Viernes, 27 de noviembre de 2009 | Hoy
Por Lucrecia Martel
Toda ley implica una idea de la naturaleza humana. La que rige el matrimonio está marcada por una definición profundamente religiosa, católica, exageradamente conservadora y patriarcal. ¿Qué es un padre? ¿Y una madre? ¿Qué grupo de personas es el más adecuado para criar un hijo? ¿Cuál es el modo lícito de concepción? La humanidad ha dado respuestas disímiles a estas preguntas. De todas maneras, la felicidad de una familia no está asegurada por la heterosexualidad de sus miembros.
Desde el siglo XIX, en nuestro país se ha intentado separar lo religioso de lo civil. Al respecto, creo que deberíamos dejar el matrimonio como sacramento en el catecismo y tener el derecho a una ley de unión civil, que contemple las necesidades de toda la sociedad en su variopinta naturaleza. Esto no disminuye la legitimidad de los que creen en el casamiento y otorga seguridad jurídica a todos los que desean formar una familia. En los ‘80 se discutía el divorcio y había gente que veía en esta cuestión una amenaza para la sociedad. Hoy pasa algo parecido con esta ley.
Cineasta
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