Sábado, 19 de enero de 2013 | Hoy
Por Guillermo Martínez
El cuento por su autor
El germen de “Un examen muy difícil” fue un chiste que contaba una jefa de trabajos prácticos en la Facultad de Exactas, cuando le tocaba explicar en las clases de Lógica la noción de tautología. Aunque en general es artificioso (y decepcionante) insertar un chiste en un cuento, en este caso me parecía que daba el marco justo, la clave de empatía, para el deslizamiento a ese mundo absurdo, pero aun así siniestro, que se abre paso en la historia, dentro de ese teatro de tensiones que es un aula llena de alumnos durante un examen final. El segundo elemento del cuento es una reflexión algo paranoica, pero no por eso menos vívida, a la que llegamos todos los que hemos dado clase durante muchos años: allí afuera hay miles de ex alumnos que nos conocen, y a los que no conocemos. Alumnos con cuentas pendientes y disfraces varios de adultos que acechan en la ciudad y nos señalan con el dedo.
Como en casi todos mis cuentos y novelas, hay un acorde autobiográfico algo falseado: yo fui, de otras maneras, el ayudante Petrinski y fui después el profesor de manos rugosas por la tiza. Yo tomaba, desde Ciudad Universitaria, el colectivo 37, que se inclinaba en las curvas de los lagos de Palermo. En cuanto a la alumna de las blusas desprendidas, por desgracia es ficticia.
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