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El recuerdo de Luis Aredes
Por Luis Bruschtein
El doctor Luis Aredes siempre lo tuvo entre ceja y ceja. Primero cuando, recién recibido en los años 50, buscó en el mapa el lugar con más alto índice de mortandad infantil. Quería que su título de médico no fuera sólo un adorno. Y después cuando las autoridades del ingenio lo echaron. “Usted solo nos hace gastar con los trabajadores lo mismo que los otros tres médicos juntos”, le dijeron, tras advertirle que le convenía abandonar la provincia.
En aquellos años el acceso a Libertador General San Martín –o Ledesma como se lo llama indistintamente– no era tan fácil. Los caminos eran de tierra en esa zona de la Yunga jujeña, a algo más de cien kilómetros de la capital provincial. Es la zona baja de Jujuy, poblada de selvas y cañaverales. Ahora el asfalto puso al pueblo a poco más de una hora de San Salvador de Jujuy, y lo que queda de la selva está en peligro por el avance de los cañaverales y los cultivos de soja.
Había pocos lugares en el país que reflejaran con tanta crudeza el sistema de explotación casi feudal de los ingenios azucareros. En la época de zafra llegaban a la zona más de diez mil indígenas coyas o chahuancos que vivían en condiciones infrahumanas y a los que se les pagaba un jornal miserable en bonos que sólo servían para aumentar sus deudas con el almacén que era también del ingenio. Todo era del ingenio, incluso la policía, el sindicato y los intendentes.
En los ‘60, Aredes volvió. Dejó atrás su cargo de director del hospital de Tilcara, en la Quebrada, y se puso a trabajar como médico rural. También llegó Jorge Weisz, que logró entrar como trabajador del ingenio. Weisz desarrolló una corriente sindical combativa que desplazó a los viejos dirigentes. En 1973, la corriente de Weisz había ganado el sindicato. Y Aredes había sido elegido intendente. No hicieron una revolución, sólo lograron que el todopoderoso ingenio cumpliera las leyes y pagara los impuestos. Entonces Aredes fue depuesto por un golpe policial. Weisz y Aredes fueron detenidos y desaparecidos durante la dictadura. Una noche los militares cortaron la luz del pueblo al que llegaron en varios camiones del ingenio. Se llevaron a cerca de 400 pobladores, estudiantes, trabajadores y profesionales. Cerca de 30 permanecen desaparecidos y unos 200 siguieron en la cárcel hasta que se fueron los militares.
Como pasó en todo el país, todos los jueves, la plaza de Libertador General San Martín tuvo su ronda. Eran Olga, la viuda de Aredes, y las madres de los desaparecidos. Pero lo hacían entre el temor paralizante de los pobladores al ingenio, y en un momento quedó Olga sola, porque las Madres se fueron enfermando o mudando a otras provincias. En julio, en todos los aniversarios de la Noche de los Apagones, se realiza una marcha.
La marcha fue creciendo de año en año, pero sobre todo con gente que llegaba de otros lados. En la marcha de este año, por primera vez Olga pudo hablar en un acto de la escuela secundaria donde fue profesora y fue emocionante ver la cantidad de lugareños que participaron. Muchos estudiantes, vecinos y desocupados de la CTA y la CCC. Fue como un renacimiento de la memoria y la dignidad de un pueblo. Resulta inaudito que la reacción aparezca después de tantos años con la misma brutalidad, como si nada hubiera pasado.