Viernes, 29 de julio de 2016 | Hoy
19:25
Opinión, por Atilio A. Boron
Fue el Gran Mariscal de Campo descubierto por Fidel cuando recién salido de la prisión y ninguneado por la dirigencia de izquierda latinoamericana nadie daba un cinco por él. La visión de águila de Fidel le permitió discernir ese gran líder regional cuando los demás, hombres y mujeres, mortales comunes y silvestres, sólo veían en Chávez a un frustrado golpista y un milico más de los tantos que asolaron Latinoamérica. Y Fidel acertó y fue su Mariscal de Campo en la crucial batalla librada contra el ALCA en Mar del Plata, en Noviembre del 2005. Batalla que marcaría un hito en nuestra larga e inconclusa marcha por la Segunda y Definitiva Independencia de Nuestra América.
Tenemos una inmensa deuda continental con Chávez: haber reinstalado el tema de la actualidad del socialismo cuando el neoliberalismo campeaba sin contrapesos en Nuestra América; haber producido el despertar del sentimiento antiimperialista dormido por siglos en la región; haber rescatado la centralidad de la unidad de nuestros pueblos y plasmado en instituciones concretas el ideario nuestroamericano como el ALBA, la Unasur, la Celac, Petrocaribe, Telesur, el Banco del Sur, etc. Fue por eso que se convirtió en el enemigo público número uno del Imperio, cosa que marca definitivamente su gravitación universal por contraposición a la absoluta indiferencia que el imperio le concede a la inocua ultraizquierda vociferante de América Latina, esa que hizo de su visceral crítica y repudio a Chávez el leitmotiv de su existencia. Este pagó con su vida su audacia revolucionaria concreta, no de pura retórica como la de sus extraviados críticos.
Por eso a Chávez lo mataron, como poco a poco lo va confirmando el complejo rompecabezas probatorio de esta hipótesis. No falta mucho para que tengamos las pruebas concretas y definitivas de ese magnicidio, cuyos autores intelectuales sabemos dónde viven, conocemos los motivos de su vil decisión y sabemos también que su muerte se inscribe en una larga serie de líderes populares que los “asesinos seriales” de Washington se encargaron de ultimar en los cinco continentes. Chávez, como Bolívar, vivirá eternamente en el corazón de nuestros pueblos. Fue un líder extraordinario pero, por sobre todas las cosas, una buena persona, un hombre honrado, transparente y profundamente humano: inteligente como pocos, amigo fidelísimo, dotado de un fino sentido del humor; lector insaciable y apasionado al punto tal que sólo Fidel se le compara en este punto; dueño de una memoria fabulosa capaz de recitar poesías y cantar sin parar hasta el amanecer; hombre de pueblo, profundamente de pueblo y capaz como muy pocos de comunicarse con su gente y entender sus vivencias, sus emociones y sus necesidades. Por eso Chávez fue Chávez, y por eso Chávez es pueblo, en Venezuela y en toda América latina y el Caribe. En Nuestra América decir Chávez es decir pueblo. Su nombre ha entrado definitivamente por la puerta grande de la historia. Por eso recordamos hoy su natalicio y nos basta saludarlo con un ¡Hasta siempre, querido Comandante!
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