Domingo, 1 de abril de 2007 | Hoy
Entre el western y Eduardo Gutiérrez, una silueta prófuga cabalga rumbo al horizonte.
Por Mariano Kairuz
No será ni vago ni malentretenido, como se lo acusaba a Juan Moreira, pero al gaucho Miguel Irusta, el protagonista de El desierto negro, lo persiguen las autoridades. Con su primer largometraje como director, Gaspar Scheuer explora un género que había permanecido hasta ahora al margen de la renovación del cine argentino, y sabe que la alusión al personaje de Eduardo Gutiérrez llevado al cine por Leonardo Favio con Rodolfo Bebán a principios de los ’70 es inevitable. “Porque no hay muchas películas sobre el tema”, dice Scheuer mientras termina la posproducción de su ópera prima para su presentación en el Bafici. “La época es la misma, aunque en Moreira está claro: ahí se hace referencia a cuáles son las figuras prominentes del momento. Acá también está la figura de un gaucho errante y fugitivo, pero ahí se termina el parentesco.” Scheuer, que nació y se crió en Los Toldos hace 36 años, se propuso reducir al mínimo algunos datos en su película para hablar de un territorio “vagamente histórico”: “La idea era recargar lo menos posible el arte y el vestuario. Cuando uno viaja a la pampa, de acuerdo al ‘encuadre’ que uno haga, puede volver atrás 80 o 150 años. Y hay ciertos fotogramas en la película que uno podría congelar y ya no estaría tan claro dónde transcurre. No nos concentramos en si el chiripá era así o en la bota de potro. Contamos la época por síntesis, tratando de quitar elementos”.
Además de algunas composiciones visuales que ostentan la precisión de un cómic noir (en particular un plano en el que el protagonista se aleja bajo la lluvia) es probable que El desierto negro tenga bastante más que ver con la larga tradición del western que con la exigua gauchesca cinematográfica. Tal como señala el texto que presenta la película en el catálogo del festival, algunas imágenes evocan films clásicos del oeste, en algunos casos muy conocidos, aunque Scheuer dice que hace mucho que no ve películas de cowboys, que eso es algo que para él está ya demasiado ligado a su infancia. Su fuente principal de inspiración, entonces, está en la literatura. La de Mansilla, dice, “y un libro que recopila las memorias de quien está considerado el fundador de Los Toldos, Electo Urquizo, escrito por Meinrado Hux, donde cuenta cómo se viene caminando desde Tucumán, todo un periplo. Un gaucho sin caballo, a pie, que extrañaba a la gente que se lo encontraba al paso. Es un buen retrato de la época y las costumbres. Y está Aballay, de Di Benedetto, relato gauchesco donde la historia también se vuelve muy universal: si bien hay una recreación minuciosa del habla y las costumbres, la trama es mucho más importante que el entorno”.
No será vago ni malentretenido el protagonista de El desierto negro, pero acaso sea algo peor. En ese misterio que rodea su figura se cifra posiblemente la clave de este western nacional, esta película, define su director, “sobre las dificultades de juzgar, de establecer justicia”.
El desierto negro compite en la Selección Oficial Internacional. Se proyecta el viernes 6 a las 22.45 (Hoyts 10); el sábado 7 a las 21.45 (Hoyts 11) y el lunes 9 a las 20 (Atlas Santa Fe 1).
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