Domingo, 23 de abril de 2006 | Hoy
Por Luis Novaresio
Uno: ¿Qué cosa hace que no muevas tu cabeza y anestesies tu mirada con la tele, sin pestañar, como queriendo oler ese dolor? La madre se abraza al cuerpo de su hijo muerto y no hay Miguel Angel que te haga encontrar reposo estético. Y son las mismas madres. Los mismos dolores. ¿Qué cosa te mueve a mostrar esas imágenes en la tele como queriendo exhalar olor de ese dolor? Profanás las palabras vaciadas por la repetición de los hechos y repetís detalles de sangre, balas, cuchillo y golpes para insistir con que aquí, aquí mismo, en donde vos estás, fue que terminó la vida de este pobre pibe que yace en brazos de su madre. Sos periodista, me decís.
Alguien ha muerto. ¿Por qué? Le robaron dos pesos y las zapatillas. O le dijeron que venían de parte de su hijo y la asesinaron a golpes. O la patota se encontraba en el barrio paquete y le hizo saber de su existencia a la sociedad con un puntazo al pibe prometedor. O lo que sea. Cualquier muerte. La muerte.
Matías Braganolo y Carlos Fabio intentan descansar en paz. Es horrible. Pero los imagino juntos. Existiendo aún en la nada. Pidiendo poder hacerse cargo del fin. Matías, foto con un cachorro de labrador, en esa edad anfibia de la adolescencia como dice Discepolo, en el barrio de la isla rica del país archipiélago rodeado de pobreza y Carlos Fabio, por los treinta, foto de pibe de barrio que sabe que el sudor de su frente es lo que lo puede salvar, una hijita, tesoro de Dios para este humilde carnicero. No se conocieron. Nunca se hubieran conocido, estoy seguro. Y ahora yacen en la nada para esperar la nada.
Quiero que me expliques qué dice tu Dios frente a esta muerte. Voy a tenerte que escuchar sobre el extraño designio del poderoso o del sacrificio que espera recompensa eterna. Los premios pagan aquí a la vuelta de la esquina, no me jodas. Dame una explicación que me permita pasar por caja terrenal. ¿Por qué tienen que morir Matías y Carlos? Y tantos otros. Y otros. Y uno, y uno más y uno más. No le encuentro significado a la vida. Mucho menos a esta muerte.
Entonces escucho el grito. El que me saca del letargo de mis estúpidas lucubraciones. ¿Dónde están los derechos humanos? Y otra vez. ¿Dónde están los derechos humanos?.
Una es la madre del pibe rico asesinado arteramente que pregunta por los organismos que dicen defender los derechos de todos los humanos. La otra, del padre del carnicero asesinado en Villa Gobernador Gálvez que pide por pañuelos blancos en la cabeza o en premios Nobeles a su lado. ¿Dónde están?
Dos: Hay muchos antecedentes de los derechos humanos. Algunos ven en la cicuta que tomó Sócrates el primer gesto de defensa de la dignidad humana frente al poder injusto del estado. Otros dicen que Cristo y sus seguidores hicieron nacer la fragua para estos reclamos. Sociales. Se pueden citar a los religiosos de España del siglo XVI como Francisco de Vitoria que condenaban la guerra, el sometimiento de los indios y hasta el derecho a la revolución. En esa Escuela, Luis de Molina, llegó a enunciar que el poder no reside en el gobernante, que no es más que un administrador, sino en los administrados, los ciudadanos, adelantándose ideológicamente en varios siglos a las revoluciones burguesas del XVIII.
Los Derechos Humanos son una idea eminentemente moderna. Sólo se explican desde los paradigmas y conceptos utilizados por los protagonistas de este período. Allí se habla de Estado, Nación, Progreso, Racionalismo, Positivismo, Secularización, como categorías que no sólo proyectan sino que también limitan el entendimiento de los que todos pueden entender por derechos humanos. Por ello, no es causalidad que las afrentas a la Modernidad sean a su vez ataques a los derechos humanos.
La gran Declaración Universal de los Derechos humanos es de 1948 y surgió ante el horror de la Segunda Guerra Mundial. Es un catálogo de dolor y de exigencias a los estados modernos.
Tres: Los organismos de derechos humanos defienden a cualquier hijo de vecino del avance del estado sobre nuestras garantías. Y punto. Si te robaron, golpearon, violaron o peor, debe estar el estado para defenderte. La proliferación de los supuestos justicieros que proponen armarse en casa, hombres, mujeres, viejos o niños nacieron de la ausencia de estado devastado y de sociedad desmembrada entre pocos ricos y la mayoría de pobres. El liberalismo que defiende el estado pequeño y las leyes del mercado se olvida de decir que en su concepción de estado gendarme uno paga impuestos para tener seguridad. Desde el estado. Por el estado. Dentro del estado. Y todo legalmente.
¿Qué pasa si es el estado el delincuente? ¿Qué hay de un gobierno que encarcela injustamente, priva de la libertad sin derecho, roba o viola? ¿Qué hay de un estado que mata? ¿Hace falta recordar que esto tuvo una de las máximas expresiones en este país? Si el estado mata, ¿yo debo pedirle a ese mismo estado que me proteja?
Amnesty Internacional, de prestigio indiscutido, dice que trabaja para ser la conciencia de los estados. Rubén Naranjo, Darwinia Galicchio, Federico Pagura y tantos y tantos otros son hoy (y siempre) nuestra conciencia. La tuya. La mía. La del carnicero asesinado. Para que los que detentan el poder no nos avasallen.
Hay que marchar pidiendo justicia por todos ellos. Y exigir, porque el derecho originario es nuestro, que los servidores públicos, mandatarios, nuestros empleados cumplan con su obligación de defendernos ante el delito. Del eventual delito de ellos, el poder, se ocupan los "derechos humanos".
Cuatro: Hay derechos humanos de primera generación que refieren a los derechos civiles y políticos, también denominados "libertades clásicas". Toda persona tiene derechos y libertades fundamentales sin distinción de raza, color, idioma, posición social o económica. Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad jurídica. Los hay de segunda generación y los constituyen los derechos económicos, sociales y culturales, debido a los cuales, el Estado de Derecho pasa a una etapa superior, es decir, a un Estado Social de Derecho. Toda persona tiene derecho a la seguridad social y a obtener la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales. Toda persona tiene derecho al trabajo en condiciones equitativas y satisfactorias. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure a ella y a su familia la salud, alimentación, vestido, vivienda, educación, asistencia médica y los servicios sociales necesarios.
Los años setenta trajeron la creación de los derechos humanos de tercera generación para incentivar el progreso social y elevar el nivel de vida de todos los pueblos entre otros. Derecho al uso de los avances de las ciencias y la tecnología. El desarrollo que permita una vida digna. El libre desarrollo de la personalidad. Y por fin, los de cuarta generación que se generan a partir del desarrollo científico y tecnológico.
Cinco: Las madres de Playa de Mayo, la Coordinadora de Trabajo Carcelario, HIJOS, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y todos los organismos, no tienen nada que hacer al lado de Braganolo o de Fabio. Y esto no implica decir que ellos sí, con toda seguridad, comparten el dolor y el asco por esas muerte absurdas. Su tarea, su enorme tarea está al lado de los que soportan los avances ilegales del estado. Al lado tuyo o al lado mío. Gritar por los derechos humanos ante la inseguridad generada por un sistema injusto que destruyó la dignidad y el modo ajustado a derecho de combatir la delincuencia es gritar como el tero. Escondiendo el verdadero huevo. El de la serpiente que supimos conseguir.
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