Miércoles, 28 de septiembre de 2005 | Hoy
Por Federico Tinivella *
I
Aparecés ahí, como llegando. Traés en la boca un circo de endiablados cráteres, de lumbre. Luz es tu boca en el agua, cuando se parte, cuando se abre, llega.
Jugás en los bordes del tiempo. Mañana sabré de esos ojos que ya no imagino, hoy sé del secreto que esconden cuando dejan de mirar, cuando se apagan.
Llegás así, sin fisuras. Las gotas en el espejo hablan de las gotas, que en tu cara dejé olvidadas, cuando pretendía en la lluvia encontrarte.
II
Desde atrás del bote los pescadores tiran de una bolsa de arpillera repleta de peces moribundos. Apenas pueden sacudirse, pelean ya poco. Vientos fríos sacuden la proa de un barco imaginario, como si estuvieras desnudo en el embate de una sudestada, parado en un alambre, temblando. La proa se sacude nuevamente. Estás con la ropa de la primaria temblando, es el primer día. Los pescadores tiran de una bolsa muerta, los más pequeños se arremolinan alrededor de ellos. Los peces tienen los ojos abiertos, inyectados, tristes, salen del agua sin agua. No podes respirar, estás parado en la proa de tu primer encuentro de fútbol, estás fuera del agua, hace mucho frío, están los padres aullando detrás del alambrado y vos afuera del agua, temblando. ¿Quién quiere meter esa pelota en la red?
Quieren sacar los peces de ahí, unos pibes, eso dicen, pero la mirada de los pescadores es más fuerte, están firmes.
Los cielos de invierno sobre el río son blancos, los cielos en invierno desvisten los bordes del río. Ahora vas hasta un bar para encontrarla, mirás todo, estás temblando, te tiran de una red, vos parado sobre un alambre, los pescadores tiran de la bolsa, no sienten los embates de la sudestada, ya no estás fuera del agua. Y Juliana que tal vez esté más cerca.
III
Desperté pensando pájaros, llegaban desde el río con un aroma dulce. Traían, juntas o separadas, las partes de un cuerpo. Destejían antiguas miradas perdidas. Ese cuerpo no pedía, perdía sus fauces en un descampado, en un desierto. Y las llaves de casa ya no nadie las lleva, sólo una voz recuerda los ecos de esos frágiles pasos rompiéndose. Tenías miedo de intentar, te refugiabas en los humos del vecino, trayéndome a otros párpados. Por la mañana despertaba pensando pájaros, que desde la noche cercaban las duchas ya bebidas.
Puedo otra vez dormir con las manos apretadas, detrás de tu espalda imaginada, en esos mapas que abrías, para esconderme de la oscuridad.
Podría, tal vez, llegar hasta lo profundo del río, encontrar en el trazo de agua la forma de encontrarte. Tan lejos, tan cerca, no hay puentes en el desierto, sí besos partidos, palabras dando vueltas en la orilla de una pelopincho.
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