Dom 25.09.2011
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> LA ESCENA DEL PROSTíBULO QUE NO FUE

El verdadero final de “La Patagonia Rebelde”

› Por Osvaldo Bayer

Tras la edición del libro sobre Severino Di Giovanni tuve la intención de hacer el guión para la película. Y se anotaron unos cuantos directores. Entre ellos Leonardo Favio. Me llamaba en esos horarios que tiene él, a eso de las tres de la mañana. “Venite, Osvaldo, que ya tengo la escena del fusilamiento”, me insistía. Yo iba semidormido a su casa. Resulta que la escena del fusilamiento duraba dos horas y media, él se ponía con los brazos abiertos y como un cadáver iba cayendo en cámara lenta y yo a esa hora me dormía. Nunca se terminó de hacer. El libro fue prohibido por Lastiri, en el ’73. Cuando leí eso en el diario me dije: “Hay que ser desgraciado, si te prohíbe Perón o Yrigoyen habrá valido la pena, pero que te prohíba Lastiri, mamita”. Al regresar del exilio me di cuenta de que iba a ser muy difícil que se realizase. Pero me hubiese gustado que la haga Favio. Después de Aniceto, película que lo confirma como un verdadero poeta de la imagen, me entusiasmé porque me llamó de nuevo. Me comentó que nos íbamos a juntar en unos días para volver sobre aquello. Todavía lo estoy esperando.

La otra decepción es el verdadero final para La Patagonia Rebelde. Héctor Olivera respetó el libro, cada escena está basada en testimonios y una documentación científicamente histórica, lo digo así para que se entienda. En el rodaje, recibimos la visita del Ejército, nos informaron que si se mantenía el final del guión, el estreno se suspendía. ¿Cuál era? Tras los fusilamientos a los pobladores, y según consta en los archivos policiales, el 17 de febrero de 1922 los soldados fueron al prostíbulo La Catalana de San Julián en Santa Cruz. Las cinco mujeres de aquella casa de citas se negaron a tener trato con los militares, les gritaron en la cara que eran unos asesinos. ¿Que unas prostitutas se negaran al uniforme de la patria? ellos no lo iban a aceptar. Me enojé y quise abandonar, aunque se me ocurrió terminar con la fiesta donde los estancieros británicos agradecen al teniente coronel Héctor Benigno Varela el “haber cumplido con su deber”. Con ese final irónico se aplaudía en el cine. Pero hay que imaginarse lo que hubiese sido la sala con el otro. La gente hubiese vivado por esas pobres mujeres: Consuelo García, Angela Fortunato, Amalia Rodríguez, María Juliache y Maud Foster.

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