Domingo, 30 de marzo de 2014 | Hoy
mÚsica Durante un tiempo dejó de lado la guitarra y se dedicó a la acrobacia. Dejó de ser Coiffeur, el nombre con el que firma los discos, para volver a ser Guillermo Alonso. De regreso con un nuevo disco en donde la electrónica reemplazó a la guitarra, el sueño de reinventarse parece primar. Conquista de lo inútil es un disco de electropop que recuerda al primer Miranda! y marca el regreso de un personaje entrañable del indie porteño.
Por Micaela Ortelli
Guillermo Alonso puede ser sólo un chico de Morón que hace canciones. O Coiffeur, un hombrecito de vistosos atuendos, compositor profundo y enigmático que, sin proponérselo está haciendo música importante. Cualquiera de los dos, no está leyendo esto. Porque nada encuentra de interesante en las confesiones, menos si el dato aporta tan poco como su nombre de pila o edad, cosas que a esta altura hay que averiguar en Internet (lleva diez años de carrera en el under, o sea, los mismos de presencia online). Primer corte es de 2005, un disco de canciones en guitarra, abiertamente romántico, cantado con una voz nasal que lanza frases inocentemente certeras. Antes de que el posmodernismo alcanzara las peluquerías se acostumbraba a llamarlas así: Coiffeur. Hoy el lugar que lo inspiró por su misterio y promesas de “peinados” y “estilos internacionales” está cerrado, pero la marquesina sigue ahí: saliente y corroída como las de una película entrañable.
“Si firmaba mi música con el nombre del DNI, iba a ser como anclar mucho el espacio que estaba surgiendo en el que a mí me interesaba ser otra cosa, ser un montón de cosas, todas las que me pudiera imaginar.” Siguió por negarse en No es (2006), grabado en banda con todos los ingredientes: flauta, trompeta, violín, contrabajo, armonio, además de los convencionales, pero nada rimbombante. En realidad, es un disco de paisajes frescos y austeros donde la guitarra criolla sigue siendo protagonista; es el tema apertura, “Qué mala suerte” –ya un pequeño clásico–, el que se lleva la mayoría de los arreglos.
Dos músicos devenidos productores habían aparecido entonces, Mariano Esaín (Menos que Cero, Valle de Muñecas) y Juan Stewart (Jaime sin Tierra), que grabaron y mezclaron El tonel de las danaides (2009), álbum despojado, y aún, oscuro, atravesado por cierta pesadumbre. Un viaje que puede resultar tan difícil de transitar como de abandonar.
El hombrecito lleva una camisa estampada con flores diminutas prendida desde el primer botón, gorra verde de visera recta, bermudas y enormes zapatillas que usaría un hiphopero. Toma té con leche en La Perla, confitería legendaria que pisa por primera vez aunque pasa por allí cada vez que toma el Sarmiento. “No es ni virtud ni defecto cambiar. Vos tenés una idea, la plasmás, y ya una vez que la sacaste no sé qué movimiento se genera en tu cabeza y en tu cuerpo que te permite empezar a pensar en otra dirección: sos otro, te transformás. Entonces la canción no termina siendo un fin en sí mismo, es un medio, un espacio más de reflexión.” Llegado el momento, sintió que la guitarra estaba funcionando como un escudo, tanto en el momento de la composición como el del vivo: le imponía ciertas formas, y si hay algo que no lo representan son las formas, acabadas y estancas. “Siento que hoy mi experimento pasa mucho por el cuerpo, por cómo me siento cuando toco, cómo se desplaza mi cuerpo en el espacio.” Ese es un poco el lugar del que estuvo sacando conclusiones en el último tiempo, tal vez por eso volvió a la acrobacia y se descolgó la guitarra, sus primeros amores de la niñez.
Coiffeur sacó nuevo disco, se enteró la popular del indie porteño en noviembre y, sin previo aviso, los que no habían escuchado el EP Nada, se encontraron con Conquista de lo inútil, un álbum electropop que sorprende desde su aparición en portada. El primer impacto es tan fuerte que acaso sea la razón de la extensa intro de “Guarida”: acostumbrar a las atmósferas sintetizadas un oído que esperaba variantes siempre dentro del folk. Ya hacia la mitad la canción explota con aires de hit, y además, remixable. “A partir de ahora el ruido y el silencio son espacios tensos”, dice, su voz bien arriba, las letras curiosamente más poéticas que nunca ahora que, sin la laxitud de la guitarra, tuvo que encastrar las palabras en un beat siempre a tierra. “Christine” y “Oxígeno” le dan al disco sus momentos más suaves, de hermosa feminidad y cadencia a lo Sade. “Damero” o “Simulacro (segunda parte)”, con su collage de efectos y pasajes resonantes, llevan tan lejos como a un primer Miranda! “¿Cómo escapar a la consecuencia de todo acto?”, pareciera preguntarse a sí mismo, en este caso, haber cambiado totalmente el destino desconociendo la dirección.
“Toda la primera etapa del disco fue muy tortuosa porque las ideas aparecían más rápido que la capacidad para ejecutarlas. Me había comprado una compu, una placa básica, y tuve que aprender a usar los programas multipistas, armar las secuencias rítmicas, grabar.” Básicamente lo primero que sabe hacer cualquier músico precoz, de habitación, pero él nunca antes se había grabado: “Tocaba una y otra vez la misma canción, como que no la escuchaba por fuera, la escuchaba por dentro”. Esta vez llegó al estudio El Arbol con una maqueta armada: Conquista de lo inútil –lo tomó del diario de Werner Herzog durante el rodaje de Fitzcarraldo– prueba de que Coiffeur es un espacio siempre en mutación: “Una cosa que se arma y desarma todo el tiempo”. Anclar el significado, jamás, lo dice más de una vez; recuerda todavía la desilusión cuando escuchó a Gustavo Cerati contar la historia detrás de “Té para tres”: “La ambigüedad es mucho más rica”, dice, y en “Cuerno”, canta: “Solíamos observar con asombro las formas de la contradicción”. La letra resultó premonitoria, confiesa, y es todo lo que va a decir sobre ella.
Coiffeur se presenta en fecha ATP el sábado 12 de abril, a las 21, en Samsung Studio (Balcarce 433). Las entradas se consiguen anticipadas a $ 80 en La Trastienda (Balcarce 460) y a $100 en puerta. Ambas incluyen disco.
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