PAUL MCCARTHY
› Por Carlos Huffmann
A pesar de haber realizado ya varias performances y videos, a los 24 años Paul McCarthy dejó su ciudad natal, Salt Lake City, para estudiar pintura en el San Francisco Art Institute. En las universidades de Estados Unidos, el departamento de pintura suele ser el más permisivo en términos de técnica. En este período inicial sus performances hacían referencias a la pintura, poniendo el foco en los aspectos fisiológicos de un cuerpo en el acto de producir trazos. Un ejemplo es Whipping a Wall and a Window with Paint (Latigando una pared y una ventana con pintura, 1974), en el cual el artista empapa una sábana de pintura negra y pinta a latigazos lo que parece ser el interior de un local con vidriera a la calle. Avanzado en su carrera incluiría esculturas estáticas y motorizadas a su repertorio. Según el artista, estas últimas fueron una manera de quitar su cuerpo de la performance sin tener que renunciar a una investigación que le seguía interesando.
McCarthy trabajó en muchas ocasiones con el recientemente fallecido Mike Kelley. Esta prolífica dupla es interesante por ser ambos artistas emblemáticos de Los Angeles, con investigaciones hermanas pero con resultados formales muy disímiles. Trabajan el trauma, la educación, el abuso y los objetos y consumos de la cultura masiva norteamericana. Pero mientras Mike Kelley es el brillante hacedor de objetos y discurso teórico, McCarthy es como un médium escatológico, ridículo y a veces patético.
En Family Tyranny (1987), Paul encarna al padre como educador-abusador. En el encuadre vemos sus brazos manipulando lo que parece ser una cara hecha con una esfera de telgopor amarillento. Un palo hace de cuello y de cuerpo. Del artista sólo se ven sus manos y se escucha su voz. En un falsetto idiota y agitado, imita el tono didáctico de los programas de manualidades: “Mi papi me hizo esto a mí. Ud. se lo puede hacer a su hijo”.
La utilería que utiliza es familiar: ketchup, juguetes económicos, baldes de plástico. En las esculturas con movimiento, todo el mecanismo está a la vista y llena la galería de ruido de motor. Las máscaras que utiliza en sus videos son burdas y le asoma la barba por debajo de ella. Las escenografías son rudimentarias, y la cámara a menudo muestra las láminas de aglomerado y los tabiques del otro lado. McCarthy mantiene toda la acción a un paso de ser representación. El ketchup es sangre, pero vimos cómo sale de un frasco Heinz tamaño familiar. Las actividades del personaje son repetitivas y absurdas, y las secuencias se resisten a ser narrativas. En su videoinstalación Painter (1995), McCarthy encarna un pintor infantil, histérico y un poco retardado que pinta con aceite de motor y un tubo de pintura gigante cuya etiqueta lee SHIT. Es muy fácil verlo como la ridiculización del artista como un niño con delirios de grandeza y la perversidad del mercado del arte. Pero es al mismo tiempo una parodia precisa sobre la teleología académica según la cual el expresionismo abstracto en la pintura fue el antecesor espiritual del arte performático de los ‘60.
A McCarthy le molesta la recurrente asociación del performer con el chamán. Dice que sus personajes son más payasos que chamanes, y que toda la violencia gratuita es en realidad una referencia a la violencia inocente de los dibujos animados. El pintor de Painter tiene nariz y manos totalmente desproporcionadas. En Family Tyranny su personaje de padre tiene la cabeza siempre fuera del encuadre, un recurso cinematográfico recurrente en los dibujos animados de los ‘40.
Se lo ha acusado (junto a Kelley) de no tener distancia crítica con su material de trabajo. La inmersión personal del artista dentro de su material suele ser visto como una debilidad para cierta corriente de la crítica del arte norteamericana. Este es un interesante punto de debate que tiene más que ver con el rol que le atribuimos al arte dentro de la cultura. El arte de McCarthy radica en imponerle una estructura a su trance catártico, utilizando la misma rigidez con la que un padre le impone reglas de conducta a su hijo. Con esta operación, la milagrosa transformación del ketchup Heinz en Fluido Vital de los Estados Unidos es más que la fantasía de un artista autoindulgente.
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