Dom 21.12.2008
radar

ENTREVISTA > KIKO VENENO PRESENTA LO MEJOR DE SU REPERTORIO

Soy un remedio sin receta

Kiko Veneno es un caso raro: comenzó su carrera con el mítico grupo Veneno y un disco que no compró nadie pero que hoy ocupa el indiscutido número 1 en cualquier lista de los mejores del rock español. Recién 15 años después de aquel debut consiguió un éxito de ventas, y desde entonces, con esa relajada mezcla de flamenco, canción y libertad, no cedió un centímetro. Ni siquiera cuando tuvo que enfrentarse a su discográfica y resignarse a no sacar discos. Con la salida de El mejor veneno como excusa, Radar lo llamó a España para invitarlo a hablar de esa extraña influencia: él mismo.

› Por Martín Pérez

Una guitarra, apenas. Otra que la acompaña. Y recién después de un rato se escucha la voz, casi un hilo en realidad, que canta: “Sólo se muere una vez/ yo creo que eso no es así/ se muere muchas veces/ yo siempre muero por ti”. El nombre de la canción es “Dice la gente”, y desde su primera estrofa queda claro sin ninguna duda que pertenece a ese nombre mágico de la canción española contemporánea que es Kiko Veneno. Al teléfono desde España, Kiko cuenta que el tema en cuestión, que comienza a sonar cuando se abre su site en My Space –y lo bautiza, ya que su dirección es www.myspace.com/dicelagente– forma parte de un puñado de nuevas canciones que asegura cargar desde hace más o menos un año y medio, y que por lo tanto ya están casi listas para formar parte de su próximo disco. “Cuando me entra la ansiedad, el síndrome del náufrago, la obsesión del solitario, corro a ponerle mis maquetillas a la gente que conozco”, explica. Y agrega: “No espero benevolencia ni indulgencia, sólo quiero de verdad verme en los demás, salir de mí”. De la misma manera que, a sus 20 años, conoció el flamenco y le cambió la vida para siempre –al punto de que se internó en esa música, formó parte de la última revolución dentro del género y hasta llegó a componer canciones para Camarón–, Kiko parece ahora abrazar las nuevas tecnologías, que le permiten calmar su ansiedad y poner sus nuevas canciones al alcance de quien quiera buscarlas en internet. “Bueno, tampoco tanto”, se ríe el artista del otro lado del Atlántico. “Lo que sucede es que es un mundo de muchísima participación, para bien y para mal. Pero como yo soy un artista que no está muy vigente para esta generación actual tan informatizada, puedo trabajar con cierta fluidez. Porque mientras los contactos sean espaciados y no tan agobiantes, son muy enriquecedores. Pasa como con todo, ¿no? Las cosas tienen valor cuando uno puede sentarse, y fijarse bien en los gestos de su deseo y de su cariño”. Figura de culto y bien alternativa en los ‘70, masivo en los ‘90 y prócer establecido pero fuera del gran mercado musical hacia el nuevo siglo, a la música de Kiko Veneno nunca le faltan ni deseo ni cariño. Apenas una sola vez en toda su dilatada carrera llegó a Buenos Aires, acompañando la edición de un álbum de reversiones de sus éxitos, titulado Todo Veneno y en el que figuraban como invitados Martirio, Albert Pla y Andrés Calamaro (con el que comparten una gran versión del clásico “Lobo López”), entre otros. Aunque ya anda pensando en sus nuevos proyectos, entre ellos ese futuro disco con lugar para las nuevas canciones que siguen llegando, la novedad es que hay una sorpresiva excusa local para tenerlo al otro lado de la línea, y es la flamante edición de El mejor veneno (Crack Discos), un compilado con lo mejor de su obra, seleccionado por él mismo. “La selección no fue hecha en base a ningún capricho personal, sino que simplemente escuché lo que me decían tanto mis amigos de por aquí, como los de Argentina, que no podía faltar”, apunta Kiko. El resultado es innmejorable, y recorre toda la carrera de un clásico que se mantiene vivo, y cantando.

Los delincuentes y su descendencia

Aunque una frase en la portada anuncia que el contenido de El mejor veneno es una “Selección de sus canciones de 1977 a 2006”, en realidad la gran mayoría de la compilación está centrada en la ejemplar trayectoria de Kiko desde su gran éxito Echate un cantecito (1992), en adelante. La excepción que permite que la cuenta comience en 1977 es la versión original de “Los delincuentes”, un tema que forma parte de ese gran hito dentro del flamenco español que fue Veneno, el mítico disco con que tanto Kiko como los hermanos Amador, futuros integrantes de Pata Negra, se colaron por la puerta del mundo de la música... y casi inmediatamente fueron tirados por la ventana. Un trabajo cuya portada original, en la que salía un ladrillo de hachís, fue rápidamente censurada, y que no vendió casi ninguna copia, pero que cada vez que se hace una encuesta sobre la historia de la música popular española no baja del primer puesto. “Elegí ‘Los delincuentes’ porque es una de las primeras canciones que compuse, y porque siempre tuvo un significado muy especial por eso de ‘el suave viento, gratis y fresco, de mi abanico de cristal’, que dice la letra. Es una canción que siempre creció conmigo y que aún hoy sigo cantando. Incluso hay un grupo muy conocido ahora en España que se llama Los Delinquentes, que se llaman así por esa canción. Es un grupo que yo quiero, respeto y admiro muchísimo, porque me parece que están haciendo unas canciones extraordinarias”.

