Domingo, 29 de mayo de 2016 | Hoy
> PALOMINO EN OCHO CARTAS PARA JULIO
¿Cómo hacer una obra sobre Cortázar que no sea solemne o remanida? Tarea difícil, sin duda. Pero la solución que encontraron Juan Palomino y Gabriel Lerman, autor de Ocho cartas para Julio (estrenada el año pasado a propósito del centenario de su nacimiento y reestrenada ahora en Hasta Trilce gracias a la buena recepción que tuvo de crítica y público), dio resultado. Y consistió en “borrar” al escritor de la escena para hacerlo “hablar” a través de un tercero. Y no cualquier tercero: un antagonista. Alguien que a partir de un acercamiento cariñoso, pero también desde el contraste de una posición estética e ideológica diferente, terminara por delinear un perfil reconocible de Cortázar pero sin recaer en lo ya varias veces dicho.
“Así fue que nació Nito Basavilbaso”, cuenta Palomino sobre el personaje (extraído de un cuento de Cortázar, “La escuela de noche”) que compone de manera drástica y pasional. Y que consiste en un ex compañero del Mariano Acosta que entre 1932 y 1963 y de manera no cronológica, le escribe afiebradamente al autor de Rayuela y lo pone en cuestión desde el cariño y una relación de amistad. “Como no queríamos hacer una semblanza de Julio sino algo más rico e interesante, y además teníamos leída la contienda epistolar que en su momento había mantenido con José María Arguedas, escritor peruano que admiro, nos pareció que podía llegar a ser interesante tratar muchos de los temas que movilizaron a Cortázar de esa manera más ubicua y tangencial; llegando a él a través de estas cartas que tratan varios de los tópicos que más lo movilizaron”. Es decir: la irrupción de Perón y el peronismo como fenómeno de masas; la llamada Libertadora y los fusilamientos de José León Suárez; la revolución cubana y el Che; la creación espontánea y el free jazz; y, finalmente, el lugar del artista comprometido con el mundo y su reverso, el que se aboca al arte por el arte mismo.
“Nito es un personaje con una identidad muy definida porque vemos que es peronista aunque no lo diga. Y eso va tomando distintas significaciones según qué momento agarremos de la vida de Cortázar”, explica el actor, que durante la obra toma una decisión artística que al principio parece restrictiva pero que al final termina siendo liberadora: leer en voz alta, en vez de interpretarlas, cada una de las cartas que le escribe a Cortázar. “Fue una decisión en conjunto con Daniel Berbedés, el director”, revela. “Sabíamos que podía ser arriesgado, pero también estimulante. Transitar estas cartas ‘apócrifas’ desde la lectura y no aprenderlas de memoria me permitió sortear cierta solemnidad. Y de paso, también, dar un salto sin red. Porque leer en voz alta también tiene su dificultad. Por algo de chico temblás cuando te mandan al frente a leer un texto”.
Y es verdad: es toda una experiencia constatar cómo el tono y la gestualidad de Palomino va mutando de acuerdo al momento biográfico de los involucrados y de lo que va sucediendo a su alrededor. “Cada carta tiene su propio sonido y color, un encanto y una luz particular”, subraya el actor, que soporta su interpretación en una puesta en escena sobria (apenas una mesa con una máquina de escribir, un vaso de agua, un cenicero y varios papeles con las cartas en cuestión) y –en lo que constituye la segunda decisión artística clave de la obra, luego de la lectura en voz alta– el aporte musical de dos reconocidos músicos: el pianista y productor Juan “Pollo” Raffo y el saxofonista y flautista Fernando Lerman; ambos, en la destacada ejecución de un sutil jazz de improvisación que le dan “aire” pero también sentido a esos textos cargados de interpelaciones emotivas y de historia pesada. “Tanto con Fernando (Lerman) como con el ‘Pollo’ Raffo lo que buscamos fue recrear una atmósfera cortazariana. Un ambiente en donde las ideas y pareceres también tuvieran sonido más allá de las palabras”, confirma Palomino.
Ahora bien, sobrevolando la obra, hay un tercer elemento que termina de redondear lo que sucede en escena (y a los contrastes que plantea), que es la inclusión como referencia del citado Arguedas. Cultísimo y uno de los máximos exponentes de la narrativa indigenista del Perú, Arguedas mantuvo una peculiar disputa por carta con Cortázar (versada sobre la conveniencia o no del cosmopolitismo a la hora de retratar la propia tierra) que Lerman y Palomino usaron como referencia para Ocho cartas... “Arguedas era un tipo que creía que la realidad podía ser modificada por el hecho artístico. En eso se distanciaba del primer Cortázar. Pero otro lado, era alguien que también podía mostrarte la contradicción del peruano que se jacta de la maravillosa cosmogonía incaica al mismo tiempo que mira por arriba al descendiente quechua. En eso, creo, se acercaban”, señala Palomino.
Siendo Palomino un actor cercano a Arguedas por origen familiar y gusto personal, la introducción de algunas de sus inflexiones y argumentaciones suenan naturales en la obra, además de que le permite ganar espesor a los debates planteados. Funciona, en suma, como el condimento que termina por levantar un buen plato. “Para nosotros el desafío fue ver hasta dónde podíamos tensar la cuerda entre el rol intelectual y el del artista”, sostiene Palomino. “La idea del creador que no sólo está comprometido con su tiempo sino también con su espacio. El artista como ciudadano pero también expresión del pensamiento”.
Ocho cartas para Julio se puede ver todos los martes a las 21 hs en Hasta Trilce, Maza 177
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