Sábado, 19 de enero de 2013 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Diego Bonadeo
Cuando las cosas no les salen bien a quienes detentan –y nunca mejor empleado el verbo “detentar”– ciertos poderes, afloran desde los albañales y las alcantarillas las peores miserias y los olores más putrefactos. A la eliminación deportiva del seleccionado de menores de veinte años para participar del próximo Mundial de la categoría, se agregó una serie de secuelas: si bien no son inesperadas por tratarse de lo irregular de las situaciones y de los personajes, no pueden menos que obligar a un replanteo de todo lo vinculado con el fútbol vernáculo.
Pero no puede haber cambios ni sinceramientos en la medida en que todo se maneje alrededor del anillo del presidente de la AFA, el de “todo pasa”, y de sus acólitos y descendientes.
Es que si el hijo del jefe de la famiglia Humberto explica, con una soltura de cuerpo casi obscena, que los futbolistas del equipo del Mundial de México fueron convocados como entrenadores de los combinados nacionales “para comprar su silencio”, y no se explica cuál es el silencio que hay que supuestamente comprar; si los únicos convocados son ellos y si hay una manifiesta preferencia por todo lo que tenga vinculación con Estudiantes de La Plata inclusive, y muy especialmente en la designación de jugadores de la Selección mayor; y, por fin, si al nefasto Bilardo, durante el partido de los juveniles contra Bolivia, no se le ocurre otra cosa que instar al empleado de la AFA, Omar Souto, a que entre a la cancha a empujar al referí para que el encuentro se suspenda allí mismo con el resultado por entonces 2-1 favorable al equipo que supuestamente entrenaba Trobbiani, el sinceramiento sólo sirve para que se vayan todos de una buena vez.
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