¿Son herederos tuyos?

–De alguna manera. Son andaluces, y tienen algunos parecidos bastante relevantes, sobre todo la forma de usar la guitarra flamenca, esa forma callejera de tocar.

Luego de ese hito grupal que fue Veneno, a pesar de que en los ‘80 sacaste un disco como Seré mecánico por ti y produjiste los primeros discos de Martirio, entre otras cosas, recién en la década siguiente llegó tu disco solista de maduración, Echate un cantecito. ¿Por qué tardaste tanto?

–Lo que pasó es que yo entré en todo esto con Veneno, y fue una entrada muy a golpe de suerte y de fortuna. Porque yo tuve la oportunidad de grabar ese disco legendario, que no tuvo ninguna repercusión. Fue un disco pensado para el futuro, porque no tenía presente ninguno. Así que me tuve que dedicar a trabajar en otras cosas, porque yo creía en esa música. Eventualmente seguí haciendo discos, como el Mecánico, y haciendo algún tipo de búsqueda, sí, pero realmente recién hasta el año del Cantecito que no consigo entrar de nuevo en la música que yo quiero hacer. Entonces preferí en todo ese tiempo de intentos vanos, trabajar en otras cosas, y no tener que vivir de una música que a mí no me interesaba.

Con el Cantecito buscás lo simple, algo que en tiempos tan superproducidos como los ‘80 era bastante difícil de conseguir...

–Es que siempre me moví en esa dirección. Pienso que el arte que yo puedo abordar es uno simple, porque no doy más de mí (risas). Entonces me encuentro muy bien ahí, buscando cosas sencillas, pero muy esenciales. Siempre he buscado esa simplicidad como una depuración. Llegar a la complejidad de las cosas a través de la simplicidad: esa siempre ha sido un poco mi filosofía, digamos. Por eso tuve una gran satisfacción con el disco del Cantecito. Porque noté que, efectivamente, con algunas estrofas de temas como “Echo de menos” o “El mensajero”, conseguí plasmar cosas muy sencillas pero al mismo tiempo que me iban a dar mucha vida, a mí y a toda la gente.

Canciones como rosquillas

Para conocer mejor a Kiko Veneno no sólo hay que recorrer su obra, sino que también hay que repasar sus polémicas. Como por ejemplo la que provocó una década atrás cuando hizo público un Manifiesto de liberación al terminar su contrato con RCA-BMG Ariola, discográfica a la que quedó atado luego del fenomenal éxito de Echate un cantecito, y a la que Kiko acusó de no apostar jamás realmente por su música. “Escuchando el Plastic Ono Band de John Lennon, escribo este pequeño manifiesto para sacarlo de mi cabeza, esta ‘Canción de Redención’ que, como decía Bob Marley, es todo lo que tengo, mientras mi corazoncito hierva, como cantaba Camarón”, arranca Kiko, que a continuación le echa en cara a su ex discográfica una acusación tras otra: que el Cantecito no hubiese sido el éxito que fue si no lo hubiesen promocionado a pulmón con Juan Perro, y que no pagaron ni un duro por el clip que promocionó el disco siguiente, Está muy bien eso del cariño (1995), dirigido nada menos que por Santiago Segura. Y que en medio de la grabación de Punta Paloma (1997) lo abandonaron a su suerte, y el disco tuvo que salir como estaba. “Es un disco que escucho con emoción y con mala leche”, escribió entonces. “Esos sonidos guitarreros, esos ambientes, ¿para quién son? Antes de publicarlo, la compañía ya había tirado el disco a la basura”. El calvario del contrato sin terminar con una compañía que le dio la espalda llegó a su fin con Puro Veneno (1998), aquel disco que lo trajo por única vez a Buenos Aires. “¿Ves? Todo tiene su parte buena”, dice ahora, con una sonrisa que apenas si se imagina del otro lado de la línea.

¿En qué quedó aquella discusión?

–Es que no hay discusión posible. Digamos que al mundo lo veo de la siguiente manera: la mentira y el poder dominan siempre, léase Bush o Reagan. Eventualmente un Kennedy o un Obama pueden alumbrar la luz, pero sólo para darnos un poco de moral para seguir adelante. Esa es mi visión del mundo, así que si me voy a enfrentar con una gran multinacional, una clase de corporación a la que responden lógicamente los estados, la economía y la bolsa, sé que no tengo ninguna posibilidad de ganar. Simplemente lo hice como una denuncia personal, humana y social, para intentar sensibilizar a los compañeros y la opinión pública. Pero legalmente no tengo ninguna opción para discutir con ellos: me dan dinero si me lo quieren dar, y me lo quitan si me lo quieren quitar. Y me tengo que conformar, no hay ninguna posibilidad que pueda argumentar contra ellos o litigar...

