Domingo, 15 de diciembre de 2013 | Hoy
TELEVISION Desde el 2000, la periodista Ana Cacopardo viene llevando a cabo uno de los mejores programas de entrevistas que se puede ver en la tv: Historias debidas. Entre la información y la densidad emocional, este año el programa amplió sus invitados a personalidades latinoamericanas, desde Camila Vallejo hasta Alvaro García Linera y, ahora mismo, se puede ver una serie especial enmarcada en los 30 años de la democracia. En esta entrevista, Cacopardo cuenta cómo fue formarse en La Plata en los ’80, cómo sabe hasta dónde puede y quiere preguntar y cuál es el secreto de sus delicadas conversaciones, que siempre consiguen reflexionar sobre la historia reciente.
Por Angel Berlanga
En algún momento de la última Historia debida, que emitió esta semana el canal Encuentro, Ana Cacopardo le pregunta a Macarena Gelman por el relato casi pueril que le contaban sobre su origen, aquello de que la dejaron en una canastita en la puerta de la casa de quienes serían las personas que la criaron.
–La canastita inclusive tenía una nota que decía “La nena nació el primero de noviembre, soy la madre y no la puedo cuidar” –cuenta Macarena–. Hay una cosa que a mí me impresiona mucho, y es que era una letra de alguien que parecía zurdo. De mano, ¿no?, no de...
–Sí, por la caligrafía... –apunta Cacopardo.
–Exacto. Y yo no pude evitar pensar, y bueno, espero que no... Pero mi mamá era zurda. Yo espero que no le hayan hecho escribir eso.
Por sus diversos caudales de riqueza, es difícil encontrar la cara más valiosa de Historias debidas, el ciclo de entrevistas que Ana Cacopardo empezó a ofrecer allá por el 2000, en Canal 7. Decía ella, por entonces, en un reportaje de este diario: “Cuando se analiza a quiénes se les da micrófono en la televisión, se encuentra a los mismos personajes que circulan por todos los canales, respondiendo las mismas preguntas y dando las mismas y previsibles respuestas. Nos debemos programas de reportajes donde se investigue. Y una conducción que no sea histriónica, que no pretenda ganar el protagonismo que debe tener quien viene a contar su historia”. Fiel a esas premisas, el programa entrega en cada envío una pieza de colección, que siempre consigue profundizar, que inclina al entrevistado a meterse en zonas propias de las que contó poco o nada. Por referir al ideario, por oído y por ir algo más atrás en el tiempo puede mentarse aquella sección que publicaba el suplemento de cultura del diario La Opinión, “Historias de vidas”, en las que los entrevistados aparecían contando en primera persona sobre su propia biografía, obra, peripecias, pareceres, asuntos sobre los que previamente habían narrado a un redactor.
“Sigo disfrutando mucho de hacer este programa –dice Cacopardo en el bar del Centro Cultural Haroldo Conti–. Por los personajes y porque uno explora dos dimensiones que siempre ofrecen cosas nuevas. Está la dimensión subjetiva, que a mí me importa siempre explorar, y también la otra, que es fundamental y siempre busco articular, que es ese lugar donde el testimonio de fondo también te permite revisitar o repensar la historia presente, la memoria colectiva. Revisitarla significa redescubrir cosas; eso que a veces es el gran relato se convierte en primera persona, en un relato mucho más denso, más complejo: eso siempre te sorprende. Por supuesto, haciendo el tipo de entrevistas que me interesa hacer, la de fondo, la entrevista como ese formato madre del periodismo. El programa articula, además, un vínculo que es más propio de la producción documental que de la tele, una agenda distinta, en fin, varias razones que propician la aparición de cosas que no son previsibles.”
