Sábado, 16 de enero de 2016 | Hoy
VERANO12 › SYLVIA IPARRAGUIRRE
Diario del Reverendo Reginald Pirinius (Annodomini 1723)
DIA 1º: Anoche avistamos tierra. Al alba rogué al honorable señor Peckwood que reuniera la tripulación en el castillo de proa para elevar un himno de agradecimiento. Hubo pereza y displicencia y hasta alguna murmuración soez. A veces pienso que la evangelización debería comenzar por los peones de a bordo, Dios me perdone. Aunque con gesto humilde, encontré el modo de hacerles saber que he vivido entre gentes de alcurnia, que he sido preceptor en casa de un hidalgo de Northumberland; pero estas noticias no han hecho mella en espíritus tan bastos. Lo que no dije es que, por propia decisión, llevaré registro de este viaje como informe al Almirantazgo. Entendí este designio cuando Lord Duggan, accediendo al fin a las súplicas del diácono Peabody y mirándome de soslayo, permitió que me embarcara diciendo: “En fin, ubiquémoslo en el barco y que vaya un hombre de fe”. Cosa que no agradó al capitán Peckwood, como pude advertir. Al menos ahora entre el señor Peckwood y yo ha quedado restituida cierta amistad, y he decidido borrar de mi memoria aquellas palabras de endeble lechuguino que le oí durante la tormenta. Dios ha dispuesto en mí su Designio y lo cumpliré en estas tierras ignotas para mayor gloria de Su Nombre y para informe de mis superiores. A pesar de todo, creo que la tripulación ha quedado impresionada con mi determinación.
DIA 2: Para mi regocijo a la tarde aparecieron los primeros naturales que hemos visto en estas islas adornadas doquier por grupos de palmas. Visiblemente sorprendidos por el tamaño de nuestro bergantín, dieron voces un largo rato, luego, en completo silencio, giraron sus canoas varias veces alrededor del barco. Abriéndome paso entre los marineros, me esforcé por medio de gritos y de gestos en averiguar si tienen alguna idea de un Ser Divino, pero no obtuve signos claros. Horas más tarde, inesperadamente, unos cuantos hombres muy fornidos y del todo desnudos, salvo unas plumas de colores, treparon a bordo. A pesar de la inquietud del señor Peckwood –los naturales traían arpones–, insistí en pronunciar La Palabra Divina y me situé frente a ellos; leí de viva voz un capítulo de las Sagradas Escrituras. Quedaron atónitos y prestaron la mayor atención mirándome de arriba abajo. Uno de ellos avanzó hacia mí. Peckwood tomó mi brazo como para apartarme. Me desasí con firmeza y permanecí en mi puesto. El natural se acercó más y puso su oreja sobre el Libro Santo pues parecía creer que era de allí de dónde provenía la voz y que el libro hablaba. Se generalizó gran gritería y me rodearon. Continué leyendo y se calmaron al momento, para repetir, cada vez que me detenía, ese extraño concierto de voces. Cayó el sol y mis fuerzas flaqueaban. El señor Peckwood mandó que me encendieran un candil y me alcanzaran un jarro con agua. Casi a la medianoche los naturales abandonaron el barco. He quedado con la voz atiplada, pero tomo lo ocurrido como un Signo Promisorio. Los nativos son incansables en su deseo de escuchar La Palabra de Dios.
DIA 3: Los naturales van completamente desnudos y son en todo lampiños. Asimismo las mujeres no conocen el pudor. El calor es sofocante. Algunos jovencitos, de cuerpos esbeltos, son de lo más graciosos. El capitán mandó levantar campamento en tierra. Serruchamos árboles, lo que divierte a estos seres de manera un tanto desquiciada. Ríen como los europeos, sólo que van del todo desnudos y algunos de ellos se doblan sobre las rodillas golpeándoselas con las manos en una especie de acceso mientras nos miran serruchar. Lo que más les ha llamado la atención, además del Libro Sagrado, es el serrucho, y ya han intentado apoderarse de uno. He consignado este interés en mi informe confidencial al Almirantazgo.
DIA 4: En la playa, me acerqué amistosamente a un nativo joven y de buen porte, completamente desnudo. Se quedó tieso realizando extraños gestos que al principio no comprendí. Luego creí entender que eran gestos referidos a nuestras barbas, que les llaman la atención. A mi vez enarbolé la Biblia con la intención de leerle unos versículos. De inmediato y como si hubiera visto algo de espanto, despareció tras una colina. ¿Qué nos deparará el destino en medio de estas tierras donde resuena por primera vez La Palabra Santa? El calor no ceja. No he vuelto a ver a esos graciosos jovencitos. Todos van desnudos. No distraigo a lord Duggan anotando esta minucia que puede ofender su pudor.
DIA 5: Los nativos se muestran caprichosos como niños malcriados. Dada la orden del señor Peckwood, debí despojarme de mi paletó y mis zapatos y ofrecérselos a un aborigen poco agraciado que, durante todo el día, me estuvo siguiendo doquier yo iba. Y hasta se atrevió a propinarme unos manotones con el propósito de palpar mis ropas mientras hablaba en su jerga incomprensible.
