Domingo, 15 de diciembre de 2013 | Hoy
ENTREVISTA Fue uno de los rostros masculinos de los años ’60: el joven de Teorema, el protagonista de la primera película de Ken Loach, el novio de Julie Christie. Tanto que, cuando la década terminó, casi se lo lleva puesto. Pero Terence Stamp persistió, logró reingresar a la industria como el general Zod de la Superman de Richard Donner y, pasados muchos años, se convirtió en un verdadero icono del cine, algo esquivo y selectivo, pero absolutamente fascinante. El jueves que viene se estrena en Argentina La esencia del amor, su nueva película, con Vanessa Redgrave, y Radar charló con Stamp sobre cómo es filmar a los 75 años, por qué ya no le gustan las películas de superhéroes y cuál es el secreto de su particularísima carrera.
Por Mariano Kairuz
“¡Muerte al hijo del carcelero!” Aunque filmó más de sesenta películas a lo largo de medio siglo de carrera, trabajando con directores muy prestigiosos como Peter Ustinov, William Wyler, Fellini, Ken Loach, Pasolini, John Schlesinger, Stephen Frears y Steven Soderbergh; aunque fue uno de los rostros más notorios de la joven guardia de estrellas surgidas de la Inglaterra más proletaria en los swinging sixties (junto con Peter O’Toole, Albert Finney, Michael Caine), Terence Stamp es reconocido por varias generaciones de espectadores a lo largo y ancho del mundo por uno de los personajes más pop, caricaturescos y bizarros que le ha tocado interpretar: el general kriptoniano Zod, villano de Superman y (especialmente) Superman II, los films con Christopher Reeve. Stamp no sólo no reniega de aquella entrada en la enciclopedia del cine de entretenimiento masivo que le ha ganado infinidad de seguidores, entre ellos muchos nerds y freaks que quizá no vieron ninguna de sus otras películas, sino que recuerda aquel trabajo con respeto y sincero afecto. Cuando se encuentra por la calle con alguien que cree reconocer al general golpista condenado a prisión eterna en el espacio infinito por el padre de Superman (a partir de entonces, “¡el hijo del carcelero!”), Stamp le ofrece confirmación gritando, como su personaje: “¡Arrodíllate ante Zod, bastardo!”.
“No vi la nueva película estrenada este año con el nuevo general Zod, y no la pienso ver, y la razón es que mi recuerdo de los films que hice con Donner fue uno de los grandes momentos de mi vida”, le dice a Radar en entrevista telefónica, días antes del estreno local de uno de sus últimos films, La esencia del amor (A Song for Marion). Una de las razones por las que recuerda con tanto afecto aquellas pioneras películas de superhéroes –de cuando este género hoy omnipresente estaba lejos de ser el negocio más rentable de la industria–, es que Superman llegó en un momento en que Stamp llevaba casi una década sin trabajar, y el papel que le ofrecían era perfecto para su transición de “galán protagónico a actor de carácter”.
Su ascenso al estrellato había sido veloz: Ustinov lo eligió para un papel en Billy Budd, marinero (también conocida como La fragata infernal, 1962), y su actuación en esa experiencia bautismal le valió una nominación al Oscar. En los siguientes cinco, seis años se convirtió –a través de films como Teorema, de Pasolini, El coleccionista, de Wyler, el mediometraje Toby Dammit de Fellini, la opera prima de Loach, Pobre vaca, y Lejos del mundanal ruido; su legendaria convivencia con Michael Caine, que se hizo famoso aceptando el papel de Alfie que Stamp rechazó; y sus largos romances con la supermodelo Jean Shrimpton y con Julie Christie– en uno de los iconos de la década: “Estaba tan identificado con los ‘60, que cuando se terminó, sentí que me había extinguido con ella. No tenía ni treinta años y a mi agente le decían que estaban buscando a un joven Terence Stamp. Y antes que quedarme en casa a escuchar cómo no sonaba mi teléfono, decidí irme de viaje”. Su periplo espiritual por la India duró unos ocho años. Cuando, en 1977, recibió un telegrama invitándolo a reunirse con el director Richard Donner para un personaje en Superman, incluyendo la promesa de compartir escenas con su ídolo Marlon Brando, se subió a un avión de inmediato, todavía con la “toga naranja” puesta.
