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Sorpresa, pena, indignación
Por Susana Viau
Leí con sorpresa, cierta pena y una cuota de indignación la columna de opinión de Leonardo Moledo publicada el martes pasado. Sorpresa, por la comparación de los ocupantes del Rectorado con el universo animal y el consecuente elogio de las bestias. Pena, porque quien firma la columna es profesor universitario y esos muchachos son la materia sin la cual el Moledo profesor no existiría. Indignación, porque la gastada a que la columna quiere someterlos es expresión del triunfo del modelo sobre el pensamiento de buena parte de los cientistas sociales (¿El anagrama Moledo-Modelo será una simple casualidad?): la ecuación de equilibrio “objetivo vs. gasto energético y minimización del daño” que el artículo caracteriza como “punto central de la política” suele fundar todas las elucubraciones del falso realismo, el que promueve la quietud y la resignación. ¿Cómo hubiera funcionado esa ecuación, pongamos por caso, con los 12 del “Granma” o el puñado de hombres del FSLN que tomó el Congreso nicaragüense? La comparación de Moledo olvida que las bestias no hacen política, no piensan en el futuro, no imaginan otros mundos posibles. Las bestias no hacen revoluciones, las bestias mutan. Las revoluciones se buscan, las mutaciones simplemente le suceden a la especie que cambia. El texto abunda en frases de fina ironía como “alegre estudiantina” o “reivindicaciones inmobiliarias”. ¿Por qué deberían movilizarse los estudiantes si no contra las reducciones presupuestarias que los hacinan y limitan los cupos de becas, hoy, justo hoy que no hay familia libre del lastre de uno o varios desocupados? ¿Cómo hubiera calificado Moledo la consigna “paz, pan y tierra”? ¿Psicológica? ¿Gastronómica? Pero el desdén es anécdota. Lo grueso está en el análisis de la postura del Rectorado que, según Moledo, podría “firmar cualquier compromiso para sacárselos de encima, dado que un acuerdo firmado en estas circunstancias no obliga a nada, ni moral, ni legal ni políticamente” (ejemplar conclusión acerca del valor de la palabra empeñada, sobre todo para un profesor). Moledo, en cambio, sostiene que el Rectorado ha hecho lo mejor: “ignorarlos” y esperar a que “se confundan con el fondo permanente de instalaciones y mobiliario del Rectorado”. Si a Moledo le divierte provocar, fuerza es reconocer que lo hace bien, tan bien que después se pregunta si “los acampantes del Rectorado”, con sus “puestas en escena tan berretas, tan simplotas” son los futuros sociólogos, politólogos, comunicadores. Debería recordar un profesor que, en su inmensa mayoría, sociólogos, politólogos y comunicadores han renunciado a cambiar el mundo y estos muchachos que están durmiendo mal y comiendo peor son militantes estudiantiles, como los de toda la vida, como muchos de esos chicos que, en la concepción de Moledo, se equivocaron estúpidamente en la ecuación y por eso aparecen día a día en los recordatorios de este diario. Para ellos y para éstos, que podrían estar en el cine, con sus novias o sacándose el calor con una buena, confortable ducha, todo mi respeto y estas líneas como modesto pedido de disculpas de quien, años más o menos, pertenece a la misma generación que el profesor Leonardo Moledo.