El programa que protagoniza Macarena Gelman fue el primero de una miniserie de cuatro que Encuentro estrena este mes, en el marco de los 30 años de democracia: el del próximo miércoles se centra en Carmen Argibay, y los sucesivos estarán dedicados a Liliana Felipe y a Nilda Fernández. Observa Cacopardo que el género, en televisión, está bastante bastardeado: “Porque una buena entrevista requiere de un profesional que se involucre, que trabaje y produzca –dice–. Yo formo parte de un equipo que investiga. Más allá de estilos, hay gente que hace una visita al género admirable, porque te aporta información, densidad en las emociones: sentís que detrás de eso hay un piso de profesionalidad que respeto y celebro. Y después está lo que vemos en la tele comercial, que es lo que pondría en ese formato de bastardeo, en el sentido más básico de poco serio, efectista, donde la verdad no interesa. En todo caso, me pongo del otro lado del mostrador.”
¿Cuáles serían esas zonas de bastardeo, esos tics?
–Acá aparece una dimensión fundamental, la de preguntar, y eso depende de cada persona. Doy un ejemplo, para que se entienda: una de las entrevistas que más me conmovieron de los últimos años fue la que le hicimos a Sonia Sánchez. Ella fue explotada sexualmente durante seis años, pero hoy es una militante de género, y ha hecho de su experiencia con esa violencia una militancia: tiene un discurso político muy sólido, escribió un libro fabuloso, Ninguna mujer nace para puta, que también se convirtió en eslogan y pintada en muchas paredes. Un punto con ella fue cómo transitábamos el relato de esa etapa en la que ella fue explotada y prostituida, porque por un montón de razones era un borde: por su vida íntima, porque hoy está en otro lugar, porque es quizás un lugar muy traumático, el infierno mismo para Sonia. Y sin embargo, y esto lo conversamos con ella, acordamos que era necesario ponerlo en palabras, porque tenía un sentido político hacerlo. No morbo, sentido político, porque luego de escuchar su relato era ineludible y comprensible su conceptualización de la prostitución, que es violencia y explotación, y no es trabajo. Sonia se encuadra ahí; por supuesto, hay militantes que piensan otras cosas y la definen como trabajo. Pero entonces, ahí, tuvo sentido. Y fue durísimo. A esa especie de disociación instrumental que los periodistas tenemos, donde vos vas creando empatía con tu entrevistado pero al mismo tiempo mantenés una distancia que te permite no perder conceptos de la historia, por dónde vas y qué querés preguntar, en la entrevista con Sonia sentí que se me iba a la mierda cuando contó cómo en un prostíbulo del sur la iniciaron violándola 25 clientes. Y ella quiso contarlo, quiso contarlo. No podía, se quebró, y dijo: “Carajo, voy a contarlo”. Y lo hizo.
“Me parece que con cada historia se va tejiendo cuál es el borde –sigue Cacopardo–. Macarena, por darte otro ejemplo, está todavía armando una historia con muchos huecos. Para tratar de ser clara: ella habla de sus padres de crianza y de sus padres de su familia biológica, no usa la palabra ‘apropiadores’. Ella protege mucho a su mamá, y con su padre de crianza tiene una cantidad de dudas, interrogantes que está desandando. También ahí hay límites, los que te impone la prudencia y la sensibilidad, en la medida en que conocés que es el relato de una historia muy traumática. En esos sitios se juegan las definiciones y los bordes.”
“En cada una de las historias que elegimos siempre hay, diría, un sentido político: están por alguna razón”, apunta Cacopardo. En Historias debidas a los invitados no se los defenestra, ni se los gasta, ni se les disputa protagonismo, ni se les rebajan sus ideas: si están allí, es porque hay ganas de que cuenten, a salvo de deditos acusadores, reproches, sornas mal disimuladas o genios encarnados en periodistas agudos. “En esto que es una suerte de conversación, donde también necesito pensar con el otro, puede haber diferencias, pero no confrontación: se ponen arriba de la mesa, más bien, distintos puntos de vista en el marco de un relato –dice–. Siempre todo es muy respetuoso, porque en nuestro caso las historias que elegimos tienen un conjunto de tópicos, valores, ideas, que a nosotros nos interesa poner en la agenda pública. En este juego también hay muchas figuras no públicas, que transitan por el ciclo local y también por la versión latinoamericana.”
