones inéditas. Al haberse publicado estas reediciones en estricto orden de aparición, sólo quedarán cuatro álbumes más por publicar y la faena estará concluida. Algo como un testamento firmado y validado.
Cuando todo termine, Jimmy Page piensa formar una banda y salir de gira. “Tocar en vivo es algo esencial para mí”, es la frase que más ha repetido en la seguidilla de entrevistas concedidas para anunciar estas reediciones. Y da la impresión de que la conexión a la fuente de su actual juventud es el grupo mitológico que creó, produjo, impulsó y sepultó a lo largo de los años ’70. Fuera de Led Zeppelin, Jimmy Page tuvo una errática trayectoria: un grupo con Paul Rodgers (ex Bad Company), The Firm, pareció un Zeppelin de cabotaje; un trabajo en colaboración con David Coverdale (ex Deep Purple), tan sólo un remedo de su asociación con Robert Plant en los días dorados; una gira titulada Unledded, derivada de un show acústico junto a Robert Plant para MTV, pareció una reunión inconclusa de Zeppelin, y mejor fue el disco de estudios que ambos hicieran posteriormente, Walking into Clarksdale, aunque tampoco dio el peso para la categoría. Outrider, su único disco solista de 1988, voló bajo el radar y no fue detectado por casi nadie.
Da la impresión de que el propio Jimmy Page ha terminado por asumir que cuando se acerca a Led Zeppelin el almanaque se convierte en un pedazo inútil de papeles. La primera vez que remasterizó a Led Zeppelin fue en los ’90 y se lo vio de lo más activo. En 1999 aceptó la invitación del grupo americano The Black Crowes para dos noches de show con material de Led Zeppelin y sorprendió a todos: al público, a sus compañeros de banda y a sí mismo. Y por último, la reunión de Led Zeppelin en el O2, que se pudo ver en los cines bajo el nombre Celebration Day, fue una dosis masiva de Gerovital para todos.
En 2014, Jimmy Page se dedicó por completo a Zeppelin y, oh casualidad, atendió a periodistas de todo calibre, mostró su buen humor y sus pocas pulgas cuando los hombres de prensa pretendieron indagarlo por las orgías zeppelinianas, las drogas consumidas y su interés por el ocultismo. Pero bastaba con que alguien mencionara un detalle musical para que el hombre de la guitarra desplegara su sonrisa y se prodigara en detalles y en nuevos modos de contar lo que ya se contó mil veces. La diferencia es que él estuvo allí y su memoria parece recordar hechos y sacar conclusiones imposibles para cualquier otro, incluyendo a sus compañeros de grupo. El contacto con Led Zeppelin le hace bien a Jimmy Page; le permite hablar de la música, del impacto cultural que tuvo el grupo, y hasta del lugar que ocupa en la historia con contexto y todo. Simplemente, no hay que desviarse del tema hacia pasillos que parece haber clausurado a cal y canto.
Para que la música suene más fuerte, sólo hace falta subir el volumen. Pero ¿cómo hacer que suene pesada? Jimmy Page responde con dos palabras: John Bonham. “Yo trabajé mucho en su sonido de batería y traté de explotarlo al máximo, porque él tenía una técnica muy precisa de afinación de los parches para que se proyectaran bien. Entonces no era una cuestión de poner un micrófono delante de su batería. Al contrario, para alcanzar profundidad hace falta distancia, y por eso yo los ponía escalonados. El empleo del ambiente era crucial, porque la batería es un instrumento acústico y resuena con el ambiente.” Después cuenta la historia de la participación de John Bonham en temas de Paul McCartney, y de la causa de que su sonido sea como el de cualquier otro baterista: porque lo microfonearon demasiado de cerca.
Jimmy Page fue el único productor de todos los discos de Led Zeppelin, y por eso conoce cada truco, cada ruidito y también cómo se llegó a él. Ese camino que condujo a la excelencia del sonido del grupo se forjó a puro experimento, y sabe cuán cerca estuvieron algunos ensayos de generar ese sonido que él tenía en la cabeza y que solamente cobró forma definitiva con la toma final. Es por eso que la actual remasterización de la discografía de Zeppelin también cobra forma definitiva y final en esta ocasión. Final, porque difícilmente le queden otros quince años a Page para poder hacerlo otra vez, y aun cuando llegue a los ochenta y seis, es probable que no tenga los oídos necesarios para la tarea. Y definitiva porque recién ahora, quince años más tarde, la remasterización y los medios utilizados para llevarla adelante están lo suficientemente desarrollados como para que Page pueda abocarse a la tarea de mejorar el legado de Zeppelin sin modificarlo. Hay que recordar que la remasterización no es una remezcla, sino una adecuación sonora; no es un lifting, ni un implante: tan sólo un reacomodamiento muscular para recuperar el tono.
Pero la modificación genética, aunque de manera fantasmática, ocurre con el “disco de compañía” que trae cada nuevo álbum remasterizado. Los tres primeros álbumes de Zeppelin (I, II y III, aparecidos a comienzos de 1969, fines de 1969 y 1970, respectivamente) fueron “relanzados” de manera conjunta como para producir un efecto aluvional, idéntico al estrépito que produce el arranque de “Good Times, Bad Times”, el primer tema de Led Zeppelin conocido por la humanidad, que incluye una lección de doble bombo por cuenta de Bonham... que utilizó un solo bombo.
