JENNY HOLZER
› Por Liv Schulman
Jenny Holzer es una artista cuyo medio es el texto. Pone en escena la transmisión de palabras, ideas y aforismos en la esfera pública. Su trabajo más conceptualista derivó en el uso de carteles de leds, megaproyecciones de texto en montañas, castillos y frases grabadas en la piel.
En los años ’80, por ejemplo, empezó una serie de obras para las que usaba una máquina publicitaria: la banda transportadora de leds. En 1982 puso una en pleno Times Square. El cartel hacía correr una suerte de mensaje, aunque no es un cartel publicitario: lo que se iba leyendo enfocaba en la transmisión de palabras, aforismos e ideas evocando el binomio sexo y guerra.
Hay algo que se llama el método de autoobservación del conocimiento esotérico, otra manera de entender una obra de arte: el físico, el emocional, el sentimental, la estructura del pensamiento, la construcción del yo (relativo a la construcción identitaria de la obra o su título), el alma y el espíritu. Sí, el alma y el espíritu. No está en mis manos entender racionalmente esas dos últimas ideas, pero tampoco están para eso. El alma y el espíritu de una obra refieren a su poder subyacente, sutil y guerrillero. Es la manera en que entendemos el mundo secretamente. Jenny Holzer convierte ese poder en palabras. Las palabras flotan y se entrometen en el pasar cotidiano de una ciudad.
Mucho tiempo me pregunté dónde se encuentra el inconsciente. ¿En el cerebro? Hace poco me explicaron que el inconsciente se encuentra en la palabra, no en el cerebro o guardado en cada uno de nosotros, sino en el espacio intermedio entre la boca y lo que sale de ella. Holzer hace que la manifestación de un inconsciente colectivo se filtre en el espacio público, sutilmente en los bancos grabados de las plazas.
Al contrario de Barbara Kruger, que se esforzó en promover una imagen didáctica de la artista feminista, blanca y crítica de la sociedad de consumo Holzer, nos mantiene sujetos a la más pura tradición del minimalismo. Utilizando procedimientos industriales de transportación del lenguaje, Holzer nos remite a la historia del neón inaugurada por Dan Flavin y al uso del aluminio en formas geométricas a la Judd, sustituyendo cuerpo por lenguaje. Maurice Blanchot compara la obra de arte al cadáver, y explica que en algún momento de la apreciación de la obra, la mirada se desprende del objeto y lo ve. Verlo significa tenerlo afuera de sí mismo y experimentarlo como un cuerpo externo. En ese sentido, ese cuerpo externo que es la obra de arte por su propia condición de objeto se convierte en cadáver, un cuerpo que ya no. Holzer evoca y evita la presencia de la muerte en el arte con nuevas estructuras lingüísticas y actúa como médium, llevándonos al más allá de la conciencia colectiva.
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