JEAN-MICHEL BASQUIAT
› Por Veronica Gomez
A pesar de su velocidad de impacto y su impronta visceral siempre me costó llegar a la obra de Basquiat, al corazón de Basquiat. Será que su meteórica carrera secundada por tanto discurso a su alrededor, cada cual tratando de sacar una tajada de la isla recién descubierta, transformaba el acercamiento a su obra en una carrera de obstáculos.
Antes de ser meteorito, Jean-Michel Basquiat fue un niño nacido en Brooklyn, el 22 de diciembre de 1960, hijo de un contable haitiano y de una diseñadora gráfica puertorriqueña. En sus años mozos, supo cambiar muchas veces de escuela hasta llegar a ser expulsado de la City-As-School, un centro escolar para adolescentes superdotados, un año antes de graduarse. De la mano del graffiti se lanzó a las calles, pintando los vagones del metro y los recovecos del Soho neoyorquino. Tempranamente dejó su casa paterna y sus nuevos hogares fueron edificios abandonados. Para sobrevivir, vendía postales y camisetas que ya acuñaban su impronta. SAMO (Same Old Shit, “la misma vieja mierda”) fue su alter ego, compartido con Al Díaz. Así firmaron sus murales, a veces acompañados con leyendas tipo slogans: “SAMO salva idiotas” o “SAMO pone fin al lavado de cerebro religioso, la política de la nada y la falsa filosofía”. En 1979 Basquiat sepultó SAMO anunciando públicamente la defunción en los muros: “SAMO is dead”, para abrazar el clarinete y el sintetizador en su nueva banda: Gray. Poco duró su actividad musical, al año siguiente ya entraba de lleno en la pintura, llevando todo el equipaje a cuestas (graffiti, poesía, hip hop, rap... y sobre todo mucha pero mucha calle) y varios acompañantes que serían los nuevos faroles en su camino: Jean Dubuffet, Jackson Pollock, De Kooning, Keith Haring, Andy Warhol, mencionando apenas unos pocos. Su primera muestra fue en un almacén abandonado del Bronx convertido en galería de arte y ésa fue también la primera vez que el graffiti saltó del urbanismo marginal para entrar en el circuito del arte. Después la calesita siguió girando vertiginosa: muestras aquí y allá, críticas feroces y críticas laudatorias, entradas y salidas del coma por sobredosis, jet-set, moda, el primer artista plástico negro que saltaba a la fama y los precios de las obras a punto de despegar para atravesar la estratósfera. Pero Basquiat no vivió para contemplar con calma la verdadera dimensión de su sombra: el 12 de agosto de 1988 muere por sobredosis, a los 27 años.
Es sabido que si nos paramos justito debajo del farol es donde vemos peor. Hay que alejarse un poco. Entonces, aunque suene irreal, obviemos por un rato todas las etiquetas para las cuales Basquiat le vino como anillo al dedo a la sociedad de consumo norteamericana y al voraz mundillo del arte. Esquivemos el romanticismo que suele rodear la muerte joven y trágica con un halo indiscutible y que estaciona a ciertos artistas en el garaje de mártires profanos. Así, con menos peso, quedémonos, si es que es posible el ejercicio, solamente con su obra por un rato:
–Manchas de colores planos cortadas con hacha.
–Líneas brutas y rectas que se quiebran cuando ya no pueden más y no queda otra que girar para algún lado.
–Líneas que chocan contra los planos de color tantas veces que terminan marcando una figura sobre el lienzo.
–Figura hierática, como las que repiten los locos.
–Manos grandes, como las que dibujan los niños que se dice tienen problemas de comunicación.
–Pitos, huesos, muecas, ojos vacíos, cráneos, halos espinosos, manos como peines, dientes, pinches.
Siguiendo con el ejercicio. Estamos a solas, frente a frente con la obra de Basquiat, en el cuadrilátero. La sala está completamente vacía. No hay lluvia de papelitos. La iluminación es tenue, pues el espectáculo terminó. No hay relator ni referí. No hay flashes. No hay managers y magnates gordos en primera fila. No hay fans.
Ahí, a secas, mi contrincante es un ángel cuya espantosidad es atenuada por la torpeza. El ángel trae un halo que es también una corona de espinas. Y un pito dibujado estereotipadamente. Las alas son borbotones enredados de lana de oveja sucia recién esquilada. Todavía no terminé de medir a mi rival y ya me siento herida. Noqueada. Y no sé cómo. El ángel ni siquiera me ha rozado.
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