Martes, 29 de diciembre de 2015 | Hoy
Escribí este relato pensando por qué escribo. Y terminé sin saberlo. En el medio aparecieron varios seres. Me dije que eran tan reales como yo. O tan irreales. Que la ficción y la carne son materiales parecidos. Necesitan un punto de vista, un lugar y tiempo. Se mueven por deseo, respiran. Dejan de respirar. La única ventaja es que la ficción tiene más vida. En mi biblioteca, Don Diego de Zama sigue aguardando su traslado.
El protagonista de este tormento es un desorientado, como yo. Como nosotros. No puede establecer con certeza lo que es real, si su familia fue un invento suyo. Si tuvo novias: “Mi novia Uno era una pobrecita. Casi inexistente. De tan ligera se me iba. Tuve que aferrarla. O eso dije. La escribí hace tanto que casi no la recuerdo. La puse sobre el piano. Por entonces yo tocaba”.
Este relato forma parte de mi nuevo libro de cuentos, aún en proceso de escritura.
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