Domingo, 15 de diciembre de 2013 | Hoy
MUSICA 2 Grabado en Melopea de manera totalmente analógica y coproducido por Litto Nebbia, La Luna, tercer disco de la cantante y compositora Luciana Tagliapietra, es un racimo de pequeñas joyas íntimas, labradas y arregladas artesanalmente. Doce canciones que hacen, de la confesión, casi un arte en sí mismo.
Por Juan Ignacio Babino
Luciana Tagliapietra bien podría haber dibujado o pintado o escrito literatura para contar un poco su mundo. Pero –aunque de todo eso, haga un poco de cada cosa– ella hace canciones. Bien podría también decirse que compone canciones, pero en el cosmos de esta tucumana sub 30 es más preciso decir que las canciones se hacen: la hechura de la canción como búsqueda, como proceso, el verbo sin conjugar dejando que el infinitivo sugiera una constante que no se detiene. Canciones que, claro, cuentan mucho de su mundo. Hoy, parte de todo eso habita en La Luna, su tercer disco editado recientemente.
El árbol genealógico más próximo de Luciana evidencia una esencia musical: mamá (Adriana Tula) reconocida cantante de folklore; papá, músico y guitarrista de, entre otros, Jacinto Piedra. “Después de tantas músicas que uno absorbió y escuchó es difícil encasillarse en un lugar en particular, en un estilo. Yo soy muy musical y me prendo a lo que venga”, dice, inocultable la tonada tucumana, la suave sugerencia provinciana al decir. Si bien en una primera escucha las canciones de La Luna resuenan pop, de a poco se descubre algo que excede a ese mote y que, de todas maneras, lo simplifica. El disco es, en definitiva, un disco de canciones. “El género desde el cual a mí me gusta cantar y decir, es canción. De hecho, cuando anoto las canciones en Sadaic y tengo que tildar un género en la planilla, entre rock, pop, folklore o lo que sea, yo pongo canción. Que es para mí un género porque tiene que ver con la autoría y con la música auténtica, partiendo y haciéndose desde todas las influencias que uno tiene pero teniendo una propia manera, una propia voz”, explica. Un disco, en definitiva, de canciones hermosamente arregladas. Por ejemplo, “Así” tiene una fortísima impronta Beatle, “Muchacho fiel” intriga desde su colchón de teclados en clave mid tempo y “El Gigante” (junto a Litto Nebbia) inquieta desde el principio con esos preciosos arreglos de cuerdas.
¿Sentís que este disco tiene un sonido que lo diferencia de los anteriores, Los Domingos (2009) y Diagrama de Ben (2011)?
–Sí. En los discos anteriores tratamos de crear un sonido, de inventarlo, y éste tiene la particularidad de los aportes de todos, de esa cantidad enorme de instrumentistas que grabaron, que de alguna manera son el “ejército de la luna”. Por eso suena de otra manera. Grabamos el sonido de cada instrumento de la forma más natural posible. El proceso de composición fue de más o menos un año. De a poco fui encontrando cierta coherencia en esas canciones que iban apareciendo, los colores, las formas. Y además, yo venía interesada de hacía un tiempo con la grabación en cinta o lo analógico, entonces finalmente se pudo dar.
Grabado en Melopea, el disco fue producido por Federico Orio y Leopoldo Deza (a cargo de los arreglos de percusión, y cuerdas y vientos respectivamente), grabado y masterizado por Mario Sobrino y coproducido por el propio Nebbia. “Es un estudio alucinante. Tiene una mística única. Uno llega ahí y es una cosa sagrada. Son muy puristas del arte y del hecho de hacer un disco. Tiene mucho de eso, tienen ese concepto del artista, no lucran con ello, sino que persiguen un fin noble, para con la música. Y de respeto. Y eso me interesó”, cuenta entusiasmada. El “ejército de la luna” –como llama Luciana a todos los invitados que participaron: Paula Paz, Violeta Castillo, Eduardo Ferrer, Fermín Kehoe y Coya Ruiz– cuenta con una particularidad: entre todos los que fueron convidados a participar están su mamá y su sobrina –además de su hermana, guitarrista estable de la banda–. Como si fuera un cordón umbilical musical que atraviesa, que cruza el tiempo: las canciones como fuerza motora que aúnan a cuatro mujeres de una misma familia. De alguna manera el origen, el presente y un futuro posible. “Mi sobrina tiene doce años y la veo con la misma fuerza que en eso depositamos yo o mi mamá, por ejemplo. Y también, obvio, el hilo y el vínculo afectivo que nos une a todas. Vivir esa experiencia en Melopea junto con toda la familia fue muy fuerte y muy lindo. Como una gran fuerza de transmisión y hermandad que une a las personas en forma pacífica y bella.” Y de repente, las canciones que conforman La Luna se descubren como breves cartas, apenas algunos haikus confesionales que de estrofa en estrofa, de canción en canción, van mostrando el mundo de Luciana. Un mundo que, al menos desde las letras, parece situado entre el afecto y el desafecto: “Mírame bien, que nunca es tarde para volver” (“Cántalo”); “Me gustas tanto, deseo contactarte con tanto tacto, para que dure más” (“Así”); “Insoportable es el paisaje que mis ojos ven cuando te miro tan lejano tan de espaldas a mí”; (“La Luna”); y “Sobre tu piel siempre es primavera en tu piel, siempre, aunque no estés, insistentemente” (“El Gigante”).
Además de cierto aire nostálgico, el disco parece girar en torno del amor y el desamor...
–Sí, así es. Aunque el próximo creo que va a tener más que ver con el amor, este tiene mucho de desencuentro, esas idas y venidas, no poder llegar al otro. Y tiene que ver también con dedicar, con decirle algo a alguien desde lejos, tiene eso que tiene la carta. Decirle de repente al otro, “vení” o “quedate”. No me importa lo que los demás puedan decir sobre lo que yo digo, es una sinceridad con lo que yo quiero decir. La Luna me parece un disco muy desnudo. Tiene que ver con el despojo, la honestidad desde el decir, desde la interpretación.
En una de las canciones de tu primer disco cantabas “Ando buscándote, canción, ando buscando tiempo”. ¿Sentís que así sigue siendo hoy?
–Sí. En el camino de la canción una va elaborando y eligiendo. No es soplar y hacer botellas. La canción es algo que hay que agarrar. Hay que encontrarla y, en ese momento, apresarla para que uno pueda decirla. No es tan fácil. Y ésa es mi búsqueda.
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