Domingo, 1 de marzo de 2015 | Hoy
FOTOGRAFIA Desde que tomó su cámara en los años ’80, la chilena Paz Errázuriz se dedicó a retratar boxeadores, indígenas, políticas, amas de casa, ancianos, trabajadoras, artistas. Todos sus sujetos tenían algo en común: eran personas que nunca antes habían sido miradas en un país bajo la dictadura y luego la opresiva transición. Este año será una de las representantes de Chile en la próxima Bienal de Venecia, y resulta oportuno recorrer el territorio de Errázuriz, con sus imágenes llenas de afecto y sufrimiento.
Por Andrea Jösch
“Invisible inscripción material de la mirada
de un testigo potencial (...) al interior del
evento...”
Ronald Kay, 1980
En los retratos de Paz Errázuriz (1944), considerada una de las grandes fotógrafas chilenas, ocurre que la mirada de sus retratados se clava en nuestra propia mirada, siendo ellos los testigos de nuestros prejuicios, de nuestros temores, de nuestras dudas.
Desde el inicio de la fotografía, a mediados del siglo XIX, se insistió en el registro del dispositivo como espejo de la naturaleza (de quienes tenían acceso a ella) y como crónica visual de la modernidad. Hablando desde nuestro territorio sudamericano, esto se hacía sin importar que el paisaje se domesticara para tales fines y que los habitantes del lugar pasaran a ser sujetos máquinas (los obreros) o cuerpos salvajes (los indígenas). Uno de los usos más frecuentes de la fotografía fue el registro del viaje expedicionario o colonizador, una forma de sistema de validación visual, que muchas veces estaba enceguecido por las ansias de encontrar un territorio no domesticado, fomentando el supuesto progreso y su industrialización. ¡En realidad, no ha cambiado mucho!
Todo esto en un mundo colapsado de imágenes, en donde la injerencia visual en la construcción de relatos y discursos simbólicos filtrados en los medios o construidos para ellos permite sintetizar estrategias políticas y mediáticas del poder, demostrándonos a diario nuestra manera moderna de sometimiento a través de la visualidad. Pero, a veces, nos encontramos con imágenes que activan la posibilidad de generación de conocimiento y activación crítica.
Deberíamos entonces entender las imágenes como un pilar esencial para la construcción de una ética del mirar, ya que tienen que ver con las formas de entender críticamente el lugar que habitamos. Aprender a mirar, en un mundo en donde la globalización del consumo de la mirada ha hecho lo suyo, pues ya no sólo vemos lo que estuvo programado o ha acontecido, sino que digerimos de forma instantánea lo que está ocurriendo. Jorge Villacorta las nombraría “imágenes sin sufrimiento”. Pero las imágenes no son simples ilustraciones, propagandas, visualidades ingenuas, sino que son ideas potenciales, herramientas de activación crítica y posibilidades de generación de conocimientos.
Los retratos de Paz Errázuriz son un ejemplo de la inmensidad poética que la política de la imagen puede construir. En cada uno de sus retratados, sean estos boxeadores, indígenas, políticas, transeúntes, dueñas de casa, ancianos, trabajadoras, artistas, podemos vislumbrar humanidad.
Enfrentarse a esos seres fijados por la lente de la fotógrafa nos hace volver a creer que, finalmente, el acto creador tiene que ver con la coherencia y la postura de quién obtura y, desde luego, con la capacidad del lector de afectarse.
Eso ocurre con su serie El combate contra el ángel, retratos de boxeadores (1987/88) que se enfrentan a la cámara después de la pelea. Ahí hay poses sugerentes, cansancio en las miradas, cuerpos silenciosos después de la batalla. El boxeador IV, en particular, lleva un polerón con la palabra Penthouse y una copa protectora Casanova; el sudor corre por su entrepierna, mientras sus manos están envueltas en vendas usadas y manchadas. No hay nada ahí (o todo) que nos sugiera erotismo, son palabras que se reinterpretan en la sutileza de su carga simbólica. El lenguaje y la imagen generan efectos de realidad. Estos, sin embargo, son retratos de la extenuación de la sociedad, como si en esos hombres se revelara el agobio de la existencia perimetral en la vida moderna.
O Nirka, uno de los retratados de la serie La Manzana de Adán, de mediados de los ochenta, cuando Chile vivía los peores momentos de su dictadura militar. Ahí, en ese contexto político, esos destellos de sinceridad, de búsqueda incesantes por registrar a los sin voz, se convierten en un hecho aún más relevante. Los muros del cuarto de Nirka delatan la precariedad, cobijada en los sueños traídos por los medios de comunicación, ídolos en afiches que decoran ilusiones, suma coquetería y la valentía de ser distinto, en una sociedad que castigaba, sin miramientos, a los que osaban ser distintos. Aquello era sublevación, estaba prohibido.
En la serie Tango se puede palpar, a través de la mirada, la proximidad de los cuerpos. Esos encuentros nostálgicos, muchas veces con un desconocido, en donde el baile funciona para calmar las penas; es un refugio en medio del clamor, de la espera incesantemente de que alguien nos quiera. O la serie recién expuesta, Mujeres 1992 (Galería AFA, 2015), en donde retrata a unas 50 mujeres de diferentes procedencias sociales, culturales, económicas, políticas. En esos rostros (María Mohor o María Loiza) se puede recorrer parte del paisaje humano en Chile, de un país que entraba a la transición política pero que estaba silenciado, como si alguien hubiera apretado la tecla pausa. Al verlas, entendemos que la velocidad de los tiempos políticos no va sincronizada con los tiempos humanos. Lo que contemplamos y nos afecta son justamente los entretejidos y las historias íntimas, que muchas veces han sido dejadas al margen –arbitrariamente– de los hechos históricos.
Paz Errázuriz se toma su tiempo, a veces años, para fotografiar. Conversa, convive, se hace de amigos, se relaciona. Sus retratados tienen confianza en ella, esto es palpable al recorrer toda su producción autoral, contenida en libros y expuesta internacionalmente, logrando adentrarse en la intimidad de aquellos que viven al margen de la sociedad.
En una entrevista realizada en el marco de la VI Bienal Argentina de Fotografía Documental de Tucumán le pregunté: ¿Tu fotografía es “fotografía documental” o “fotografía autoral”? A lo que me contestó: “Yo la he descrito, aunque es muy difícil, como documento social. Porque realmente es eso, es literalmente eso, son las dos cosas simultáneamente. Pues todos los temas, por mucho que se llamen diferentes y estén situados en distintos lugares, son lo mismo. A la larga estoy mirando desde distintos ángulos la misma cosa”. Entonces, ¿cuál es ese aspecto que se repite para ti?.. “Son personas en donde no se ha enfocado la mirada, todo es sobre ellas. ¿Te fijas?”
Claro, tiene toda la razón. La mirada la ha fijado ella. Estas son imágenes hechas con afecto y con sufrimiento. Se podría decir que, en general, todo sigue siendo parte del mismo sistema entre quien domina y quien es dominado, quien ve y quien es visto, pero aún hay posibilidades de algo de humanidad, eso es justamente lo que hay en los retratos de Paz; y en los tiempos que corren aquello se agradece y se necesita, sólo necesitamos aprender a leer sus imágenes y las densidades poéticas/políticas que nos propone.
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