NAN GOLDIN
› Por Geraldine Lanteri
Nan Goldin (Washington, 1953) es, sin duda, una de las fotógrafas más paradigmáticas de la historia de la fotografía: su obra marcó, y sigue marcando, a muchas generaciones de fotógrafos, especialmente a partir de la publicación, en 1986, de su obra más capital: La balada de la dependencia sexual. ¿Pero cuál fue su aporte específico? ¿En qué consiste la revolución que generó en el medio fotográfico?
Principalmente, concibió a la fotografía como una manera de relacionarse emocionalmente con su entorno más cercano y con ella misma; como una forma de conocimiento y de autoconocimiento. “A veces no sé cómo sentirme con respecto a una persona hasta que le tomo una fotografía”, dice la artista. Y esta actitud trastrueca la tan peligrosamente estandarizada opinión de que la fotografía es un instrumento de pura observación y dominio del otro para convertirla en una forma de amor. Nan Goldin no dispara, acaricia. Y lo hace desde el punto de vista de la primera persona, desde el que está ahí, implicado emocionalmente y para quien cada toma implica un momento de conexión emocional, en lugar de un momento de distancia.
“Si la fotografía está concebida –y vivida– como una forma de amor, entonces, la estética fotográfica más apropiada es, justamente, la del álbum familiar: la estética de la fotografía instantánea, amateur. “Mi trabajo tiene sus raíces en la fotografía instantánea que, desde mi punto de vista, es el género fotográfico más determinado por el amor: las personas toman fotografías por amor y para recordar”, declara la artista. Aunque no todo lo que es digno de recordarse tiene un contenido necesariamente ligado a la felicidad: “Las fotografías me han mostrado cuánto he perdido”, confiesa Goldin.
Pero su obra no sólo revolucionó la concepción de la fotografía sino que también trastrocó el mismísimo concepto de álbum familiar: si éste, por definición, está destinado a recopilar sólo los momentos de felicidad de nuestra vida, en Goldin el álbum se convierte en un terreno más ambiguo e inestable, porque decididamente ella amplía el protocolo de lo fotografiable: con su cámara, concebida como una especie de extensión de su propio cuerpo, se dedicó durante años a explorar el mundo de las relaciones humanas, generando un gran diario íntimo visual en el que desfilan temas tan universales como las relaciones de pareja y sus crisis, las diferencias de género, las relaciones de amistad, la maternidad, la enfermedad, el sexo y la muerte. Un trabajo estructurado en función de los hechos que la marcaron en la vida y cuyas imágenes nos revelan un mundo de relaciones complejas, llenas de altibajos y de un gran voltaje emocional.
Sus fotografías no son, estrictamente, una reflexión acerca de la existencia específica de las personas que retrata, sino una reflexión sobre la existencia en un sentido más general. Y de ahí deriva, mayormente, la trascendencia de la obra de Goldin.
A pesar de los años transcurridos, ¿sigue siendo actual la obra de Goldin? Sí, porque tiene la actualidad de lo universal. Y de lo bello.
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