¿Tus modos de decir buscan dar espacio a estas voces? Como una especie de “desplazamiento del yo”.
–Y sí, completamente. En ese recorrido, en esas historias que se van tejiendo, también hablo, sin duda. Es un ejercicio que tenemos que hacer los entrevistadores: la intervención justa y la escucha. La escucha es mucho más que el silencio, que para mí también es fundante. La escucha es una sensibilidad de gestos, es el cruce de miradas, es el cuerpo; todo eso genera condiciones donde hay un desplazamiento del yo, podríamos decir. O, en todo caso, un desplazamiento en función de unas condiciones, que puedo crear en parte como entrevistadora, pero no nos olvidemos de que en el lenguaje audiovisual los dispositivos son muy invasivos, cámaras, luces; hay un equipo fantástico, que comparte esa ceremonia del encuentro, hay una investigación previa, un vínculo, y me parece que con ese conjunto de elementos suelen surgir cosas distintas, aun con personajes que han sido muy entrevistados.
Desplazamiento del yo, se insiste: Cacopardo habla del equipo, e insiste a su vez en que se mencione aquí al director Andrés Irigoyen, al montajista Martín Trejo, a los productores Pablo Spinelli, Mariana Alcántara y Lucía Lubarsky. “Me parece que la mejor expresión de ese yo está en la trama que construyen esos relatos, donde probablemente están mis preguntas, mis dudas personales, mi pertenencia generacional –dice–. No es un dato menor: soy de los ’80, de la generación que se formó con el nacimiento de la democracia. Empecé la universidad en plena primavera democrática, y para mí eso no es una marca en el orillo. Yo, que era una joven que venía de Necochea, que crecí en el silencio respecto de lo que sucedía en el país durante la dictadura, llegué en 1983 a La Plata y me encontré con una ciudad que resultó iniciática. Imaginate, empecé a escuchar los primeros relatos de Estela de Carlotto, de Hebe de Bonafini, ambas platenses: mi identidad política está fuertemente moldeada por la agenda y los movimientos de los derechos humanos, es lo que me definió ideológicamente, es de lo que me interesa hablar. Me parece que juntando mis propias derivas con estas agendas se va tejiendo qué hay de Cacopardo en todo esto. Ese corrimiento, por supuesto, es una decisión, pero es una decisión activa, para que esas historias fluyan.”
A lo largo de este año, Historias debidas se expandió a una temporada latinoamericana, con trece capítulos realizados en Chile, México, Guatemala. Por citar algunos ejemplos: en Santiago entrevistó a Camila Vallejo, en Oaxaca al padre Alejandro Solalinde y en Guatemala a la líder maya Rosalina Tuyuc, coordinadora de la Comisión Nacional de Viudas. Para 2014 habrá otra serie de entrevistas hechas en Bolivia al vicepresidente de Evo Morales, Alvaro García Linera, al cineasta Jorge Sanjinés, a la dirigente cocalera Leonilda Zurita; en Colombia entrevistó a Jorge Blandón, director del grupo cultural Nuestra Gente, que trabaja con colectivos juveniles de Medellín en disputa con el narcotráfico; desde México, llegarán las voces y las historias de la cantante y compositora Lila Downs, de la dirigente indígena muxe Amaranta Gómez Regalado y de Carlos Cruz, ex pandillero y director de Cauce Ciudadano.