Hasta el momento, hay un solo disco en vivo dentro de los CD que acompañan al disco original en las remasterizaciones: el del primer volumen, donde el disco extra reproduce un show en vivo en el teatro Olimpia de París, fechado el 10 de octubre de 1969. Llama poderosamente la atención la desprolijidad, cierta falencia en la captura, así como la vitalidad del grupo en vivo, que solía improvisar sin el menor prejuicio, con una precisión digna de un equipo que juega de memoria, aun en ese primer estadío de su carrera. Faltaban once días para la aparición del segundo disco, pero Zeppelin ya interpretaba en vivo “Heartbreaker” y “Moby Dick”, con una prodi-giosa demostración de poder por parte de Bonham. Los quince minutos que insume “Dazed and Confused” son pura maravilla sónica, aunque dejan al oyente exhausto.
En los otros volúmenes, Jimmy Page publica diferentes tomas, con mezclas distintas, o bien versiones instrumentales o que carecen de un instrumento esencial, como en “The Rain Song” de Houses of the Holy, donde no figura el piano definitivo (sólo unas pocas notas). Por momentos, las tomas se hacen indistinguibles de la original, pero si se escucha con atención, sobre todo las mezclas con “voz cruda” (esto es, una toma de voz para guiar al resto), Robert Plant, que alguna vez fue ninguneado por el creído de Jack White (“lo que menos me gusta de Zeppelin es Plant”, dijo, agrandado por la compañía de Jimmy Page en el documental It Might Be Loud), se revela como un cantante excepcional y aun más sorprendente de lo que la memoria recordaba.
En cambio, en los temas instrumentales, el proyecto da la impresión de ser el karaoke más caro del mundo. Sin embargo, uno de los técnicos de grabación que trabajaron con el cuarteto, Ron Nevison, contó hace poco que “Jimmy Page solía poner muy baja la guitarra en la mezcla cruda (la que se hace rápido sólo para ver cómo sonaría el conjunto en la mezcla definitiva), porque quería asegurarse de que la base fuera sólida”. En estos discos replicantes utiliza el mismo ardid, pero para poner de relieve un detalle: el bajo de John Paul Jones, o sus teclados (en “The Crunge”, por ejemplo), o bien la batería de Bonham.
Sobre el resto sobresale el material inédito, como “La la”, no tanto por su calidad, que podría ser también un outtake de Walter y su órgano en plan heavy, sino por su rareza; el medley de “Keys to the highway/ Trouble in mind”, un outtake de Led Zeppelin III, y del mismo disco, “Jennings Farm Blues”, que no es otra cosa que “Bron-Yr-Aur Stomp” en su estado embrionario. La versión alternativa del gigantesco blues “Since I’ve Been Lovin’ You”, es absolutamente fantástica, porque revela la nobleza de la madera sin barnizar. La mezcla opcional de “Four Sticks” hace de Zeppelin algo parecido a Santana en anabólicos, y si la versión original de “When the Levee Breaks” ya era oscura y ominosa, aquí adquiere un poder mayor. El mérito es, nuevamente, de John Bonham, que grabó su batería al pie de la escalera de Headley Grange, la casa que el cuarteto alquilaba para poder concentrarse, donde el eco natural del lugar y el posicionamiento de los micrófonos determinaron uno de los sonidos de batería más imitados (y jamás replicado) de la historia.
Physical Graffiti es la joya de la corona por varias razones. Para muchos, fue el mejor momento de Zeppelin, por su variedad y despliegue; también fue el fruto de ocho canciones que excedían el límite que imponían los vinilos (20 minutos y pico por lado) y que, para poder concretar un doble, como era el deseo del grupo, recibió material de los discos III, IV y Houses of the Holy. Coincidió también con un momento del grupo tan exitoso como crítico; John Paul Jones estuvo por dejar el grupo y dedicarse a dirigir el coro de una catedral: las giras se cobraron un alto precio en su sistema nervioso. John Bonham estaba tan descontrolado que los plomos tenían que tener a mano pañales para adultos, en caso de que el descontrol se extendiera a sus esfínteres. Se decía que, además de haber comprado la casa donde vivió Aleister Crowley, Jimmy Page dejaba la cocaína por la heroína. Robert Plant estaba bien, pero no tardaría en padecer horribles desgracias (un accidente casi lo deja lisiado, poco después murió su hijo Karac de una infección no identificada).
Por fuera, Led Zeppelin era el grupo de rock más importante del planeta, y Physical Graffiti era una flexión muscular asombrosa, aunque despareja. Dejó como gran legado a “Kashmir”, el tema definitivo de Led Zeppelin, que logra una atmósfera pesada como jamás la hubo en el rock, con una majestuosidad exquisita producto de los aires de Medio Oriente, orquestados de manera sublime por John Paul Jones. “Driving through Kashmir”, del disco adicional de la reedición de Physical Graffiti, lo pone de manifiesto, junto a versiones que muestran algunas canciones en proceso de finalización, como “Brandy & Coke”, una premezcla de “Trampled Underfoot”, el experimento funk de Zeppelin.
Lo que parecía ser el Santo Grial zeppeliniano no lo es tanto. Las reediciones de Led Zeppelin chocan con el mismo problema de la serie Anthology de The Beatles: es imposible empardar las versiones definitivas. Y, por ende, estarán restringidas a los fanáticos más completistas. De todos modos, las nuevas masterizaciones ponen en valor un sonido que afectó al rock de un modo decisivo. ¿Puede Zeppelin sonar aún mejor de lo que ya sonaba? Sí, puede; mérito de las artes brujas de Jimmy Page que, por suerte, sólo surten efecto sobre un sonido que ya era magistral en vinilo y que ahora llega en todos los formatos disponibles. Y en todos pasa la prueba con notas muy altas; tan altas como el registro de Robert Plant en la década del ’70, que sigue haciendo de la piel un gallinero.
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