Dom 25.03.2012
radar

LARRY CLARK

El fin de la inocencia

› Por Leopoldo Estol

Los padres no están. Son las cuatro de la mañana y una docena de botellas vacías adornan la mesada de la cocina. Mientras un pibe con camisa a cuadros y aliento a vodka le suplica a una intransigente jovencita que le haga lugar en su cómodo sofá, un negrito se retuerce en el baño sacándose de sí el exceso de bebida. Como un habitante de los suburbios, Larry Clark (1943) golpea la puerta y apunta en su mente el paisaje elegido que son una y otra vez: un montón de adolescentes que se aventuran sobre sus cuerpos con la misma vehemencia que Allen Ginsberg alguna vez escribió su famoso opus: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos desnudos...”.

El comienzo de Ken Park es la parte por el todo, parece una fábula de Bataille adornada con tremendos excesos, pero el guionista no es otro que Harmory Korine. Arranca de la siguiente forma: un pelirrojo pasea por toda la ciudad en patineta hasta llegar al skatepark, allí hace piruetas en forma de saludos para los presentes y se detiene en un montículo. Saca una cámara de la mochila y la apoya en ángulo para filmarse. La enciende. Saca un revólver. Sonríe y se dispara un tiro en la cabeza. El malestar que genera en el que está del otro lado de la pantalla –léase: nosotros– es proporcional a la curiosidad del resto de los skaters que como moscas rodean el cuerpo sin vida en un plano cenital que nos deja solos con una pregunta: ¿Qué le pasaba a ese chico?

Como si fuese un ronroneo, un vaivén, un ir y venir, nos cobijarán casi inmediatamente algunas imágenes más que nos hagan olvidar el mal trago. En ellas, tanto las miradas como las posturas serán seductoras, aunque quizá lo específico sea la velocidad, en ese tránsito que carece de preparación suficiente. Todos los niños en algún momento dejarán de serlo. Tentados por la incandescente belleza que irradian y la angustia sin nombre que tiene el no querer crecer, ni trabajar, sino sostener en pausa todo el tiempo que sea posible su propia lucidez e inocencia ante la bruta irrupción de las responsabilidades, del sexo y también, la búsqueda de la propia conciencia. En ese sendero, Larry Clark ha puesto todas las crisis en su camino y, al igual que el personaje que interpreta Chloe Sevigny en Kids, sedada, lentamente, avanza por las calles con los ojos casi cerrados. Apenas avanza.

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