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“Dioses y generales”, la primera parte del nacimiento de una nación
La película cuenta el inicio de la Guerra Civil estadounidense, con una postura acrítica y una minuciosa reconstrucción de época.
Por Horacio Bernades
Hace exactamente diez años, la compañía de Ted Turner había emprendido una costosa superproducción histórica sobre la Guerra Civil estadounidense (1861-1865), tema que, desde la fundacional El nacimiento de una nación e incluyendo un clásico como Lo que el viento se llevó, ha sido reiteradamente tratado por el cine y la televisión de ese país. Con más de tres horas de duración, estrenada primero en cines y lanzada más tarde como miniserie, Gettysburg hacía foco en la batalla del mismo nombre, la más sangrienta y definitiva de la conflagración que terminó dando origen a los Estados Unidos modernos. En la Argentina, Gettysburg se conoció en video, y ése es el destino que tiene también ahora Dioses y generales, precuela de aquélla, producida por el mismo equipo y estrenada en salas de Estados Unidos a comienzos de este año. Aquí es nuevamente el sello AVH el encargado de hacer llegar Dioses y generales a videoclubes, como una década atrás había sucedido con Gettysburg.
Guionada y dirigida por Ronald F. Maxwell a partir de un voluminoso texto escrito por Jeff Shaara, Dioses y generales se extiende también por más de tres horas y, en lugar de narrar la conclusión de la Guerra de Secesión, se centra ahora en sus inicios, abarcando un arco temporal de dos años. Si en la ocasión anterior la unidad estaba dictada por una batalla de proporciones gigantescas, en este caso el eje es geográfico, ubicándose toda la acción en el estado sureño de Virginia, allí donde también tenía lugar Lo que el viento se llevó. Tanto como para mantener el equilibrio (dramático, ya que no de fuerzas), la narración de Dioses y generales recorta, del enorme conjunto de ejércitos, personajes y masas humanas, dos protagonistas, ambos militares de alto rango. Uno es el general sureño Stonewall Jackson, a quien encarna el impávido Stephen Lang. El otro, Joshua L. Chamberlain, teniente coronel de la Unión, que ya aparecía en Gettysburg y a quien vuelve a representar, diez años más tarde, Jeff Daniels. En papel secundario aparece, como la esposa de Jackson, la rubia Mira Sorvino, mientras que a Robert Duvall se le ha encomendado un personaje a la altura de sus laureles: el general Robert E. Lee, máximo conductor de los ejércitos confederados.
Laureles son lo que sobra en Dioses y generales, centrada casi exclusivamente en los jerarcas militares de uno y otro bando, cuya condición de próceres y servidores de la patria jamás se pone en discusión. Todo lo contrario: de tenientes para arriba, no hay aquí un solo uniformado que no vaya a la batalla con la apostura, la convicción y la pompa de un iluminado, no importa a cuál de los ejércitos en pugna sirva. El título no miente: aquí, los generales parecen tener línea directa con los dioses. No se trata de una metáfora: escena por medio, unos y otros elevan sus miradas y sus ruegos hacia el cielo, con la mesiánica seguridad de ser escuchados. Imposible saber si el Señor los monitorea desde allá arriba. Lo que es seguro es que las cámaras y los micrófonos de Ronald F. Maxwell sí están puestos a su servicio.
No importa que el general Jackson –capaz de repetir de memoria párrafos enteros de la Biblia y dirigirse a la batalla como quien va a misa de domingo– aparezca antes los ojos del espectador como un fanático de temer. Tampoco importa que cada una de sus largas parrafadas parezca escrita, hasta la última coma, por alguien convencido de que la Historia se hace con frases grandes y solemnes. Para Mr. Maxwell, como para sus héroes de una sola pieza, la duda parecería ser la jactancia de los intelectuales, como alguna vez pontificó, miles de kilómetros al sur del Río Grande, el coronel (RE) Aldo Rico. Más allá de las oscuras implicancias políticas de semejante visión (en tren de buscarle heredero a estos padres de la patria, no surge nadie más apto que George W. Bush) y del hecho de que los esclavos negros de los grandes terratenientes sureños marchen al lado de sus patrones como si se tratara de los mejores amigos,Dioses y generales ofrece, como compensación, un minucioso trabajo de reconstrucción histórica. Esto es así tanto desde lo informativo (aunque, tal como está mediada la información, convenga tomarla con muchas pinzas) como en el terreno visual, que permite asistir a cada batalla con el preciosismo de un pintor del siglo XIX y el minucioso detallismo de un coleccionista de soldaditos.