Si el 28 de junio existe en el calendario internacional como Día del Orgullo de gays, lesbianas, bisexuales, trans e intersex fue porque un grupo de travestis le puso el cuerpo, en primer término, a una revuelta que terminó involucrando a todxs. Stonewall, nombre del bar donde empezó esa rebelión y también con el que se recuerda esa salida del closet masiva para enfrentar a la policía en Nueva York, no habría existido sin ellas. Sin embargo, 41 años después, tanto desde ese colectivo ecléctico que se nombra con la sigla Lgbti como desde quienes lo miran por TV suele apuntarse sobre ellas por la forma que tienen de seguir poniendo el cuerpo y la voz en la calle en cada marcha del orgullo. Porque aparecen desnudas, porque hay quienes suponen que no representan las ansias normalizadoras de buena parte del colectivo, porque marchan pero también se exhiben. Detrás de estas quejas ya convertidas en lugares comunes se esconde la vida cotidiana de travestis y transgéneros que no pretenden normalidad pero sí libertad, derecho a la identidad, acceso a la atención de la salud, al trabajo, a la vivienda. Todo eso que se les niega por haber desafiado el orden binario de los géneros –se supone que sólo se puede ser varón o mujer para existir plenamente en este mundo–, por desafiar incluso a la muerte si es necesario para ser coherentes con su deseo y con su identidad. Ellas son las más visibles a la hora de marchar, son a quienes buscan las cámaras cuando intentan frivolizar los reclamos que atraviesan las mismas marchas. Y son también las más negadas por el Estado y la sociedad, que no llega nunca a poner en la agenda sus demandas. En su honor, desglosamos algunos de esos lugares comunes que se repiten sin pensar en cuánta violencia encierran en la voz de travestis y trans que reivindican su identidad y su modo de estar y gozar en este mundo.

Producción: Juan Tauil