Domingo, 15 de mayo de 2011 | Hoy
Por Carlos Ulanovsky
Se murió Trillo. Carlos. Carlitos. Y –sistemática, voluntarista e inútil respuesta frente a la oscuridad de lo irremediable– ninguno con los que hablo (otro Carlitos, Martín, Lucía, Silvio, Ana María, Miguel) lo pueden creer y yo tampoco. Nos descubran o no, la noticia nos ha mandado a llorar a los rincones, a preguntarnos ¿cómo puede ser?
Se murió Trillo. Y es su obra enorme, superadora, coherente, brillante, reconocida aquí y premiada en todo el mundo, la que empieza a cobrar vida propia. ¿Todo eso hizo? Sí, todo eso. Pasa con los creadores inefables como fue él y no debe ser considerado un consuelo irrelevante.
Se murió Trillo, que nos invitó con frecuencia a viajar al país de la aventura y ahora, con sobradas millas de sentimiento, nos trasladó al país de la tristeza.
Se murió Trillo, agitador intelectual; hombre callado hasta lo metafórico; contertulio de cumpleaños, tranquilo, humilde y pensante; prueba cabal de que, en algunas personas, la reflexión va por dentro.
Se murió Trillo, hombre discreto, reacio a la autorreferencia, respetuoso en extremo con los demás, libre de cabeza.
Se murió Trillo, cuyas historietas siempre ofrecían un extra para pensar, para aprender, para reír, para imaginar. Tuve identificación completa con El loco Chávez, me hubiera gustado conocer más de cerca a Clara de noche, asistir al juicio oral y público al represor Guastavino y tomar un café de consejos con Sasha despierta. Y hubiera sido feliz si él y Grillo me trasladaban, de la mano, al territorio de la infancia que pudieron redescubrir.
Se murió Trillo, a quien conocí en 1972, igual de bigotón, en la primera etapa de Satiricón cuando en sociedad no anónima con Alejandro Dolina, hicieron deliciosos ensayos de cultura nacional y popular, llenos de grandezas sociológicas y humorísticas. Ahí están, para probarlo, textos para los que no pasaron casi 40 años, como Los piojos resucitados, Reivindicación de Jaimito, Los hijos de una gran siete o Cómo parecer un tipo refinado, uno que es un chancho.
Se murió Trillo, que más temprano que tarde en la década del 80, cuando Internet era solo un sueño, se las arregló para completar, con Horacio Altuna océano de por medio, los últimos años de El loco Chávez. Y también se adelantó a Gran Hermano con Custer, la mujer que vendió su intimidad a una cadena televisiva.
Se murió Trillo, el artesano que se volvió industria, que no dejó de crecer y de abrir mercados, para él y para muchos otros, en la Argentina o en esos lugares de Europa en donde la historieta sigue siendo palabra mayor de un arte no menor.
Se murió Trillo, que supo soportar aquí guerras y sortear censuras, que atravesó dictablandas y dictaduras, corralitos y bonanzas, a lo sumo ubicado en el cuadrito de una historieta o en el globito de un texto.
Se murió Trillo, tan cerca del Big Ben, tan lejos de Vicente López. Cuando con Altuna decidieron dar el plumazo definitivo al Loco Chávez recibieron cientos (o miles) de cartas, algunas enojadas, otras resignadas, pero que en promedio decían: “Qué lástima, muchachos, se va uno de nosotros”. Exactamente lo mismo que ahora podemos decir sobre su partida.
Se murió Trillo. Habrá que repetirlo todavía muchas más veces para poder empezar a aceptar que es muy triste la verdad y que lo que no tiene es remedio.
Cierro esta crónica con algo que me dijo en una de las entrevistas que le hice. Ahí me contó que la popular frase “La vida es una historieta” alude a que, a veces, la vida no es del todo previsible y que muchas situaciones tienen un desenlace inesperado.
Un fuerte abrazo a Ema y a sus dos hijos.
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