“Había estado sin trabajo tanto tiempo que estaba realmente listo para un muy buen papel, y el general Zod era justamente eso: en él puse todo lo que había estado haciendo los siete años previos, y por eso pude interpretarlo tan templado, mientras que lo que estaba sintiendo era muy intenso –dice–. No importa lo que hoy se diga sobre las películas basadas en historietas, éstas fueron las mejores, porque tenían un guión maravilloso con un gran sentido del humor. No estoy interesado en lo que hacen hoy con este tipo de material. Lo que Richard Donner hizo con Superman no estaba dirigido al mínimo común denominador, no era como esas películas que se hacen ahora que apuntan solo a los chicos. Por estos días es simplemente cada vez más difícil encontrar películas que sean adultas, que traten realmente sobre algo. Probablemente al principio de mi carrera hubiera estado dispuesto a hacer cualquier cosa en el cine. Pero ahora sólo quiero hacer películas que me resulte divertido hacer, películas como la que hice con Soderbergh hace unos años –Vengar la sangre (The Limey)– y que no me parece que la industria vaya a volver a hacer muy seguido. Películas que tocaban las emociones de la gente, en las que yo veía que la gente podía sentir lo mismo que yo... Por eso es que cada vez filmo menos.”
Sin embargo, Stamp ha dicho reiteradamente que filmar La esencia del amor fue una de las mejores experiencias de toda su carrera en el cine. “En todos los años que estuve haciendo películas –dice– hubo momentos en los que me sentí de verdad completamente unido a aquello que estoy haciendo, en los que encontré un nivel de emoción auténtico. Es algo que uno no puede planificar, que no se puede estimular. Es tan solo algo que ocurre a veces, y que hace que uno sienta que lo que está haciendo es absolutamente real y apropiado.”
Hay motivos para creerle a Stamp cuando dice esto, para no creer que lo dice por puro compromiso, o que es el verso promocional de costumbre a la hora de estreno: después de todo, es un actor con suficiente trayectoria como para arrogarse el derecho a contar sin vueltas cuando algunas de sus experiencias en cine no le resultaron satisfactorias, como cuando integró el cast intergaláctico de Star Wars: La amenaza fantasma, asunto que lo aburrió de muerte (“Estoy seguro –dijo– de que George Lucas es un visionario, pero está interesado en los juguetes y los efectos y no en los actores”). En La esencia del amor interpreta a un hombre mayor, algo áspero y gruñón, emocionalmente hermético, incapaz de comunicarse con su hijo, que acompaña a regañadientes a su esposa, enferma de cáncer, a sus prácticas en el geriátrico coro local.
Entre otras cosas, hacer esta película significó para Stamp la oportunidad de trabajar en el cine junto a Vanessa Redgrave, que hace de la esposa enferma, la Marion del título original. Una oportunidad que dejó pasar muchos años atrás en su carrera y por lo que, cuenta, nunca dejó de lamentarse. “El tema con Camelot, lo que lamenté durante tanto tiempo –dice refiriéndose al musical que Joshua Logan filmó en 1967, que protagonizaron Redgrave y, finalmente, Richard Harris en el papel que Stamp rechazó– es que había rechazado el papel por miedo, porque creía que no iba a poder cantar suficientemente bien esa banda sonora. Con los años me di cuenta de que debería haberla hecho. Cuando apareció el proyecto de La esencia del amor, en un principio experimenté el mismo tipo de reservas, por tener que cantar en la película. Estaba un poco indeciso, cuando me dijeron que Vanessa había aceptado hacer el papel de la esposa. Por eso, sumado a que el nombre de mi personaje era Arthur, como el caballero Arturo, y que ambos debíamos cantar, sentí que era una llamada del universo que me estaba dando una nueva chance. Cuando llegué a esta conclusión, ya no tenía ningún miedo.”
Al escuchar cantar a Stamp en la película, se tiene la misma impresión que expresa la directora del coro en la ficción (la ex chica-Bond Gemma Arterton): la de descubrir un talento natural que el propio actor había mantenido escondido del público por años. Aunque dice no haber tenido mucho tiempo para preparar esta interpretación en particular –donde canta el tema de los años ‘50 “How do you Speak to an Angel”, “The Most Beautiful Girl”, de los ‘70, y “Lullaby”, de Billy Joel–, de algún modo Stamp se estuvo preparando toda su vida. “Cuando trabajé con Laurence Olivier en mi segunda película, La otra mentira (Term of Trial, 1962), me dio un consejo que, como Larry era mi ídolo, yo me tomé muy en serio. El sabía que yo sentía que mi voz era un poco finita, por lo que me dijo: ‘Siempre estudiá tu voz, cuidala, entrenala, porque, cuando con los años empieces a perder tu apostura, tu voz va a ir ganando poder. Todo el trabajo que uno hace con su voz es como depositar dinero en el banco’. Así que siempre lo hice, desde ejercicios de respiración hasta clases de canto. En La esencia del amor no hubo mucho tiempo para prepararse, y hubo que grabar en el escenario que se ve en la película, delante de la gente, como en el teatro en vivo, en una sola toma; lo bueno que salió de esto es cierta espontaneidad.”