Además de este crecimiento hacia lo latinoamericano, Cacopardo observa una evolución del programa hacia lo documental: hubo uno sobre los 40 años del golpe de Pinochet el año pasado, habrá otro sobre las comunidades autonómicas zapatistas en Chiapas el año que viene, por citar un par de ejemplos. “Porque más allá de que el programa está estructurado en torno de la conversación, a ese encuentro, también cuenta y narra toda la producción de exteriores que acompaña al relato biográfico –explica Cacopardo–. Esa dimensión documental fue creciendo en la serie local y es más significativa en la de Latinoamérica, porque una de las intenciones es dar cuenta de este momento en el continente.”
“Uno encuentra una Latinoamérica que busca construirse desde conceptos que tienen que ver con la solidaridad, con la justicia: con eso tienen que ver los personajes que elegimos –dice Cacopardo–. Lo que más me conmovió es todo lo nuevo que viene de los pueblos originarios, todo lo que vienen a decirnos las comunidades mayas o aymaras, en muchos sentidos. En su cosmovisión y también en sus búsquedas políticas, que son ineludibles, y por eso tienen la fuerza que tienen. Por eso los mayas son protagonistas de las experiencias silenciadas del zapatismo, una originalísima forma de democracia directa; o del clamor de verdad y justicia en Guatemala, a pesar del presidente y genocida Otto Pérez Molina: 300.000 mayas fueron asesinados durante los años del conflicto armado; o la construcción revolucionaria de los aymaras en Bolivia, con un horizonte de expectativas que se corrió completamente. Sin que esto que digo implique una mirada idealizadora o romántica de lo indígena, que también está atravesado por cantidad de contradicciones, veo ahí una construcción nueva, otra relación con la madre tierra y con la construcción comunitaria.”
Dice Cacopardo que observa una dimensión latinoamericanista fuerte, expresada en situaciones como el apoyo a Evo Morales cuando el intento de golpe, o en cómo el movimiento estudiantil chileno se nutre de los modelos de educación pública, o en el uso de las redes sociales de las generaciones más jóvenes. “Pero el Mercosur cultural tiene todavía unas cuantas asignaturas pendientes –dice–. Se han hecho cosas interesantes, sobre todo en lo que tiene que ver con el cine documental o la ficción, pero muy poco para lo que me parece un terreno muy fértil. Telesur fue y es una excelente idea, pero lo veo todavía a mitad de camino, todavía muy venezolano; quizás la idea original era construir una señal con un acento un poco más latinoamericano, más regional: creo que eso todavía no se logra. Ahí hay un camino para transitar, y la Argentina tiene mucho que aportar en eso.”
Al final de cada programa, Cacopardo propone a cada invitado que mire una fotografía propia, antigua, para entablar un diálogo imaginario. Buena ocasión para que pruebe su propia medicina. Doble dosis, porque resulta que elige un par de imágenes de su álbum de infancia. En una está en el jardín de su casa, en Necochea, con el uniforme de la escuela de monjas. “Veo en esa niña una enorme curiosidad, una niña solidaria gracias al clima de ideas que había en mi casa y que siempre cultivaron mis viejos –dice–. Y veo en ese uniforme la inscripción de la cuestión católica sembrando parejo culpas y certezas. Creció en el silencio respecto de la dictadura y debieron pasar muchos años para que entendiera por qué sus padres tenían miedo y le decían a su hermano mayor, que estudiaba en la universidad, que no se metiera en política.” En la segunda foto está sentada en una escalera, con unas bermudas y el pelo recogido con una colita medio desaliñada. “Esa foto me gusta porque veo un gesto rebelde, con el que me reconozco –dice–. Yo era la hermana más chica, y la única mujer entre primos varones, y me aburrían tremendamente los juegos reservados para las niñas. Volvía de andar en bicicleta por la playa. Me encantaban las historias de barcos hundidos. Me gusta la actitud desafiante de esa foto. Y ese mar, al que siempre vuelvo.”
Los próximos capítulos estreno de Historias debidas se emitirán los miércoles a las 23 por Encuentro. En la página del canal, www.encuentro.gov.ar, pueden verse todos los capítulos anteriores del programa.
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