Viernes, 25 de junio de 2010 | Hoy
MUSIC HALL
Los ya clásicos artistas cubanos Kein y Arte vuelven a Buenos Aires con las divas de siempre en el cuerpo. Pero ahora a Marilyn Monroe, Marlene Dietrich, Julie Andrews y Gypsy Rose Lee se les suma la auténtica Lía Crucet. Aquí, los tres juntos en bambalinas antes del estreno, que será el 1º de julio.
En San Telmo, sobre el escenario del teatro Margarita Xirgu, Lía Crucet posaba un poco inquieta. “¿Ya está?”, preguntaba y posaba durita, recientemente recuperada de un problema de columna. Frankie Kein y Manuel Arte esperaban a pocos metros del soberbio hogar del foyer en cuyo frente está inmortalizada la escena de San Jorge y la muerte del dragón.
No es la primera vez que estos cubanos exiliados en Miami vienen a Buenos Aires; lo hicieron por primera vez en el ’78 en esta misma sala y repitieron la apuesta argentina durante los últimos treinta años, pasando por el Maipo, el Odeón y el Metropolitan.
Por esas ironías de la historia, el KitKat Club revivía cada noche en una Reina del Plata militarizada cuando dos cubanos disidentes recreaban el ambiente del Cabaret de Liza Minnelli. Ni la estrechez mental de esos tiempos pudo frenar a estas trombas que encantaron a una casi “open minded” Mirtha Legrand, quien se opuso a sentar a su mesa a un “hombre vestido de mujer”. “Igual, a pesar de ese episodio, los militares nos armaron un escenario en La Rural e hicimos un show exclusivo para ellos. Rompimos los esquemas, creo que abrimos un camino a las personas que trabajan este arte”, cuenta Arte, orgulloso.
Cuando la pareja artística responde las preguntas, sus posturas corporales son antagónicamente complementarias: Arte es delgado y sofisticado a lo Ricardo Montalbán; Kein es un esmerado cultor de la estampa “foreveryoung” comparable a las deliciosas Goldie Hawn y Soledad Silveyra.
En el primer espectáculo que hicieron Frankie estaba solo en escena y Manuel hacía los textos. El trabajo era tan agotador que se decidió perfeccionar solamente un personaje, Liza, y que Manuel personificara al maestro de ceremonias Joel Gray.
“Nosotros caracterizamos estrellas que, a su vez, están haciendo de ellas mismas. Cuando Frankie empezó a copiar vestuarios, coreografías y gestos, tenía que pedir permiso e ir a la parte de atrás de las salas de cine con un cuadernito y copiaba lo que veía en pantalla. Para lograr un cuadro musical a veces tenía que pedir entrar gratis 5 o 6 veces. “Lograba una perfección que muchos admiraban, como la hermana de Liza, que pensó que habían conseguido el vestuario original de Cabaret y se dio cuenta de que no era así cuando vio la blusa de ‘Maybe this Time’, que originalmente era verde y nosotros, por un problema cromático de la pantalla lo habíamos visto azul”, recuerda Frankie.
Ambos artistas aclaran que en sus vidas privadas no acuden al uso de vestimentas femeninas, aunque no dejan de reconocer que el fenómeno Victor/Victoria se repitió varias veces en la vida real, sobre todo en los años mozos de Kein a quien, sin tanto pelo y tanta barba como ahora, los hombres lo veían como Marilyn y se enamoraban. Pero la cosa no terminaba ahí, porque cuando lo veían ya con ropa de hombre se querían acostar con él igual.
Entre tanto brillo y glamour, Kein y Arte sufrieron también penurias. Aprendieron que en el capitalismo no todo es un lecho de rosas, ya que una vez tuvieron que recurrir al arroz de relleno de una de las tetas de Frankie, plato generalmente relacionado al comunismo oriental, para mitigar el hambre voraz. Paradojas, que le dicen.
Lo más interesante de estos artistas perfeccionistas y de aguda mirada para captar los gestos más representativos de las divas es que no encuentran un hilo conductor, una característica común entre ellas.
La popular diva de las generosas y maternales tetas me recibió en su camarín, frente al infaltable espejo rodeado de luces, pero de bajo consumo. No me mirará nunca a la cara sino que la charla será entre dos imágenes espejadas.
Este show devuelve a la Crucet a sus años de vedette, cuando se subía al escenario de un teatro junto a Marrone, Stray, Barbieri, Porcel, Olmedo.
Lía Crucet es fanática de su público gay, porque “ellos son amigos de verdad, como Cristian de mi club de fans, que me regala telas para vestidos, perfumes... O como Javier, de Amerika, que me dice ‘mamá’. También tengo amigos que iban a verme en las bailantas desde que eran chicos de 13 o 14 años y ahora ya son gays recibidos (risas)... y todavía me siguen. Para ellos soy como la Pachamama de la tierra”, resume Lía mientras limpia los ceniceros y pone un cigarrillo en su boquilla.
Cuando le pregunté sobre las expectativas de trabajar en un teatro con una escenografía y coreografías cuidadas como las de la revista, me contestó que en Amerika también hace cierres de revista.
La revelación de que existían otras sexualidades fue cuando Lía era una niña, cuando su padre la llevaba a los carnavales de Lanús. “El solía disfrazarse de mujer y todos los gays venían a joder con él, lo pasábamos muy bien”, cuenta, divertida.
—Yo conozco parejas felices que viven juntos hace muchos años y no entiendo a la gente que discrimina porque no tengo esos sentimientos, pero creo que lo que impacta es el nombre.
—Y... ¡matrimonio y punto!
JUEVES, VIERNES Y SABADO A LAS 20.30. DOMINGOS A LAS 18. TEATRO MARGARITA XIRGU, CHACABUCO 875.
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