DIA 10: Por momentos, mi ánimo decae. Esta gente es salvaje y desasistida de todo sentido común. Roban, aunque el señor Peckwood insista en que no saben lo que esa palabra significa. Roban flejes, jarros, clavos, botones. Los botones poseen para estos pobres seres un atractivo irresistible. Mi paletó ha quedado sin un solo alamar y ningún botón y ya no recuperaré mi sombrero. Sería necesario que estos naturales comprendieran a un tiempo orden y religión, pero de día y de noche van completamente desnudos y hay que ver qué buenos cuerpos tienen, qué armoniosos y fornidos. Para ganarme su confianza, sobre todo la del muchachito tan gracioso y gentil que volvió a aparecer por cubierta con unos amiguitos, les mostré algunas chucherías que su puerilidad eleva a magnificencia.
DIA 15: Prosiguen nuestros acercamientos amistosos a los naturales que van desprovistos de todo vestido. El calor abochorna y hasta yo me veo en la obligación de andar sin camisa y en calzón corto. Estas gentes no conocen reglas ni maneras. Si se encuentran reunidos a bordo en su cansador pedido de chucherías y uno de ellos siente el apremio de hacer sus necesidades menores, lo hace de inmediato, incluso sobre otro, si es que el que está al lado no se aleja, como me sucedió. Ponen más empeño en obtener cabos de velas que chupan con fruición cual si fueran golosinas, que en aprender La Palabra Divina. Algunos marineros andan levantiscos por el impudor de las mujeres que muestran todos los flancos desnudos como si no conocieran el pecado. Igual que hombres y jovencitos que van sin el más mínimo atuendo. Sólo los hombres mayores llevan un taparrabos. Estos naturales son muy complacientes, especialmente las nativas. Anoche, una chalupa abandonó el barco y volvió de madrugada en medio de gran algazara. Atisbé desde cubierta e intenté hablarles, inculcarles el buen sentido y el temor a perderse en las llamas del infierno, pero la gente de mar es soez y todos estaban ebrios.
DIA 17: He observado gestos de lascivia en el señor Peckwood destinados a las nativas, que lo alientan con su indolencia. Debo vigilar y reprender estos desórdenes que se propagan a bordo más temibles que el fuego. Ayer noche, sin poder dormir a causa del calor y de una inquietud que no sé bien a qué atribuir, salí a cubierta a refrescarme con la brisa nocturna. No lo hubiera hecho. Ciertos rumores extraños dirigieron mis pasos hacia el castillo de popa, donde tropecé, en medio de la oscuridad, con unos cuerpos entremezclados al abrigo del pañol entre los que creí entrever las piernas de unas mujeres. Inicié de inmediato unas palabras condenatorias de toda concupiscencia, haciendo un llamado a observar los mandamientos del Señor so pena de condenarse para toda la eternidad. Las frases salían a borbotones de mi ardiente pecho mientras trataba de atisbar los cuerpos. Pero estos indecentes marinos sólo insistían en que me retirara, profiriendo chistidos y palabras que no oso repetir. No lo consentí. Permanecí asido al palo mayor, fiel a mi misión, en el puesto que me ha sido asignado en este barco y elevaré estos procederes al Almirantazgo. Sólo al amanecer, agotado pero con mi deber cumplido, bajé y me deslicé en mi cucheta.
DIA 19: La tripulación se muestra distendida y solazada e insiste en quedarse por estas tierras. Debo decir que no sé qué pensar de esta idea. Hoy subieron a cubierta mujeres y niños, también algunos jovencitos, todos desnudos, entre ellos aquel apuesto muchachito de unos catorce o quince años a quien he bautizado Patroclo por su belleza, con quien me gustaría quedarme ya que me mira con confianza. Las mujeres no son del todo feas, bastantes redondeadas y lampiñas. Peckwood pasa las tardes con dos o tres de ellas encerrado en su camarote. Señalo a los marineros que la lujuria es pecado mortal. El calor sofoca en estas tierras y enciende la carne con pensamientos malsanos. Mandé a mi muchachito a que me echara baldes de agua de mar.
Informo a lord Duggan datos de vientos y corrientes marinas.
DIA 26: Patroclo es inteligente y muy amistoso y hoy ha traído a un amiguito de largas pestañas todo desnudo. Me siguen como mi sombra y su devoción hacia mí es conmovedora. Han insistido en frotarme el cuerpo con un aceite aromático de nombre gracioso: coco. Les he enseñado algunas palabras en nuestra lengua que aprenden con facilidad. Al de las pestañas he decidido llamarlo como el ungüento: Coco; son ahora mis dos protegidos: Coco y Patroclo. El campamento no avanza, dado el calor. Esperamos tranquilos la estación de las lluvias. Cierro por ahora mi informe confidencial; no oso distraer con estos detalles sin importancia la atención del atareado lord Duggan.
SIN FECHA: Ha pasado la estación de las lluvias y, ayudados por el buen tiempo, los hombres se han dado a construir cabañas cerca de la playa. El señor Peckwood opina que mejor esperar hasta que el tiempo se asiente. El señor Peckwood ha desechado definitivamente sus vestidos europeos y su atuendo es ahora un taparrabos como el que usan algunos nativos; va coronado con guirnaldas de flores que las mujeres trenzan para él. Coco y Patroclo me suplican que hagamos nuestra propia cabaña en la playa y también quieren coronarme. Tal vez les dé el gusto. Parece que no puedo negarles nada a estos robustos muchachitos de parejos encantos. Se me ha hecho costumbre la friega de coco que practican a dúo. Tal vez lo de la cabaña no sea mala idea. Al menos hasta que se asiente el tiempo y el señor Peckwood decida cuándo zarpar.
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