Sábado, 19 de enero de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Roberto Samar *
Recientemente en la Municipalidad de Las Heras, Mendoza, se comenzó a construir un muro que separa un barrio de un asentamiento. Inevitablemente esta acción genera segregación y aislamiento, profundizando la exclusión y la estigmatización de ambos sectores sociales.
Según Claudia Cesaroni, criminóloga e integrante del Centro de Estudios en Política Criminal (Cepoc), “es la peor solución que pudo haber. Ya no se trata del delirio de un grupo de vecinos que hacen una pared, sino de la autorización municipal. Lo más grave es la institucionalidad que le dieron las autoridades locales y que autorizaron esa separación”.
Lamentablemente esta experiencia no es novedosa, recordemos que a partir de la última dictadura cívico-militar, la Villa 15, en el barrio de Mataderos, comenzó a ser llamada Ciudad Oculta, ya que ante la inminencia de la Copa del Mundo de 1978, se construyó un muro para esconderla de los ojos de los turistas extranjeros.
¿Qué significan esos muros?
Tapar materialmente lo que invisibilizamos culturalmente. En ese sentido, el atravesar una situación de pobreza es una de las mayores causas de discriminación y paradójicamente es una de las más invisibilizadas.
Según el libro Informe para Periodista del Inadi, las personas pobres atraviesan constantes situaciones de discriminación a causa de estereotipos que recaen sobre ellas, como aquel que asocia la condición de pobreza con ser delincuente. Asimismo, el Instituto contra la Discriminación sostiene que “el prejuicio más común, utilizado de manera recurrente en los medios de comunicación, es que las personas en situaciones de pobreza salen a robar desde asentamientos, villas o barrios populares y que esto se vincula directamente con los crímenes y homicidios ligados a la idea de inseguridad”.
Este prejuicio es el sustento de arbitrariedades cotidianas que naturalizamos. A modo de ejemplo, cabe preguntarse qué ocurriría si alguien que responde al estereotipo de un pobre intenta ingresar a un casino; si en nuestro curriculum vitae manifestamos que vivimos en una villa o si a un taxista le pedimos que nos lleve a una calle lindera a un asentamiento. Probablemente, si pasamos por estas situaciones se nos hará evidente la problemática.
Para evidenciarlo aún más, hasta el sistema global de navegación por satélite (GPS) nos alerta que cuando pasamos cerca de un barrio precario, estamos en una “zona peligrosa”. Lo cual no es más que el miedo de la clase media a las clases bajas. Que si lo analizamos desde la perspectiva opuesta, ese miedo se traduce en discriminación, que al ser sostenida en el tiempo es una violencia naturalizada que padece un sector social.
* Licenciado en Comunicación Social. Docente de Filosofía Política Moderna UNLZ.
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