Domingo, 30 de enero de 2011 | Hoy
Por Nicholas Humphrey
El concepto científico de “multiverso” ya entró en la imaginación popular: la coexistencia simultánea de incalculables universos alternativos. Pero las implicancias filosóficas de esta idea aún no han calado hondo. Cuando eso ocurra cambiará para siempre nuestra visión de las cosas. Comenzaremos a avizorar nuestro destino: ser inmortales.
Por lo que sabemos de la vida en este universo es que nuestros cuerpos mueren normalmente a causa del paso del tiempo o debido a accidentes en distintas escalas: macroaccidentes (un choque de autos); microaccidentes (ataque al corazón, derrame cerebral); o nanoaccidentes (errores en la división celular llamados “cáncer”, vejez). Sin embargo, en el multiverso, donde se dan todas las alternativas posibles, la maravillosa verdad es que tiene que haber al menos un universo en particular en el que cada uno de nosotros como individuos ha escapado a todos estos accidentes o desgracias.
Es más: en alguno de los miles o millones de universos que forman el multiverso, los científicos con seguridad han encontrado la manera de vencer la muerte.
Tomando en consideración estas posibilidades –certezas mejor dicho–, podemos concluir razonablemente que habrá por lo menos un universo en el que yo y usted, lector, todavía sigamos vivos después de mil o un millón de años.
En ese universo, ¿nuestro “yo de un millón de años”, uno en un trillón de posibilidades, llorará al resto de los alter-egos que perecieron antes de tiempo? No, probablemente no más de lo que lo hacemos en la actualidad. Como individuos somos estadísticamente tan improbables que el simple hecho de ser, de estar vivos, parece todo un milagro.
Nicholas Humphrey es psicólogo de la London School of Economics.
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