Lunes, 30 de mayo de 2016 | Hoy
18:12
Opinión, por Estela Díaz
Sin temor a equivocarnos podemos afirmar que todas las mujeres hemos vivido experiencias de violencias de género, en sus distintos ámbitos y tipos, así también como en diversas intensidades. Podría contar innumerables situaciones que sufrí de acoso callejero, desde el verbal hasta el físico: insultos sexuales, manoseos, exhibicionismo, hasta un intento de violación. También tuve experiencia de violencia laboral, en mi primer trabajo sufrí acoso sexual. Tendría alrededor de los 19 años y era una changuita de promotora para intentar solventar mis gastos y aliviar las arcas familiares. Hace un poco más de 30 años de esto y el resultado fue que tuve que dejar el trabajo producto del enojo, la vergüenza y la falta de palabras para denominar lo que me había sucedido.
A diferencia de aquellos recuerdos de juventud, hoy podemos decir que tenemos palabras para denominar lo que nos pasa, que tienen toda la fuerza de haber sido construidas al calor de la experiencia colectiva. Ahora sabemos que no es natural, ni lógico, ni hay que aguantar, ni ser cómplices. Estas violencias son producto del machismo, las discriminaciones de género y las desigualdades que persisten con insistencia. Sabemos que hay leyes y que el Estado debe hacerse cargo plenamente de cumplirlas. Pero también sabemos que de algún modo todos y todas estamos interpelados.
Sin embargo, todavía hoy el machismo sigue matando, las mujeres seguimos transitando el espacio público con la cultura del acoso callejero indemne, muchas sufren violencia en su trabajo, tantas otras también en sus casas... ¿qué cambió entonces esa gesta histórica del 3 de junio pasado? Mucho se modificó, pero es todavía mucho más lo que hace falta remover. El machismo es milenario y las violencias de género podemos retrotraerlas a la memoria histórica de la humanidad. Pero ese grito en multitud, que se manifestó hace un año hasta en los rincones menos visibles de nuestras tierras, produjo algo que es bisagra, con sentidos de lo inaugurado aun en construcción. No podemos leer de modo unívoco las motivaciones que lo produjeron. Muchos/as lo hicieron porque quedaba bien. Ahora es necesario hacerse cargo, otra vez desde lo colectivo, de los contenidos que adopte que “vivas nos queremos”, como bien actualiza el lema de este año. Porque no queremos cualquier vida, queremos proponerla desde una perspectiva integral. Nos queremos vivas, con trabajo, con salud, con educación, con autonomía económica, política y sobre nuestro propio cuerpo.
El contexto socio-económico es un factor crucial para favorecer o no las posibilidades de salida de las situaciones de violencia. No es casual que sea un marco de ampliación de derechos el que nos animó a soñar y reclamar que no queremos más violencias. Ejemplo de ellos es lo que ha pasado con relación a la violencia laboral. Si resolvimos en paritaria aumentos salariales que permitieron recuperar el poder adquisitivo, si mejoraron los indicadores socio económicos, la lógica es poner en debate condiciones de trabajo. Allí aparece el tema de la violencia, no hay trabajo digno si hay violencia. Por eso los últimos años se multiplicaron las denuncias en nuestros sindicatos. Iguales ejemplos podemos pensar para otros tipos de violencias. En el caso de las relaciones de pareja está claro que tener un horizonte de posibilidad de cierta autonomía, como la moratoria previsional, acceso a formación profesional, la AUH; la terminalidad educativa, posibilita imaginar también una vida libre de violencia. No sólo por las posibilidades laborales o económicas, sino también por la apuesta a la construcción colectiva, solidaria, política no en un sentido partidario, sino de politización de los fenómenos sociales de inequidad. Nadie sale sola de la violencia. Tenemos la memoria reciente de los 90, donde se avanzó en planos formales de conquista de derechos (los tratados de DDHH pasaron a ser parte de la Constitución Nacional) a la vez que millones de mujeres y niñas eran empujadas a la pobreza, la exclusión social y la miseria.
Por esta razón este 3 de junio más que nunca debemos discutir en qué país vamos a construir la erradicación de la violencia de género. Sabemos que se hace entre todas y fortaleciendo la unidad de las organizaciones populares. La violencia machista nos mata, pero el liberalismo también.
Secretaria de Género de la CTA de los Trabajadores.
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