Sábado, 31 de diciembre de 2011 | Hoy
Por Jon Lee Anderson
A Tintín lo descubrí por primera vez a eso de los nueve años, cuando mi madre volvió de Hong Kong con el regalo de Tintín en el Tíbet. (Al mismo tiempo mi hermano menor, Scott, recibió El Cangrejo de las pinzas de oro.) Habíamos vivido en Taiwán desde que tenía cinco años, y mi madre iba de vez en cuando a Hong Kong para hacer compras, y siempre volvía cargada de libros clásicos e ilustrados para nosotros de las fantásticas librerías inglesas en aquella Colonia. Así, más o menos por la misma época, me presentó también a Shakespeare.
Tintín fue una revelación, un evento muy genial en mi vida, y con Scott seguimos enganchados, fanáticos fervientes del “chico reportero” hasta el día de hoy. ¿Cómo explicarlo? Pues, para comenzar, Tintín es un aventurero audaz, y además es un chico eterno, no tiene chicas ni amores, así que si bien habita en un mundo adulto, todo jovencito prepúber (y mayor también) fácilmente puede identificarse con él. No es un “mayor”. Y sin embargo ahí anda, entre ellos, como todo chico curioso y aventurero quisiera hacer, en el mundo de la aventura de los adultos –entre guerras y villanos, Incas y yetis y hasta entre los cowboys y los indios, resolviendo misterios, salvando vidas– todo un héroe. Pero es impetuoso –como todo chico–, entonces no es infalible, y eso lo hace más realista aún. Su mascota, Milú, es otro chavalito, algo así como el alter-ego de Tintín. Se emborracha y hace tonterías, y esa permanente batalla que tiene entre su ángel y el diablo lo hace aún más vulnerable y querible. Y obliga a Tintín a ser más responsable, para sacarlo de los problemas en los que se mete. En fin, es súper leal como todo buen perro y nada ingenuo como muchas veces lo es Tintín, que cree en el bien casi siempre. Su debilidad –su diablo– es su estómago. El de Tintín es su nobleza.
¡Y Capitan Haddock! ¡Qué tipo de “sea dog” más copado! Es como el tío vagabundo y aventurero que todos quisiéramos tener. Si la debilidad de Milú es la fantasía de un gran hueso para masticar, el de Haddock es, claro, la botella, y sus flaquezas ofrecen a Tintín –y Milú también– retos y oportunidades de hacerse los adultos y salvar la situación creada. ¡Y qué aventuras! Tintín no es solo un ‘reportero’, sino explorador, detective, espía, alpinista, arqueólogo, buceador en el mar profundo y piloto aéreo. ¡Hasta astronauta! El prototipo de Indiana Jones.
Los otros personajes también –todos tan originales, tan especiales: los hermanos Hernández, tan llenos de formalismos ingleses caricaturizados, además del chifladísimo y miope Profesor Tornasol–. La Diva Castafiore, tan ridícula, tan cómica, y su leal pero sombrío mayordomo Néstor. Tintín también vive en la casa perfecta, suficientemente grande para el colectivo Tintín-Haddock-Milú, con su museo privado de trofeos y rarezas rescatadas en sus expediciones –pero no tan grande como para ser pretencioso: un chateau justo.
Todo esto es parte del Universo Tintín que, a mi juicio, no ofrece ninguna otra “novela gráfica para jóvenes”. De hecho, de chico nunca me interesaron los famosos comics hasta descubrir a Tintín, y ahí me quedé para siempre. Algunos amigos me quisieron interesar en otras series como Asterix, pero lo vi siempre muy ridículo para perderme en sus historias. Mientras que con Tintín sí pude entrar en un mundo creado por Hergé y quedarme ahí, encantado. El dibujo, tan sencillo y evocativo, de Herge es muy genial, y hasta ahora crea en mí una sensación de bienestar y pertenencia.
Por eso mismo, esa sensación de ser un fan incondicional de Tintín (más allá de las flaquezas de su creador –con su período facho en la Segunda Guerra y el racismo de Tintín en el Congo–, de lo que recién me di cuenta ya como adulto percatado) me hizo cauteloso cuando supe que Spielberg había comprado los derechos para cine. Pensé que Spielberg sería muy Hollywood y sentimental, y me imaginé que él, como muchos norteamericanos, no se habría criado con Tintín. Por lo tanto, perdería algo del ‘feeling’ y la mística del original. Hace poco fui a ver la película: no era tan malo como temía. De hecho, el Tintín mismo me gustó mucho, si bien no quedé tan convencido de Haddock. Spielberg agregó escenas de drama y acción –la pelea de grúas en el puerto (era muy Wild Wild West)– que no eran parte del original y que para mí no eran esenciales; es más, me desilusionaron, me sacaron de mi burbuja Tintín, que sí, logró crear Spielberg, a pesar de todo, y que es un logro, al fin y al cabo.
Aunque nada como el original. Dame un Tintín en Tíbet –el libro, de papel y cartón– o un Las joyas de la Castafiore y estoy feliz.
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