> UN DíA EN LA VIDA DE ALGUIEN...
› Por Horacio González *
Insatisfecho con lo inconcluso, tengo una suerte de adhesión irreversible, fáctica y fatal a lo que vivo cotidianamente. No veo así la vida, la veo como un conjunto de astillas que originan más bien cierta modestia al asignarse los momentos que vivimos. Que no es resignarse. Una adhesión interesada a la vida nos llevaría a descartar aquello que dejamos inconcluso. Pero no quisiera frustrar la interrogación inquisitorial sobre lo inconcluso y pensé lo siguiente: “Un día en la vida de alguien...”. En la medida que tengamos cierto impudor para narrarlo es muy recomendable. Incluso cambiaría la pregunta por lo inconcluso, por esta otra: “¿Nos gustaría vivir la vida de otro?”. Porque la nuestra tiene demasiadas fases inconclusas. Esa pregunta llevó a las grandes filosofías del pasado, a la idea de la transmigración de las almas. La llamada “metempsicosis”, que es una palabra muy linda. Y que tiene relación con las fantasmagorías, las herencias, los desdoblamientos del alma. El deseo de vivir la vida del otro –no por mera envidia, que es un sentimiento muy menor–, esa imposibilidad sería la resolución de aquello inconcluso. No me parece muy digno pensar en lo que no se hizo, me parece más digno preguntarse por la vida de los otros. Es el más grande de los desafíos. ¿Otro podría vivir mi vida? ¿Yo podré vivir la vida de otro? Esa es una gran encrucijada. No se nos puede prohibir esa pregunta. Si hay una ética, que no es portarse bien –a veces es portarse mal–, se origina de esta pregunta: “¿Por qué no habré pensado que no debía ser yo?”.
* escritor y director de la Biblioteca Nacional
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