La otra cosa que conectó a Stamp íntimamente con A Song for Marion es que interpretar a Arthur, finalmente, significó para él interpretar a su propio padre. “Basé a Arthur directamente en él. El mundo estaba emocionalmente cerrado, por completo, para mi padre; nunca lo vi mostrar ninguna emoción profunda. Sin embargo, con los años entendí que este hombre seco tenía muchos sentimientos; lo que pasaba era que, sencillamente, no los mostraba. Era increíblemente reservado y su gracia salvadora era que sólo demostraba su amor por mi madre; ella pudo tener lo mejor de él. Una vez que decidí que la clave para hacer a Arthur era mi padre, cada vez que tuve un problema con el personaje pensaba en él: qué hubiera dicho Tom en tal situación, cómo hubiera reaccionado él... Mi hermano Chris, que falleció hace poco, vino a la première de la película en Toronto el año pasado, a pesar de que estaba muy enfermo, y lloró durante toda la proyección. Al terminar me dijo que lo habíamos captado a la perfección: ‘Ese en realidad es mi padre’.”
A sus saludables 75 años, Stamp lleva publicadas tres autobiografías, así que está claro que no tiene ningún problema en reflexionar sobre su vida ni en hablar sobre su pasado, lo cual hace más sencillo preguntarle qué se siente al interpretar en el cine a un hombre de su edad, rodeado por la idea de la muerte de seres queridos, e inevitablemente tan consciente de su propia mortalidad. “Es un tema que a mí me viene muy naturalmente –dice–. Es que estuve trabajando en películas durante tanto tiempo, que mi gran bendición consiste en que puedo ver realmente todas las cosas maravillosas que vienen con la edad. Entiendo que para la mayoría de la gente no sea así, porque cuando uno llega a los 70 sabe que va a morir más pronto que tarde; pero yo, que he tenido una carrera tan extraordinaria, me doy cuenta de todas las cosas buenas que el paso del tiempo le ha aportado. Y mi carrera, mi trabajo como actor, ha sido siempre mi gran preocupación, ya que no estoy casado, no tuve hijos, nunca gané mucho dinero. Esto es lo que he hecho, lo que hago. Cuando miro hacia el pasado puedo ver la suerte que tuve de haber podido vivir de lo que me gusta. Al salir mi primera película me dije, es maravilloso, quiero vivir de esto, y cuando estrené la segunda pensé, quiero tener una larga carrera. Hacer sólo las películas que me gustaban implicó muchas veces trabajar en producciones en las que había poco dinero, por lo que había que trabajar rápido y mucho, y como esto era físicamente demandante, empecé a cuidarme desde muy joven. A darle a mi cuerpo más lo que necesitaba que lo que quería, pero por eso he llegado a los 75 con una salud muy sólida. Por eso también es que hacer La esencia del amor fue una de las experiencias más ricas de las que he formado parte: cuando estoy frente a la cámara, estoy atento a algo en mí, que no es sujeto de paso del tiempo, algo que no es ni viejo ni joven, algo que está hecho a prueba de la edad, algo conmovedor, revitalizante, que intento poner en todo lo que hago en el cine.”
Y si tuviera que cambiar una sola cosa de su carrera, ¿cuál sería?
–Bueno, creo que probablemente debería haber trabajado más. Siempre fui muy selectivo y dejé pasar muchas cosas. He hecho películas porque necesitaba dinero, pero puedo decir que un 90 por ciento de las películas que hice las hice porque quería, y la pasé muy bien. El largo tiempo que pasé sin trabajar en mi vida fue por elección, fue un tiempo en el que necesitaba saber qué quería de la actuación y qué quería hacer de verdad. Pero hoy creo que debería haber trabajado más.
Y queda todo dicho. Arrodíllense ante Zod.
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