Domingo, 30 de marzo de 2014 | Hoy
cine Aunque en los dieciséis años transcurridos desde los inicios del festival porteño de cine independiente las películas se han vuelto más y más disponibles a través de Internet, la misión que cumple el Bafici se ratifica con más fuerza que nunca: mostrar algo de todo eso que no llega a los cines comerciales durante el resto del año, rescatando la experiencia de la sala llena y la pantalla gigante. Con Israel como país invitado, una sección argentina en la que se da cita mucho de lo más interesante de lo que se está haciendo ahora mismo, y una programación que supera las 400 películas, a partir del próximo jueves 3 y hasta el domingo 13, el Bafici 16 promete volver a probar, desde su sede principal frente al cementerio de la Recoleta, que el cine está vivo. POR MARIANO KAIRUZ
Por Mariano Kairuz
Una retrospectiva de UPA, el estudio que renegó del realismo y abrazó el estilo.
En 1941, muchos de los animadores que trabajaban para los estudios de Walt Disney se unieron en una huelga que terminó en unos cuantos despidos. Algunos de los que se fueron de la que casi todo el mundo consideraba la mejor escuela de animación posible –incluso quienes habían tomado rumbos totalmente distintos, como la banda de desaforados que hacían Bugs Bunny y el Pato Lucas en la Warner– vieron en esta circunstancia amarga, sin embargo, una oportunidad: la de alejarse del estilo realista que se había estado desarrollando en la casa de Mickey Mouse y (la eternamente deslumbrante) Blancanieves y los siete enanos. Son, hay que recordar, los años en que se empezó a forjar esa idea de que los actores de Disney eran los mejores del mundo, y que, por su apabullante efecto de realismo, estaban eventualmente destinados a reemplazar a las estrellas hollywoodenses de carne y hueso. Ese efecto se lograba muchas veces filmando las escenas a animar con actores, y luego calcándolos como base para la corrección anatómica y la perfecta fluidez de movimiento del dibujo (el proceso se conoce como rotoscopiado). Los díscolos que renegaban de este proceso “de vanguardia” querían otra cosa. Querían ni más ni menos que aquello por lo que se habían dedicado a esto en primer lugar: la anarquía, la elasticidad, la liberadora deformidad de la caricatura.
Entre los muchos que se fueron de Disney estaban David Hilberman y Stephen Bosustow, quienes en 1943 se unieron para formar junto a Zach Schwartz (otro ex Disney) una compañía a la que bautizaron Industrial Film and Poster Service, y que más tarde se convertiría en United Pictures of America, o como se la recuerda por su sigla, con habituales afecto y admiración, UPA. Al principio, respondiendo a la necesidad económica, pero también para ejercitar el músculo del dibujito animado, estos muchachos realizaron animaciones por encargo para el gobierno, para campañas políticas (como el esencial Hell Bent for Election, destinado a promover la cuarta reelección de Franklyn Roosevelt), o para el ejército, con el objetivo de sumarse al “esfuerzo de guerra”, cuando Estados Unidos ya había ingresado en la contienda mundial. En cualquier caso, lo que importa es que con estos cortos, que estaban restringidos a un presupuesto obviamente mucho menor que el que invertía Disney en sus producciones, dio forma a lo que hoy se conoce como “animación limitada”, que consiste –en sus ejemplares más virtuosos y creativos– en suplir parte de la fluidez que se perdía en los movimientos (al no poder darse el lujo de hacer la cantidad necesaria de cuadros por segundo) con un diseño altamente estilizado y sintético, que ocasionalmente se ahorraba incluso los fondos, y recurría a imágenes monocromáticas o bicromáticas atractivas e inusuales, y a trazos tan artesanales que por momentos estos muchachos parecieron estar filmando sus mismísimos bocetos. En algunos cortos se impone la escasez, pero muchos otros demostraron aquello de que la necesidad es la madre de la invención, generando con sus procedimientos, sus garabatos, sus colores, un efecto hipnótico y delatando un proceso de creación menos industrial que el de sus hermanos mayores en la industria, y por ende, más personal.
De los tres fundadores de la compañía para fines del ’45 era Bosustow el único que quedaba, y el que tomó las riendas decidido a conseguir encargos creativos por fuera de los contratos gubernamentales. De esta búsqueda surgió su arreglo con Columbia Pictures, que acababa de cerrar su propio departamento de animación, y así fue que ambos lanzaron una serie de cortos propios agrupados bajo el nombre de Jolly Frolics (un título que remeda las Merrie Melodies de la Warner y las Silly Symphonies de Disney). A lo largo de su década más activa, de fines de los ’40 a fines de los ’50, UPA creó una enorme cantidad de cortos extraordinarios. Dos se volvieron inoxidables, lanzando sus propias series: uno fue Gerald McBoing-Boing, basado en un cuento del legendario autor infantil Dr. Seuss (el del Grinch), sobre un nene que se expresa exclusivamente en onomatopeyas y efectos de sonido. Dirigido por Robert “Bobe” Cannon –un animador que se había formado nada menos que con Chuck Jones, creador, entre otras maravillas, del Correcaminos–, Gerald McBoing-Boing es una obra maestra que camina al borde de la abstracción, retratando en sus líneas disonantes, con una combinación alquímica de encanto visual y poder de observación, algo de la hostilidad del mundo contemporáneo. El otro personaje automáticamente identificado con UPA es Mr. Magoo, el hombrecito cortísimo de vista creado por John Hubley y el guionista Millard Kaufman.
Hoy las creaciones de UPA son consideradas clásicas y reverenciadas por muchos animadores, aunque todavía hay quienes consideran que su estilo de animación limitada dejó una huella funesta en la inmediatamente posterior y mucho menos creativa producción televisiva. De hecho, John Kricfalusi, el creador de Ren & Stimpy suele decir que los cortos de UPA están sobrevalorados, que estaban desprovistos de movimiento y por ende de vida, que su tan mentada “estilización” ya existía desde siempre en las viñetas fijas de la historieta, y que muchos fans de UPA suelen serlo por esnobismo, porque creen que es cool profesar admiración por su estilo austero. No hay que escandalizarse: Kricfalusi es un genio y Ren & Stimpy es una obra revolucionaria, pero el hombre a veces lleva su fanatismo, su pasión por el dibujo animado, su purismo fundamentalista un poco lejos. Como podrá comprobarse en el foco dedicado a UPA en este Bafici –que se compone de cuatro programas, curados por Tee Bosustow (el hijo de Stephen) y que incluyen varios Jolly Frolics, varios de los cortos de Gerald McBoing-Boing y el largometraje Mister Magoo y las mil y una noches– la capacidad de fascinar con estos, si se quiere, ejercicios de estilo, permanece intacta más de medio siglo después. Esto vale para varias de las maravillas que podrán verse a partir del 3 de abril próximo, como El unicornio en el jardín (basado en un relato de ese escritor e ilustrador maestro pero un poco olvidado en la actualidad que fue James Thurber, y en un proyecto de largometraje que quedó trunco), una versión de El corazón delator (el cuento de Poe según Ted Parmelee) y varios títulos de Cannon, como los inevitables The Jaywalker, Willy The Kid y Christopher Crumpet’s Playmate. Todo un viaje a uno de esos otros mundos que están en éste.
Programación completa en www.bafici.gov.ar
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