Para cuando sacaste El hombre invisible (2005), también escribiste sobre la sobreabundancia de canciones del mercado musical de entonces...

–Digamos que tenemos un cupo. Nosotros somos los que nos planteamos nuestro horizonte, pero a veces nos lo plantean y entonces tenemos que atenernos a esa realidad. Cuando nos dan alas pues volamos, y entonces hacemos canciones. Tomadas de a una en una, como contaba Agustín Goytisolo, las canciones nos hacen bien y nos clarifican y nos ayudan. Pero a veces tienes tantas, que es imposible que tengan calidad, por una simple ley aritmética. No hace falta tanta belleza en la vida ni tanta poesía, hace falta la poesía justa para hacer soportable la vida, y la belleza necesaria para vivir con alegría.

Decías que antes de los ‘60 y ‘70, había en el mundo pocas canciones, pero que eran eternas. Que entonces se escribieron en el mundo cantidad de canciones que van a durar para siempre, pero que en los últimos años había demasiadas canciones que no servían para nada...

–Cuando se hacen las canciones como rosquillas, pues no te llega ninguna. El mecanismo es de saturación, pero hoy la gallina de los huevos de oro reventó, y hay tanto oro en la olla que ya no tiene valor, siguiendo con la metáfora.

Como autor de canciones, ¿dónde te ubicás ante semejante panorama?

–Lo único que puedo hacer es seguir haciendo canciones, que es lo que creo que sé hacer, e intentar difundirlas. Y tratar de prepararnos para los tiempos que vengan. Porque esta sociedad de consumo tan banal, en que la patada de un futbolista puede costar miles de millones... Es una cosa horrible, que dice muy poco del valor de la vida y de la dignidad humana. Así que para un autor como yo el camino sigue siendo el mismo: hacer canciones para ganarme la vida, hacer una canción que mañana pueda cantar a mis amigos, y reírme yo, y reírme con ellos, sentir, y expresarme. Y esperar ese momento en que las canciones me vayan quedando apelotonadas porque ya no me salen, porque me estoy haciendo viejo. Espero tener suficiente buen humor para poder decir: La canción ésta me esta saliendo apelotonada, perdonen ustedes (risas). Pero yo tengo mucha fe en la creatividad, tanto de los niños, como de los jóvenes, como de los viejos. Así que espero cuando sea viejo hacer canciones muy cortitas, pero sabias.

Papito Veneno

Además de ese próximo disco para el que sigue componiendo canciones como las que se pueden escuchar en su My Space, otro nuevo proyecto de Kiko Veneno está asociado a la discográfica con la que se enfrentó, y que aún es dueña de sus discos. Si aquel Puro Veneno fue un álbum que aún recuerda como fallido, que debió ser en vivo pero terminó siendo en estudio, ahora le han propuesto hacer un homenaje casi a manera de reparación de daños, regrabando sus canciones más famosas con sus artistas preferidos. “Será a la manera del Papito, de Bosé”, intenta explicar Kiko, que ya está trabajando con Javier Limón como productor. Por supuesto, se deduce que allí estarán sus amigos Los Delinquentes y Muchachito Bombo Ifierno (con músicos de ambos conjuntos Kiko formó en su momento un colectivo bautizado el G-5), así como La Mala Rodríguez y Albert Pla (“Su nuevo disco es fantástico, ‘No me gusta como soy’ es una canción extraordinaria”, cuenta), y su admirado Jorge Drexler. “Me gusta mucho lo que hace, a pesar de que aquí en España tal vez no se le comprende bien porque habla tan bajito”, confiesa. “Es que los españoles somos más gritones. Quizá no lo supimos comprender del todo, pero hay muchos que lo amamos”. Cuando es evidente que la nota se ha terminado y llega el momento de las despedidas, Kiko se pone, digamos, efusivo. “Me gusta mucho Argentina, y me gusta mucho ir para allá, así que procura hablar mucho de mí”, bromea. “Los argentinos me gustan porque hablan mucho. Los españoles somos más borrachos, pero allá la gente se mete en los cafés para hablar y hablar, algo que me encanta”. Se hace imposible no dejar como última pregunta la obvia con cualquier entrevistado extranjero. Y Kiko responde: “Cuando me dicen Argentina pienso en Buenos Aires, claro. Pero si me das una segunda opción puedo pensar en Di Stéfano. Su cabeza era un balón, era la vieja, digamos, como le llamaba. Entonces el pasto y el cielo se confunden, y veo ahí un sitio especial. Y pienso también en Alberti y en los años que pasó en Buenos Aires. Su exilio plateado, viendo las nubes que venían del mar y le recordaban la forma de España”.

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